En la primera parte de este artículo dejamos algunas preguntas sin respuestas a fin de ser contestadas en la presente entrega. Preguntamos, al amparo de las referencias escritas con las que se cuenta sobre Jesucristo, si Jesús de Nazaret fue un personaje histórico o si se trató de una figura ficticia, creada con el propósito de sustentar el movimiento religioso más extraordinario de todos los tiempos: El Cristianismo. De igual forma cuestionamos la posibilidad de que Jesús fuese un personaje real pero intencionadamente divinizado, esto es, la mitificación adrede de un ser revolucionario para referenciarse como el pilar de la principal religión monoteísta del mundo.
Hay quienes cuestionan la existencia de Jesús como figura histórica en virtud de las pocas evidencias no cristianas con las que se cuenta respecto a su paso en el escenario de la historia; no se explican cómo es posible que un ser con capacidades extraordinarias e incluso sobrenaturales, que anduvo predicando y reclutando adeptos, no haya acaparado la atención en la sociedad romana como para que de él se escribiesen libros enteros o por lo menos haya habido suficientes referencias históricas que permitan un estudio más objetivo sobre su vida terrenal. Pero también los hay quienes afirman como un hecho incuestionable la existencia real de Jesucristo, basado fundamentalmente en la tremenda influencia de su existencia y en hechos que se encuentran vinculados, casi con un asentimiento universal, a las crónicas personales del Mesías.
El teólogo y sacerdote John Paul Meier, autor de la reconocida obra “Un judío marginal, repensando al Jesús Histórico”, considera que existen dos acontecimientos en la vida de Jesucristo que resultan irrefutables a la luz de la historia: El bautismo y la crucifixión de Jesús. Meier, para sustentar sus argumentos, no solo apela a los testimonios evangélicos de los que se dispone a la hora de estudiar al Cristo, sino que también recurre al Criterio de Dificultad para analizar con sentido crítico ambos eventos. Considera que no hay posibilidades de que los cristianos interesados en mitificar a su líder hayan inventado el evento de la Crucifixión, ya que hacerlo implicaría vincular al Mesías a una pasión vergonzosa, la cual estaba reservada a las peores personas que no representaban ningún tipo de relevancia social y también a los esclavos, lo que contradecía la idea de un Mesías fuerte y restaurador, como se esperaba en las poblaciones judías de la época. De igual forma los cristianos no pudieron haber inventado el bautismo de Jesús por parte de Juan el Bautista, ya que, si el bautismo era empleado por el profeta a fin de redimir los pecados, supeditar a Jesucristo al bautismo realizado por otro personaje hubiese constituido para el imaginario de los autores un acto de sumisión que podría contravenir el propósito de su mitificación.
Al margen de los evangelios o de los hechos de los apóstoles, o incluso del análisis estrictamente racional que hace Meier, existen fuentes apócrifas, pero de un inconmensurable valor histórico, que permiten valorar positivamente la existencia de Jesús. Una de ellas nos la ofrece Flavio Josefo en su obra Antigüedades Judías, texto histórico escrito más de medio siglo después de la muerte del cristo, pero sin dudas constituye el escrito más antiguo en los que se alude a la figura del Mesías desde una perspectiva esencialmente histórica. En el Testimonio Flaviano aparece una mención de Jesús como un hombre sabio, caracterizado por hacer milagros impactantes logrando atraer hacia él tanto a gentiles como a judíos, que denominados como cristianos no habían parado de crecer en número hasta la fecha en que el texto fue escrito. Josefo también refiere la crucifixión de Jesucristo, explicando que fue decretado por Poncio Pilatos tras recibir las denuncias por aquellos que se constituyeron en los “primeros entre ellos”. Si bien es cierto que la versión vertida por el antiguo historiador resulta insuficiente para certificar la mayor parte de la vida y obra de Jesús, también lo es el hecho de que el testimonio sirve como una referencia certificante de la existencia terrenal de Jesucristo y del movimiento que surgió tras su muerte en la forma y modo en que lo describe la Biblia.
Así las cosas, parece haber un consenso en que Jesús de Nazaret fue un personaje real que vivió como súbdito del imperio romano y que dedicó su vida a las obras, las prédicas y las enseñanzas éticas y morales, aunque sobre a su vida subsistan misterios sin resolver y acontecimientos inéditos. Sin embargo, como argumento a favor de los que postulan por la existencia de Jesús debe considerarse que la falta de más pruebas históricas relativas al personaje se debe, probablemente, a la terrible persecución desatada contra los primeros grupos cristianos y a la posibilidad de que se haya proscrito todo texto alusivo al nazareno.
El Cristianismo como corriente religiosa estuvo vetado en el imperio hasta la promulgación del Edicto de Milán en el año 313, año en que capitulan las persecuciones a los cristianos que venían creciendo exponencialmente desde el siglo I hasta el Siglo III D.C. Antes del Edicto de Milán, y por consecuencia de Constantino, la persecución a los adeptos de cristo era terrible; se trató quizás del veto más encarnecido que sufrieron los cristianos en toda su historia. Al cabo de casi tres siglos la llamada iglesia primitiva fue perseguida por los emperadores reinantes, especialmente los pertenecientes a la dinastía Julio-Claudia, integrada por Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón. Se trató para los cristianos de una época de represión ignominiosa, donde los pertenecientes a la nueva Secta eran asesinados en el coliseo, condenados a morir o en el mejor de los casos enviados al ostracismo.
Sobre esta parte continuaremos refiriéndonos en una tercera entrega del presente artículo.