“El amor es una acción: nunca es simplemente un sentimiento” bell hooks
A mí esto del amor todavía no se me da muy bien. Dirigir equipos y sacar lo mejor de la gente, bien. Enseñar o hablar en público y explicar el concepto más enredao' del mundo mundial y que todo el mundo lo entienda, bien. Estar ahí para la gente que quiero con lo que necesitan incluso antes de que sepan que lo necesitan, bien. Recoger mi tienda y mudarme a cientos o miles de kilómetros para empezar de cero cuando sé que necesito crecer, requetebien. Flirtear y bailar pegao' la noche entera con el tíguere que me gusta, más que bien. Pero abrirme nuevamente a la vulnerabilidad y la incertidumbre del amor después de las experiencias terribles de los últimos años… ¿cómo dijo usted? ¿cuál concepto es que quiere que le explique? ¿la desigualdad social, el agujero de ozono, cómo funciona Wall Street? Sí, déjeme leer un chin y vengo ahora.
Y lo peor es que esto se convierte en un círculo vicioso porque esta inseguridad en el amor por más cara de mujercita hecha y derecha que ponga, los hombres la notan (y solo me gustan los hombres, me disculpan mi gente LGTBQ pero no puedo ser genial en todo). El último hombre que logró abrirme el corazoncito después de muchos años de tenerlo más resguardado que la caja fuerte de un banco tuvo a bien, dos meses más tarde, pasarle por arriba con una patana y luego meter reversa, devolverse y pasarle arriba otra vez por si las dudas. Él es, en general, una buena persona así que no creo que fuera su intención. Y como soy orgullosa con ganas no se lo dejé saber así que sólo mis amistades más cercanas asistieron al divertido espectáculo de “cuánto vamos a llorar este mes” que proyecté en un cine cerca de usted por los siguientes cinco meses.
Aprovecho este medio tan prestigioso para agradecerles otra vez a mis ángeles por la paciencia prestada a esta, su dilecta servidora y su moqueo interminable. Claro que para mantener un poco de tensión dramática por lo menos me esforcé en variar la frecuencia (mis amigas me dicen que a esto le llaman disque “sanar”): el primer mes lloraba todos los días, el segundo inter-diario, el tercero cada dos días y los fines de semana y así sucesivamente.
Claro que hubo gente a la que tuve que dejar de ponerle el tema porque mi novela les cansó bastante bastante rápido. Y, aunque no lo dijeron directamente porque se vería como muy feo, me hicieron saber que “alfavol”, solo quieren ver las películas de acción con la protagonista “Esther súper chula, exitosa y sonriente TODO EL TIEMPO” en vez de esta comedia romántica mala y sin comedia que les ofrecí por tantos meses. Como se imaginarán, esas personas han perdido muchos puntos en el termómetro de mi corazón y se recurrirá a su amistad solo para temas profesionales y de análisis profundo de la realidad nacional e internacional… si acaso.
El asunto es que, optimista y terca como soy de fábrica, me he esforzado en mantener la amistad incluso hasta en el momento en que me dijo las palabras que me dieron el puñetazo metafórico en el estómago. Ya ustedes saben, las consabidas “me di cuenta de que realmente no quiero estar en una relación” o “tú eres una mujer maravillosa, me siento muy halagado” con las que los varones heterosexuales parecen venir debajo del brazo cuando nacen en vez del famoso pan aquel. (Y sabes que se están y te están mintiendo pero igual te duele cuando los ves después de pareja feliz con otra mujer en persona o en las redes porque al parecer se iluminaron camino a la Meca y cambiaron de opinión).
Feminista y socióloga como soy, sé que no vienen con eso nada sino que como sociedad les damos los mensajes constantes que interiorizan hasta los más progre de que pueden hacer y deshacer en las relaciones con las mujeres sin consecuencias. Desde chiquiticos les decimos que “los hombres no lloran” y les preguntamos que cuántas novias tienen (sí, en plural y asumiendo desde ya su orientación sexual) cuando ni saben lo que es tener pareja. Les felicitamos y consideramos “exitosos” si tienen dinero y poder pero no si son considerados y practican la reciprocidad. A excepción de la relación con la madre y con los panas, les enseñamos a no priorizar las relaciones ni la conexión emocional (¿cuántos hombres usted ve presentándose como esposos o padres en el trabajo?) y les ignoramos olímpicamente en el Día del Padre porque ser buen padre todavía se ve como la excepción. No todos caen en esta trampa y especialmente en las generaciones más jóvenes (mis estudiantes incluidos) veo cada vez más ejemplos hermosos de cambiar el patrón. Pero en mi generación todavía el patrón es tan patrón que se ha convertido en un cliché.
En mi caso particular, y la gente que me quiere se ha cansado de decírmelo, tengo el problema añadido de que siempre le doy a la gente el beneficio de la duda y por demasiado tiempo. De hecho, el mismo día del paseo de la patana el susodicho me mencionó (además con una sonrisa amorosísima de oreja a oreja) que la lealtad es una de las muchas cosas que le encantan de mí. Aunque evito la violencia, no les sorprenderá saber que en ese momento era yo la que quería propinarle un puñetazo nada metafórico. Pero la tristeza solo me había dejado con la energía suficiente para pretender que su rechazo no me importaba. Y bueno, no es lo más saludable ni lo que habría sugerido el Dalai Lama pero si él iba a usar sus mecanismos de defensa y ni disimulaba el alivio que sentía por huirle al compromiso pues yo también.
Así que después que cerré la semi-exitosa cartelera de “Esthercita la del corazón roto que pretende que no está roto ná’”, me refugié en mis ángeles, el trabajo y los viajes que adoro y mis prácticas de autocuidado. Mi terapista incluso me recomendó el libro “Conscious Uncoupling” (Separación Consciente) que hizo famoso la actriz Gwyneth Paltrow hace años cuando se divorció de Chris Martin, el cantante de Coldplay. Con lo cruel y cínica que es la gente por el miedo terrible que nos da bregar con las emociones, a la Paltrow le dieron una sola relajá (también la relajan con muchas otras cosas y ella no ayuda). Pero resulta que el proceso que presenta el libro es excelente y me ha ayudado muchísimo. Es no solo para gente como yo que pasó por una relación de dos meses que llevaba más de 10 años sino para toda la gente que está pasando por un duelo amoroso, sin importar el tiempo que duró la relación, y que siente que hay patrones no saludables que repite y que necesita sanar. (¿Vieron? Ya hasta uso la palabra. Esto promete).
En esta nueva película de “Esthercita recoge su corazoncito roto y lo apapucha para variar” también me ha ayudado mucho la metáfora del arte japonés del Kintsugi. El Kintsugi es una técnica de reparación de objetos de cerámica en la que, en vez de volver a unir las piezas rotas como si no hubiera pasado nada, el o la artista llena los espacios entre los fragmentos con oro y crea una pieza nueva mucho más sofisticada y hermosa. Y no sé por qué me dio con un tema tan personal en la crónica de hoy, pero quería compartirles esta historia y lo que me ha llevado a aprender. Porque eso es lo que estoy haciendo ahora, mi gente, llenando mis heridas con oro.