Yo nací en Barcelona en al año 1944 en la Calle San Martín 21 del muy popular y controvertido barrio que ahora se llama El Rabal y en aquellos tiempos era el puro y duro Barrio Chino, un lugar tan problemático que la policía lo pensaba dos veces antes de adentrarse en sus calles para patrullar o hacer sus redadas. El Barrio Chino era el que recorrían los marinos norteamericanos cuando sus barcos recalaban en el puerto barcelonés en busca de diversión consistente  básicamente en borracheras, prostitutas y peleas entre ellos o los locales  que finalizaban con las consabidas intervenciones de su Militar Police o con las rápidas  escapadas entre sus numerosas y estrechas callejuelas.

Aún tengo en la memoria -tenía solo cinco años- de un marino gringo borracho tambaleándose y girando sobre sí mismo apuntando con su pistola a un grupo de personas entre las que estábamos mi hermana y yo totalmente paralizadas. Tal fue el impacto a mi corta edad. Por fortuna al cabo de unos minutos el marino bajó el arma y  siguió su periplo zigzagueante sin causar ninguna desgracia.

Bien, encima del apartamento -allí se le llaman pisos- que estaba en el tercer nivel, es decir en el cuarto, vivía un solitario ladrón reconocido como tal en todo el inmueble y aun en toda la calle  que no era muy larga y sobre el que mi madre con mucha chispa nos contaba que al bajar por las escaleras -no había ascensor- si nuestra puerta de entrada estaba abierta tocaba a el timbre y le decía con mucho respeto ¨Doña Pepita, cierre bien no vaya a ser que le roben¨.

El velaba con esmero por la seguridad de todos los vecinos del edificio porque si algún hurto sucedía en el mismo ya sabían a quién le iba a caer el muerto,  o sea, la culpa. Irónicamente el delincuente se convertía en vigilante y además gratuito. Nunca se registró ni el más mínimo robo, era un ¨guachimán¨ eficaz. Pero lo mejor bien ahora. También nos contaba por haber sido testigo en varios casos que el caco estaba fichado por numerosos robos y de tanto en tanto la policía venía a detenerlo para llevárselo a la comisaría a interrogarlo posiblemente ¨a mano pelᨠcómo era usual en esos tiempos con los reincidentes, y el caco utilizaba un sistema de ¨escape¨ de lo más singular y creativo aunque bien peligroso.

Para que los agentes no lo vieran se colgaba literalmente del balcón trasero de su apartamento que daba a un patio interior como si fuera un chorizo en pleno proceso de curación y en efecto, lo buscaban por las habitaciones, los armarios, la cocina, el baño y en los dos balcones, el de adelante y el de atrás, pero no había nadie visible; cuando los policías se marchaban el chorizo en curación, o sea, el caco, se encaramaba con gran habilidad y sapiencia entrando de nuevo en su apartamento.

Peligro evitado por el momento y a costa de poder caerse por cansancio o descuido  desde cuatro niveles que lo hubieran llevado por largo tiempo al hospital o a la tumba. Los vecinos que veían tan singular burla policial lo comentaban después echándole su buen salsa divertida, pero nunca lo denunciaron. Hacerlo hubiera sido enemistarse con tan curioso personaje y además quedarse sin tan esmerado vigilante.