Desde la instauración de la segunda vuelta electoral en Colombia, mediante el proceso constituyente de 1991, ninguna contienda había generado una certeza anticipada: la ruptura con la clase política tradicional. Esto en razón de que los dos candidatos que este 19 de junio se disputan la Presidencia de la República no provienen directa o indirectamente de las filas de los históricos partidos Liberal y Conservador.

Por un lado se encuentra el tres veces candidato presidencial de la izquierda, Gustavo Petro, quien militó en la guerrilla urbana que entre 1974 y 1990 encabezó el movimiento M-19. Tras la disolución de ese grupo insurgente a raíz de los acuerdos de paz, Petro inició una dilatada carrera política que lo ha llevado a ostentar los cargos de representante (diputado), alcalde de Bogotá y senador.

Debido a su origen en la insurgencia marxista, los adversarios de Petro han centrado sus ataques en equipararlo con el fenecido presidente venezolano Hugo Chávez. A nuestro modo de ver, si bien es innegable que entre ambas figuras hay evidentes coincidencias ideológicas y cuestionamientos en torno a su talante democrático, no es menos cierto que entre ambos se detectan marcadas diferencias respecto a sus orígenes políticos y posteriores carreras.

Contrario al caso de Petro, el desaparecido caudillo venezolano se formó en las fuerzas armadas. Además, en contraste con el político colombiano, al momento de Chávez ascender democráticamente al poder en 1999, no registraba en su hoja de vida experiencia alguna en la Administración civil, situación que explica en parte la improvisación con la que condujo a Venezuela.

La alternativa al exguerrillero la representa Rodolfo Hernández, un profesional de la ingeniería que, en la primera vuelta, al lograr desplazar del segundo lugar al abanderado del poderoso expresidente Álvaro Uribe, se convirtió en la novedad de la política colombiana. Aupado por un estratégico manejo de las redes sociales, especialmente de TikTok, el ingeniero Hernández ha enfocado su discurso en el combate a la corrupción administrativa, la cual considera que no desaparecerá mientras siga en el poder la misma clase gobernante.

A pesar de mercadearse como una especie de emergente (outsider), ajeno al sistema político, Hernández ejerció de manera aceptable la alcaldía de Bucaramanga, importante paso fronterizo y comercial con Venezuela. Sin embargo, hay muchas dudas sobre su eventual manejo presidencial, dado que en su discurso brillan por su ausencia propuestas concretas a los actuales desafíos socioeconómicos colombianos.

A partir de los años noventa, con la elección de Fujimori en Perú y de Chávez en Venezuela, en varios países de América Latina se ha venido replicando el auge de fenómenos electorales que reivindican una aparente antipolítica que, gracias al descrédito de la dirigencia política y al recurso de un discurso simplista, pero atractivo, logran captar el respaldo popular. Eso parece también rondar en Colombia, independientemente de quién resulte ganador este domingo.