Existen muchos estereotipos de género, pero el más extendido es que las mujeres hemos nacido para parir y cuidar. Que tener hijxs es nuestra vocación primaria.

La ciencia, sin embargo, ha desestimado que exista realmente el instinto maternal, señalando diversas investigaciones que se trata más bien de un comportamiento individual que depende de una serie de impulsores químicos.

En particular, un estudio de 2018[1] asevera que los sentimientos de afecto y apego se desarrollan días después de dar a luz, y que algunas madres luchan por experimentarlos por un buen tiempo. Además, que cuando una persona se convierte en madre, biológica o no, la química del cerebro le cambia, pero que la de los padres por igual. Los hombres también tienen las mismas capacidades. Esto apoya la idea de que dicho instinto es un mito[2].

Los instintos en los seres humanos no se expresan de la misma forma que en los animales, de manera rígida e inmutable, sino flexible y adaptable. Cuando hace hambre, en vez de responder en automático, o abrimos la nevera, o vamos a un lugar de comida, o al supermercado. Nuestro modo de actuar, aunque influenciado por el proceso evolutivo, es aprendido.

Lo que se considera un instinto maternal, podría ser uno de cuidado, el que varía en todos los individuos, y el que no debe darse por sentado ante la obligación de cuidar a alguien. Asumir que solo lo poseemos las mujeres, es despojar al hombre de la posibilidad de crear un vínculo afectivo duradero, además de que le resta responsabilidad.

Muchas mujeres, luego de tener hijxs, encuentran que la maternidad no es un proceso tan idílico como lo pintan, llegando incluso a arrepentirse. Pero es algo sobre lo que no se puede hablar. La depresión postparto tiene igual que ver con esta decepción y con no poder expresarla.

Hay evidencia al respecto. Orna Donath, socióloga israelí, escribió Madres arrepentidas, ensayo que pone en entredicho lo sublime de la maternidad, el que sea un acontecimiento siempre satisfactorio. Se pregunta, ¿quién nos cuida a nosotras y quién nos ayuda con la crianza? La respuesta es casi siempre: nadie. Demandas y expectativas que erosionan. La plenitud y la felicidad, dos conceptos tan subjetivos, pueden bien ser alcanzadas por las vías menos convencionales.

No tomamos la decisión de ser madres libre y conscientemente, sino que se nos impone. Me gustaría que algo tan trascendental se pudiera elegir con toda la racionalidad, como yo he elegido no serlo.

Deseo vivir en una sociedad en la que pueda no ser madre y marcharme a mi casa después del trabajo a tirar aviones de papel” (y le agrego, sin ningún tipo de remordimiento)/ Orna Donath.

[1] https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC6041785/

[2] https://www.nature.com/articles/ncomms2713