CAMBRIDGE – Usted ya ha oído hablar de esto antes: las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) son demasiado altas como para impedir cambios catastróficos para nuestro clima. Es preciso concientizar a los países, a las empresas y a las familias sobre la fragilidad del planeta en el que vivimos.
Para abordar el problema, los analistas están abocados a estimar el costo de la transición energética, y los inversores preocupados por los criterios ESG están organizando vehículos financieros para financiar proyectos verdes. Son cada vez más los economistas que quieren gravar al carbono para fomentar su sustitución. Otros se centran en garantizar que los costos del cambio a energías limpias no recaigan de manera desproporcionada en los países en desarrollo que, según se espera, renunciarán a las fuentes de energía barata (aunque sucia) a pesar de ser responsables de muchas menos emisiones de GEI -tanto históricamente como en la actualidad- que sus contrapartes desarrollados. La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) les pide a los países que anuncien sus Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC por su sigla en inglés) y espera que la presión social los obligue a cumplir con esas promesas.
Todas estas estrategias para promover la transición a energías limpias -persuasión moral, señales de precios y financiamiento adicional- tienen algo en común: se centran en fomentar la demanda global por descarbonización.
Sin embargo, el lado de la oferta está notoriamente ausente de la conversación. Cada vez que alguien hace una compra, hay alguien que hace una venta; el gasto de una persona es el ingreso de otra. Si bien la estrategia del lado de la demanda hace hincapié en la compra y el gasto, pasa por alto la dinámica crucial de vender y ganar. Esto hace que todo el esfuerzo se vuelva ineficiente, injusto y políticamente engorroso.
Centrarse únicamente en los factores del lado de la demanda es ineficiente. Una creciente demanda de descarbonización, sin un incremento correspondiente en la oferta de las herramientas esenciales como cables, baterías, electrolizadores, vehículos eléctricos (VEs), acero verde, fertilizantes y celdas eléctricas, no haría más que hacer subir los precios y enriquecer a los proveedores actuales de estos productos. Por ejemplo, la CMNUCC y sus NDC inducen a Bolivia al desmantelamiento de sus centrales térmicas, pero no hacen nada por ayudarla a capitalizar sus reservas de litio, las más grandes del mundo. En términos más generales, se insta a los países a concentrarse en sus propias emisiones, en lugar de contribuir al esfuerzo de reducir las emisiones globales expandiendo la producción de las herramientas de la descarbonización.
Este foco exclusivo en el lado de la demanda de la descarbonización también es financieramente ineficiente. Dirige el capital disponible hacia los grandes emisores y no hacia los potenciales proveedores de recursos de descarbonización.
Un buen ejemplo es la iniciativa Una transición justa para todos del Banco Mundial, que brinda financiamiento a los países que cierran las centrales eléctricas alimentadas a carbón. Las Alianzas para una Transición Energética Justa que han sido anunciadas hasta el momento han apuntado a los principales consumidores de carbón como Indonesia, Sudáfrica y Vietnam, pero no respaldan a los países que podrían contribuir del lado de la oferta, como Bolivia, Chile, la República Democrática del Congo, Egipto, Marruecos y Namibia. Al desarrollar sus recursos minerales, solares y eólicos o al expandir su producción de baterías, VEs y amoníaco verde, estos países podrían desempeñar un papel crucial a la hora de impulsar la descarbonización.
Hasta el momento, la transición energética justa se ha centrado esencialmente en mitigar las pérdidas experimentadas por los trabajadores en la industria de los combustibles fósiles y en gestionar los costos adicionales asociados con abandonar estas fuentes de energía. Pero la transición a energías limpias, probablemente, tenga efectos distributivos significativamente más amplios.
Los países importadores de energía hoy en día incurren en costos muy elevados para comprar carbón, petróleo y gas, lo que enriquece a los exportadores de esos recursos. Hoy, se los insta a importar herramientas de la descarbonización en lugar de convertirse ellos mismos en proveedores. Y a falta de medidas que mejoren la capacidad de esos países para financiar sus importaciones a través de mayores exportaciones, esto implica sumar un tipo de importación a otro.
Un mundo verde alimentado a energía solar, eólica, de biomasa e hidráulica resultaría en una distribución más equitativa de la producción que favorecería a regiones como los trópicos y las zonas áridas como los desiertos de Sahara, Sonora, del Namib y Atacama. Como el petróleo es tan barato de transportar, hizo que el mundo se volviera energéticamente plano, permitiendo que industrias de alto consumo de energía como el acero y los productos químicos puedan operar en países importadores de energía como Japón, Corea y Alemania. Pero es poco probable que esto siga siendo sustentable en un mundo verde. Dado que las energías renovables son mucho más costosas de transportar que el petróleo, las industrias de alto consumo energético probablemente intenten reubicarse más cerca de zonas ricas en energías verdes.
La estrategia actual de descarbonización no promueve esta reubicación en regiones más ricas en energías renovables, muchas de las cuales están en el Sur Global, desaprovechando así la oportunidad de que el mundo se vuelva más verde y más equitativo. Al centrarse en los principales países consumidores de carbón, el marco Transición Energética Justa hace poco por abordar la desigualdad global de manera efectiva.
Una estrategia que incluya tanto el lado de la demanda como el de la oferta de la descarbonización fomentaría coaliciones mucho más amplias en favor de una transición acelerada. Si los países pudieran forjarse un rol como proveedores de las herramientas de la descarbonización, tendrían un incentivo para presionar por un mundo que demande más sus nuevas exportaciones.
Comparemos ese incentivo con la noción de que instalar solamente paneles solares generaría suficientes empleos como para justificar la transición a energías limpias. Esos empleos nunca podrían convertirse en un motor de crecimiento porque la mayor parte del gasto va hacia los productores de paneles solares. Por el contrario, convertirse en los proveedores de herramientas de la descarbonización del mundo les permitiría a los países en desarrollo crear nuevos flujos de ingresos nacionales y regionales, facilitando un crecimiento generalizado del empleo en todas las actividades económicas.
La estrategia prevaleciente para reducir las emisiones de GEI amenaza con hacer que la transición a energías limpias se vuelva ineficiente, costosa, injusta y políticamente contenciosa, mientras que una estrategia que les dé igual peso a los lados de la oferta y de la demanda reduciría los costos, promovería la justicia y ganaría mayor respaldo político. Esta estrategia movilizaría el potencial creativo de los países al ampliar su foco, pasando de sus propias emisiones a satisfacer las necesidades de un mundo en proceso de descarbonización. Esa es una estrategia de crecimiento para todos y un llamado a la acción más convincente y más lleno de energía.