Jesucristo es para muchos la figura más influyente en la historia de la humanidad, un predicador cuyo mensaje se acerca a las creencias de una de las sectas judías que se establecieron desde mediados del Siglo II a. C. tras la revuelta de los macabeos contra la influencia helenística en la vida de los judíos. El contexto histórico en el que nace y se desenvuelve posteriormente el ministerio de Jesús explica a modo de resultado los dramáticos acontecimientos de su existencia, que lo han llevado a constituirse en el personaje más cuestionado de la historia, pero también el más venerado y emblemático de todos.

Existe en Jesús de Nazaret un aura de misterio en rededor de su figura que ni los evangelios ni la historia han logrado revelar, sobre todo aquellas cuestiones que surgen a la hora de preguntar sobre la crianza de Jesús, su vida de adolescente o su educación. Sin embargo, podemos colegir por parte de los evangelios canónicos que Cristo dominaba el idioma magistralmente, tanto escrito como discursivo, aunque no se tengan evidencias o al menos rastros de algún texto escrito por él. En el evangelio de Juan, cap. 8 versículos del 1-11, se establece que los fariseos presentaron al Maestro una mujer sorprendida en adulterio. Para cuestionarle y llevarlo a error, preguntaron cómo podría ser la mujer juzgada tomando en cuenta la ley de Moisés que prescribía la lapidación para aquellos casos. Jesús, sin inmutarse, se puso a escribir en el suelo, luego se incorporó y sentenció: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”.

Lo importante de aquella referencia y lo que evidentemente ha trascendido a lo largo de la historia es el carácter compasivo de Jesús, su predisposición a perdonar incluso por encima de lo ordenado por las leyes judías. Pero frente a lo moralmente imperante de aquel acontecimiento surge como otro rasgo característico su incuestionable instrucción; el maestro sabía leer y escribir, lo que significa que en alguna etapa de su desarrollo había tenido acceso a una educación privilegiada si consideramos el reducido sector que podía hacerlo en la sociedad del Imperio Romano. De los evangelios se desprende que el Mesías había formado parte de los seguidores de Juan el Bautista, o al menos acudía a sus predicas, quien a través del bautismo con agua llevaba a cabo una especie de ritual preparatorio a la iniciación del servicio a un Dios único, creador de los cielos y la tierra, a quien Jesucristo luego lo revelaría como el Padre. Pero, como contrapropuesta a lo descrito por los evangelios, algunos historiadores sospechan que Jesús en su adolescencia pudo haber formado parte de los Esenios, un grupo sectario judío que entre otras cosas se caracterizaba por su hermetismo y discreción, pero que pudo ser determinante en la formación del joven Jesús.

Sin embargo, debe aducirse que cualquier versión sobre la vida desenvuelta por Jesucristo, fuera de lo que se describe en los evangelios, puede resultar especulativa, en virtud de los escasos elementos probatorios que a la luz de la historia pudieran ser usados como resortes de una teoría asertiva. Son precarias las fuentes históricas que sostienen un argumento a favor de la existencia terrenal de Jesús, y fuera de los evangelios no existen referencias escritas de Jesucristo más allá que las lacónicas alusiones de Flavio Josefo, Tácito, Suetonio y Plinio el Joven. Frente a estas dudas surgen las obligadas preguntas: ¿Fue Jesús de Nazaret un personaje real y que viviera terrenalmente entre nosotros, o fue más bien una creación literaria a fin de tenerla como fundamento del movimiento más grande de todos los tiempos? Y si Jesús existió ¿Habrá sido mitificado?

Estas preguntas la responderemos, al amparo de un ejercicio crítico y reflexivo, en una segunda parte de este artículo.