El 27 de agosto de 1946, en un histórico manifiesto —firmado por Fredy Valdez, Roberto MacCane, Ramón Grullón, Mauricio Báez, Héctor Ramírez, Rafael Ovenedit, Luis Escoto, Antonio Soto— el Partido Socialista Popular anunciaba su presencia en el país y su decisión de lanzarse a la lucha política. Sus dirigentes habían dejado el exilio, habían salido de la clandestinidad, se habían atrevido a regresar, acogiéndose a un quebradizo pacto con la bestia, y muy pronto su presencia se haría sentir en el escenario nacional.

Una de las primeras cosas que harían los dirigentes del PSP fue reactivar la Juventud Revolucionaria, la JR, con el nombre de Juventud Democrática, el frente amplio destinado a captar y aglutinar a la oposición sin distinción de credo político. Otra cosa, quizás más importante, fue encauzar el trabajo de masas hacia las organizaciones de obreros, infiltrarse en la Confederación de Trabajadores Dominicanos, CTD.

La bestia nunca pudo prever el estado de zozobra en que los comunistas del PSP y los miembros de la JD pondrían al aparato estatal. El doble juego con los comunistas nunca estuvo bajo su control. De hecho, la criada le salió respondona. Muy pronto se producirían movilizaciones y protestas de cierta consideración en la capital y Santiago, se crearía un estado de agitación permanente. Muy pronto, apenas seis meses después de la llegada del PSP, estallaría en el este, en la La Romana, en el corazón de la industria azucarera, la más grande y larga huelga de obreros que sufrió el régimen de la bestia. Pocas veces, en toda la historia patria, había estado un movimiento político en manos de dirigentes tan capaces como audaces.

Había en sus filas un activo, el más valioso de todos: dirigentes obreros que le permitirían influir y accionar de manera determinante entre los trabajadores de la industria azucarera. Uno de ellos era Mauricio Báez, el más emblemático sindicalista en la historia de la República.

A Mauricio le habían salido los dientes en la lucha sindical, aunque también llegó a trabajar como obrero en el corte de caña. Empezó a batallar desde los años treinta, desde el inicio mismo de la era y muy pronto se dio a conocer por su carácter fogoso, insobornable. Sobresalía por “su alta estampa de negro formidable”, un negro perfilado y elegante al que gustaba usar traje y sombrero blancos. No tenía una educación formal, pero era dueño de una inteligencia despejada y de un talento y vocación de periodista, y era temible como orador, un orador de barricada, que recorría los muelles de San Pedro de Macorís y los numerosos locales de los trabajadores de la caña con sus palabras incendiarias, despotricando contra la injusticia y abogando por la unidad de los trabajadores. Organizó sindicatos, organizó y participó en numerosas huelgas y actos de protesta hasta que su actitud desafiante y él enrarecimiento de la situación política lo llevaron primero a la cárcel y lo obligaron después a tomar la vía del exilio, del cual regresaría no mucho tiempo después con sus compañeros del PSP. Desde que puso pie en la isla volvió a las andadas. Retomó de inmediato su labor de organizador y agitador en la región este, en el corazón de la industria azucarera.

En torno a él, aparte de su inseparable correligionario Justino José del Orbe (el inolvidable Viejo Justo), se agruparon Héctor Porfirio Quezada, Julio Aníbal García Dickson, Alberto Laracuent Polanco, Hernando Hernández (padre de Homero Hernández Vargas), Benjamin Carela, Mario Julio Cuevas, Ismael Paulino y otros bragados dirigentes sindicales. Varios de ellos morirían de mala muerte en poco tiempo, asesinados por esbirros de la bestia, pero no sin haber logrado organizar numerosos gremios y una federación en la región, más una huelga de resonancia nacional.

Dice Crassweller que en esa época había en el este unas ciento cincuenta organizaciones laborales, aunque la mayoría obedecía a los intereses de la bestia. Se habían producido, sin embargo, varias huelgas (e incluso actos de sabotaje que incluían incendios provocados y descarrilamientos), y existía un auténtico fermento de rebeldía en la clase obrera.

Tras el regreso de Mauricio Báez y al cabo del unos meses de intenso trabajo organizativo se produjo, precisamente al inicio de la zafra, la madre de todas las huelgas en La Romana. Una huelga que —al decir de Crassweller— se extendió ampliamente, espontáneamente, hasta San Pedro de Macorís y que el aparato represivo de la bestia no fue capaz de detener con la fuerza de las armas, o que la bestia no se atrevió a detener a sangre y fuego por temor a las consecuencias, al posible entorpecimiento del proceso productivo. Fue la única huelga verdaderamente importante y exitosa que se le hizo al gobierno de la bestia y duró en total unas dos semanas y recibió —como dice Crassweller— la atención personalizada de los más altos funcionarios del gobierno.

Los acuerdos posteriores dieron a los obreros lo que habían buscado, un aumento sustancial del salario, que duplicaba lo que hasta el momento recibían los cortadores de caña y jornadas de ocho horas diarias. Además no hubo violencia durante la huelga ni hubo represalias mientras duró.

Lo que vino después fue, sin embargo, terrible, como era de esperar. Toda una ola o un tsunami represivo. Varios dirigentes serían burdamente asesinados y después acusados de cometer suicidio. Docenas serían encarcelados y otros se refugiarían en la embajada de México. Mauricio Báez, el prominente líder comunista y sindicalista, volvería otra vez al exilio. El exilio en Cuba. Pero la bestia ya lo había sentenciado.

Mauricio no abandonó la lucha contra la bestia en el país ni en el extranjero. Denunciaba por la radio sus crímenes y atropellos y denunciaba la presencia de los espías y sicarios que importunaban la vida de los exiliados. Contra uno de ellos, el monstruoso Felix W. Bernardino, que era cónsul en La Habana, dirigía con frecuencia sus cañones. Lo acusaba abiertamente por los abusos y asesinatos que Bernardino había cometido en sus tierras del Este de la República Dominicana. El mismo monstruoso Bernardino a quien se le atribuye la planificación de su desaparición y muerte.

En varias ocasiones, su compañero Justino José del Orbe le había advertido del peligro que corría al exponerse públicamente de forma tan temeraria y de la necesidad de tomar precauciones. El día 9 de diciembre de 1950 se lo advertiría por última vez. En esa ocasión se trataba de una amenaza concreta. Justino era portador de un mensaje de la exiliada Genoveva Ramírez Alcántara, en la que esta le decía que había llegado a La Habana un grupo de sicarios de la bestia con el propósito de darle muerte a él y otros dos dirigentes del exilio. Pero todo fue inútil.

Uno o dos días más tarde Mauricio Báez recibió la visita de tres individuos con los que se le vio conversando en la calle, como si fuesen amigos o conocidos, se montó con ellos en un automóvil y desapareció para siempre.

De los horrores que sufriría solo es posible hacerse una idea, una pálida idea.

(Historia criminal del trujillato [104])
Bibliografía:

Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator. Gabriel Atilio, “Los comienzos de la lucha política de clases en la República Dominicana” (https://www.marxist.com/republica-dominicana-origenes-socialismo.htm).

oberto Cassá, “Movimiento Obrero y Lucha Socialista en Republica Dominicana”. Bernardo Vega, “Un interludio de tolerancia”. José Abigail Cruz Infante, “Un líder sindical asesinado” (https://listindiario.com/puntos-de-vista/2008/09/21/74536/un-lider-sindical-asesinado).