Hay consenso de que los mejores meses del año en nuestro país son entre noviembre y febrero. Las temperaturas bajan, las casas se adornan, se procuran encuentros familiares y entre amistades, la gastronomía se enriquece en variedad y sabores, hay más tiempo libre, se promueven los regalos, hasta la música pone ritmo a la cotidianidad. No importa cuán desvinculada esté la sociedad de las fiestas de adviento y navidad, se viven intensamente estas semanas.
En mi niñez, en San Juan de la Maguana, estos meses de fin de año e inicio del siguiente, además de bajar la temperatura, amanecía regularmente el pueblo totalmente cubierto de una densa neblina, deliciosa para verla desde la ventana de la habitación y arroparse para continuar con el sueñito madrugador. Si las clases obligaban, sobre todo el curso de matemáticas con el Profesor Luís Matos que comenzaba a las 7 de la mañana en cuarto de bachillerato, entonces andaba de casa al Colegio entre calles fantasmales, orientado por la memoria de la ruta y alrededor del mercado aparecían señoras con fogones vendiendo café, te y chocolate, y cigarrillos. Como si fueran pequeñas bolsas de luz y calor en la neblina.
Los problemas -personales, comunitarios, sociales- no desaparecen, pero se ven con algo de optimismo, el ambiente ayuda a no desesperarse. La ilusión de un nuevo año prende en el corazón y la mente de muchos para imaginar un nuevo inicio, nuevas oportunidades. Una cosa es esencial, nunca vivir solo este tiempo.
Siempre he recomendado para amigos y conocidos extranjeros que este es el mejor momento para visitar las ciudades y pueblos de nuestro país, por supuesto si lo que se busca es playa el verano es el tiempo adecuado.
Ojalá este invierno criollo brinde a la mayoría sosiego y cierta abundancia, el mundo no ha cambiado, pero la óptica de las cosas y las relaciones se suavizan, eso ayuda mucho para el diálogo y el esfuerzo común. En lo personal lo vinculo a tiempo de lectura y caminata, los grados Celsius de menos contribuyen a que disfrutemos de ambas actividades. Y a los que habitamos en la Fe del Dios que se hizo carne y habitó entre nosotros, nos haga más solidarios con todos los seres humanos, sin importar su condición social, su estatus legal o su visión del mundo. Jesús nació para todos, no sólo para los de mi tribu o mi credo.