El 23 de septiembre de 1922 fue suscrito en Washington el denominado Plan de evacuación Hughes-Peynado, que pondría término a la intervención militar norteamericana al país que se desarrollaba desde 1916. Aunque se ofertó como un acuerdo patriótico no lo era, aceptaba todas las imposiciones del interventor. Desde un principio el movimiento nacionalista que promovió la desocupación lo denunció como un subterfugio para mantener el control político, económico y militar del país, fue impuesto con el poder militar extranjero y luego “canonizado” en la tristemente célebre “Era de Trujillo”.

 

El movimiento nacionalista encabezado por Américo Lugo, Fabio Fiallo, Luis C. del Castillo, Francisco Henríquez y Carvajal y otros intelectuales, tras una intensa campaña de denuncias nacional e internacional incluyendo el respaldo de fuerzas progresistas en Estados Unidos, logró que las autoridades norteamericanas aceptaran evacuar sus tropas del territorio nacional, que habían sido enviadas ante el inadmisible argumento que los dominicanos habían violado el artículo III de la desafortunada Convención dominico-americana de 1907, firmada durante el Gobierno de Ramón Cáceres.

 

Este triunfo de las demandas dominicanas aun en los Estados Unidos, fue ovacionado por la mayoría de los países de América. Federico Henríquez y Carvajal en conferencia pronunciada en Paraguay el 17 de febrero de 1921, manifestaba:

“No hizo esa Junta Nacionalista, ni la hará nunca, faena de odio estéril. Ella conoce las características del pueblo norteamericano -ajeno a la política imperialista- y ha confiado en su espíritu de justicia como confía en el predominio de los principios sobre los hechos injustos, de la verdad sobre el error y la mentira, del derecho sobre la fuerza ciega del hierro y del oro. Por eso, sin duda, ha logrado hacerse oír en Washington y día a día suma a favor de la causa nobilísima y valiosas adhesiones de la prensa y de los círculos políticos de la gran Republica”. (Federico Henríquez y Carvajal. Discursos y conferencias.  Publicaciones de la Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos. Santo Domingo, 1970. pp. 298-299).

 

Ciertamente se había logrado un consenso en las naciones de América, incluyendo los sectores liberales de Estados Unidos que reclamaban la desocupación inmediata de Dominicana. Fabio Fiallo resaltó el exitoso papel de las comisiones nacionalistas que llevaron las denuncias contra el Gobierno extranjero ilegítimo:

“Con todo, el paso de nuestros delegados al través de Sur América dejó tras sí un reguero ingente de simpatías que no podían pasar inadvertidas para los representantes de la Casa Blanca en esas naciones hermanas, ni dejar de ponderar en las decisiones del Departamento de Estado”. (Fabio Fiallo. La comisión nacionalista en Washington (1920-21).  Imprenta La Opinión. Santo Domingo -C. T.- 1939. p. 38).

 

Sumner Welles, funcionario del Departamento de Estado, comisionado para las negociaciones con los dominicanos y tenaz adversario de las posiciones nacionalistas, admitió el éxito de la campaña de denuncias:

[…] la prensa de México, Argentina, Colombia, Cuba, Chile y el Ecuador, lo mismo que la de las Repúblicas de la América Central, emprendieron una fuerte campaña contra la política de los Estados Unidos en cuanto a la ocupación de la Republica Dominicana”. (Sumner Welles. La Viña de Naboth.  Editora Taller. Segunda edición. Santo Domingo, 1973. p. 286).

 

Ante la magnitud de las protestas, los candidatos a la presidencia de Estados Unidos se comprometieron a aceptar el reclamo de los nacionalistas criollos. No obstante, al llegar el momento de las negociaciones se decidió imponer la validación de la ilegalidad político-jurídica de la intervención. Los nacionalistas de modo tajante rechazaron esas pretensiones capciosas y las negociaciones quedaron frustradas.

 

A propósito del marcado interés de legalizar la ocupación militar, Francisco Henríquez y Carvajal en julio de 1922, denunciaba:

“El Presidente Harding, durante su campaña electoral, dijo al pueblo americano que no sancionaría intervenciones ilegales, refiriéndose a Santo Domingo. El, en efecto, no ha sancionado la realizada por el Gobierno americano en la República Dominicana; pero se está pretendiendo, con habilidad e interés marcado, que sea el pueblo dominicano quien la sancione, rindiéndose a firmar tratados que significarían la ruina total de su prestigio y de su libertad”. (Max Henríquez Ureña. Los yanquis en Santo Domingo. La verdad de los hechos comprobada por datos y documentos oficiales.  Editora de Santo Domingo, 1977. p. 287).

 

Efectivamente el presidente Warren G. Harding en la campaña electoral criticó acremente al Gobierno de Wilson por ordenar la intervención, se comprometió a disponer la salida de las tropas de ocupación sin condiciones, pero a la hora cero desde la presidencia echó hacia atrás su propuesta. Esta actitud provocó múltiples censuras en el país que abortaron el llamado Plan Harding. Max Henríquez Ureña, al explicar la magnitud de las manifestaciones dominicanas apuntó para la historia:

“Muchedumbres abigarradas recorrieron, para exteriorizar su enérgica repulsa a ese plan, las calles de todas las ciudades dominicanas. El desfile ordenado de tan gran número de ciudadanos como jamás se había visto en la agitada vida política del país, era imponente: se trataba de un verdadero ejército que, aunque sin aprestos bélicos, esgrimía armas muchísimo más poderosas que las ametralladoras y los cañones”.( Max Henríquez Ureña. Obra citada. p. 274).

 

El movimiento nacionalista lanzó la consigna de «Desocupación pura y simple», sin ataduras legales. Ante el fracaso de los proyectos de los presidentes Wilson y Harding, Sumner Welles comisionado del Departamento de Estado llegó al país con la orden de armar un nuevo mamotreto de tratado, con la colaboración de personalidades criollas. De inmediato hizo contacto con líderes políticos en receso voluntario como Horacio Vásquez, Federico Velázquez y Elías Brache hijo que se habían mantenido al margen de la campaña por la desocupación, al grupo se integró de “motu proprio” Francisco J. Peynado, quien por su cuenta (según Welles) se trasladó a Washington y se autonombró negociador dominicano:

“La posición del Señor Peynado como ciudadano prominente, libre de vínculos políticos con ningún partido, le facilitó el cumplimiento de la tarea que se impuso”. (Sumner Welles. Obra citada. p. 319).

 

El Listín Diario  al refrendar la actitud de Peynado admitía este no representaba ninguna instancia social, no actuaba con la venia de los dominicanos, sino con su:

[…] propio prestigio personal, sin solicitar ni la influencia de nadie, ni el dinero de nadie, ni el consejo de nadie, sin bombos y platillos, sin alardes ridículos, de patriotismo, sin asombrar al cable, a diarios, con el relato de hazañas estupendas de redención, trabaja día y noche por la reintegración de la República […]  (Juan Daniel Balcácer.  Papeles y escritos de Francisco José Peynado (1867.1933). Prócer de la tercera República.  Fundación Peynado Alvarez, Inc. Santo Domingo, 1994. P. XXVII).

 

Esa “espontaneidad” no era imprevista, estaba sustentada en intereses muy específicos. Bruce J. Calder, historiador norteamericano investigador de este importante tema, destaca que:

“Peynado tenía fuertes lazos con las corporaciones azucareras de Estados Unidos y servido como representante del gobierno dominicano en Washington durante la presidencia de Ramón Cáceres”. (Bruce J. Calder. El impacto de la intervención. La República Dominicana durante la ocupación norteamericana de 1916-1924.  Fundación Cultural Dominicana. Santo Domingo, 1989. pp. 329-330).

 

Las corporaciones azucareras tenían importantes inversiones en el país, bajo el Gobierno de ocupación crecieron de modo desmesurado. El fenecido y prestigioso  historiador Franklin Franco en su Historia económica y financiera dominicana,  revelaba que:

“En 1915 los ingenios azucareros poseían 452,000 tareas de tierras, pero en 1921 la cifra se elevó a 2,700,662 tareas”.  Franklin Franco Pichardo. Historia económica y financiera de la República Dominicana 1844-1962.  Editora Universitaria, UASD. Santo Domingo, 1996. p. 234).

 

¿Hasta dónde fue fortuito asumir una representación que nunca le fue asignada? Entendemos este distinguido intelectual cumplió una misión especial, en atención a los verdaderos intereses que representaba.

 

Su objetivo era corroborar en nombre de los dominicanos todas las imposiciones exógenas para la desocupación, como la legalización de la intervención al aceptar como buenas y válidas las Ordenes Ejecutivas (leyes) ordenadas por los gobernadores norteamericanos (entre ellas el despojo de miles de tareas de tierras a campesinos para provecho de centrales azucareros propiedad de empresarios norteamericanos), así como la ratificación de la Convención Dominico-americana de 1907, argumento utilizado para tratar de justificar la intervención. De igual modo la deuda externa que fue liquidada en 1918 con el cobró del 50% de lo recaudado en las aduanas, fue reactivada con la nueva deuda de 10 millones de dólares realizada por los gobernadores militares, fue la deuda sufragada  en la “Era de Trujillo”, pretendiendo que la habían gestionado y gastado gobiernos dominicanos.

 

El historiador norteamericano Melvin M. Knight en su muy importante libro Los americanos en Santo Domingo,  añadió otro estigma:

“Como Peynado era el único de los miembros de esa comisión informal quien hablaba inglés, se le acusó en Santo Domingo de haber permitido que el Departamento de Estado dictara sus condiciones, siendo los demás miembros de la comisión meras figuras decorativas”. (Melvin M. Knight. Los americanos en Santo Domingo. Episodio de imperialismo norteamericano.  Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc. Santo Domingo, 1980. p. 128).

 

El Plan mediatizado de evacuación fue suscrito el 30 de junio de 1922 en Washington, se mantuvo en suspenso para aplicar medidas que evitaran su repudio, se hizo el acto final en Washington el 23 de septiembre. Sumner Welles admitió se produjeron protestas en Santo Domingo, reclamos que calificaba de “desórdenes”:

[…] la agitación creada por los oradores nacionalistas intransigentes y la prensa seguía siendo muy grande, y se seguían lanzando las acusaciones de traición a la patria contra los que habían ido a Washington”.  (Sumner Welles. Obra citada.  pp. 313-314).

 

Las desaprobaciones enteramente cívicas fueron reprimidas con el poder coercitivo del Gobierno de ocupación militar. Cabe señalar entre ellas el opúsculo publicado por el médico otorrinolaringólogo Federico Ellis Cambiaso (patriota olvidado, opositor a Trujillo durante los 31 años de su tiranía) con el epígrafe de: Los cuatro monstruos de la anexión,  denunciando la complicidad de los cuatro comisionados autonombrados: Francisco J. Peynado, Horacio Vázquez, Federico Velázquez y Elías Brache, con el objetivo de legalizar la intervención. Refiriéndose a Peynado como principal armador de la maniobra antinacional, sentenció:

[…] el Plan de Validación del Sr. Peynado dará el golpe mortal a aquellos cuyos derechos le han sido arrebatados, aquellos cuya única delincuencia ha sido la de solicitar el amparo de la justicia  escarnecida y ridículamente befada. La declaración del Licdo Peynado ha sido de una elocuencia bestial y perversa: «No existe derecho posible de la cucaracha en presencia de la gallina» (Alejandro Paulino Ramos. Editor. Los intelectuales y la intervención norteamericana, 1916-1924.  Archivo General de la Nación.  Santo Domingo, 2017. p. 457).

 

Ellis Cambiaso refería como bajo esta monstruosidad jurídico-política se validarían entre otras cosas el despojo de las tierras de los campesinos, que habían recurrido a los tribunales en reclamos que no prosperaron por disposición del invasor.  Muchos de estos campesinos ante la impotencia se sublevaron en las lomas, el Gobierno de ocupación y sus paniaguados criollos aprovechando que el vocablo despectivo gavillero era de uso común en la prensa para definir a los asaltantes, le impusieron el mote oficial de “gavilleros” a los campesinos sublevados.

 

El combativo y olvidado Federico Ellis Cambiaso, por la publicación de su valiente opúsculo fue condenado a prisión.

 

Félix Evaristo Mejía, de los principales discípulos de Hostos, escribió otro libro intitulado: Alrededor y en contra del Plan Hughes-Peynado,  entre otros aspectos de mucho interés denunciaba el ridículo y servil papel de los líderes políticos tradicionales quienes saliendo del asilo voluntario que se habían sometido en sus hogares, se aprestaron a validar el Plan Hughes-Peynado:

“Los partidos políticos, que parecían fallecidos durante la noche triste de la Ocupación Militar, sólo dormían, y su convulsivo despertar al son de la trompeta miraculosa de este Plan, cuyo simple anuncio los había ya galvanizado en el sueño cataléptico que les diera apariencia de cadáveres, puede aún ocasionar graves daños al país”. (Félix Evaristo Mejía. Prosas selectas 3. Ensayos.  Archivo General de la Nación. Andrés Blanco Díaz, editor. Santo Domingo, 2008. p. 217).

 

Félix Evaristo Mejía sostenía que al no existir causa alguna legítima para la ocupación militar, no podía argüirse un efecto justificado de la misma. Acotando que:

“El Plan, por tanto, a nadie le aprovecha… Miento, empero: el provecho es del yanqui, que tras de bastidores redondeará el negocio, y el país ya degradado caerá ebrio de orgía en sus brazos, por un nuevo Tratado. El Plan sólo aprovecha al yanqui”. (Félix Evaristo Mejía. Obra citada. pp. 186, 211).

 

El Congreso Nacionalista al rechazar la imposición del malhadado Plan Hughes-Peynado, denunciaba:

“Que el entendido recién concertado en Washington entre el Secretario de Estado Norteamericano y algunos caudillos políticos dominicanos, no constituye una justa, franca y sincera revocación del estado de vasallaje político y económico que el ejército de los Estados Unidos de Norteamérica le viene imponiendo al inerme pueblo dominicano, desde hace siete años, por la fuerza de las armas y en ostensible violación del derecho internacional público así como de las convenciones especiales a que han debido estar recíprocamente sujetos el estado opresor y el oprimido”.

 

“Que por lo tanto, lejos de constituir una honesta solución libertadora, dicho convenio no es otra cosa esencialmente que una humillante legitimización del atentado cometido por el ejército norteamericano contra el derecho, el honor y los intereses vitales de la República Dominicana al par de la perpetuación de semejante orden de cosas y sus desintegrantes consecuencias”. Julio Jaime Julia. Editor. Antología de Américo Lugo.  Editora Taller. Santo Domingo, 1977. T. II p. 291).

 

Peynado contraatacó a los nacionalistas que rechazaron la aceptación de las condiciones impuestas en el plan de evacuación. Al insigne Américo Lugo llegó a acusarlo de agente de los haitianos:

“El y yo estamos diametralmente opuestos en esta como en muchísimas cuestiones. El ha preconizado siempre el odio a los EE.UU.  y la confederación dominico-haitiana como el medio de resistir a los yanquis. Yo no predico jamás el odio;  […] (Juan Daniel Balcácer. Obra citada. p. 387).

 

No era cierto que Américo Lugo predicara el odio hacia los Estados Unidos, sino el cuestionamiento a la ocupación militar patrocinada por su Gobierno. Bien conocía Lugo el amplio apoyo a la causa nacional de la ciudadanía de ese país.  La unidad de acción con los haitianos era pertinente en esos momentos que ambos países estaban ocupados militarmente por el Gobierno de los Estados Unidos.

 

Peña Batlle quien formaba parte del movimiento nacionalista, al salirle al frente al “heroísmo” de Peynado, que se jactaba impuso el malhadado plan de evacuación, le respondió de modo brillante, sentenciado:

“Aquello de que “Yo impuse el Plan a Washington…” no es sino una bella humorada. Impuse a Washington lo que Washington había propuesto!”. (M. A. Peña Batlle Previo a la Dictadura. La etapa liberal.   Fundación Peña Batlle.  Editor Bernardo Vega. Santo Domingo, 1990. p. 48).

 

El Plan de evacuación Hughes-Peynado no solo validó la ilegítima intervención militar de 1916, sino que reactivó la infame Convención dominico-americana de 1907, cuya violación fue esgrimida para tratar de justificar la intervención. Además reconoció múltiples leyes (Ordenes ejecutivas) lesivas al interés nacional, que solo favorecían a empresarios norteamericanos, como las que despojaron a centenares de campesinos de sus tierras, de igual modo la aceptación de la nueva deuda externa suscrita por el Gobierno de ocupación para supuestas obras físicas. Con el agravante de crear las condiciones para el ascenso de una mano de hierro que aplicara la paz de cementerio como Trujillo. A cien años de este aciago acontecimiento, debemos recordar el lugar histórico que justamente le corresponde junto a su mentor criollo, como proclamó en esos momentos Federico Ellis Cambiaso:

[…] Francisco J. Peynado,  principal protagonista de esta tragedia impúdica, llena de crímenes horrendos, henchida de dolores y amarguras indecibles, de atropellos y latrocinios inenarrables… En nuestra historia su página está ya reservada, como la de todos los traidores, con esta distinción: un borrón negro que cubra todo lo que sea exponente de lealtad, sinceridad, honor, honradez, decoro, vergüenza, patriotismo y purezas… (Alejandro Paulino Ramos. Obra citada. p. 459).