1. La educación de antaño

El fin 7 pasado, el acucioso intelectual que es Aníbal de Castro (1949), ese nordestano nacional que nos hace sentir orgullosos de nuestra región, publicó uno de esos artículos enjundiosos a los cuales nos tiene acostumbrado, digno de antología, titulado “Tiempos que deberían ser mejores” en su columna “A decir cosas” de Diario Libre, que nos ha puesto a pensar, si acaso como él dice, en medio de estrecheces y pobrezas, hasta en pueblos como Hostos o Pimentel y las zonas rurales, aunque quizás el analfetismo era mayor, los que sabían escribir, sabían leer, o por lo menos se les enseñaba. He aquí el inicio de su texto.

«Todo tiempo pasado no siempre fue mejor, como sentenció Ernesto Sábato. Tampoco lo es el presente con vocación de futuro. Persiste una carga de aprensiones cuando confrontamos fechas, circunstancias y hechos en el ejercicio ineludible de determinar dónde estamos, si avanzamos o retrocedemos en la materialización de los sueños».

Los que vivimos en esos tiempos, que en muchos aspectos, “no eran mejores”, pero lo vivimos en zona rural y urbana pueblerina, y luego en las ciudades como Santiago y Santo Domingo. Los que era alfabetizados bien, y apenas llegaban a un tercer grado de primaria, sabían leer y explicar lo que entendían que habían leído. Los excelentes periodistas de aquellos tiempos, sin haber pasado de quinto grado, redactaban mejor que ciertos “académicos” y profesionales de hoy. Altísimas personalidades de nuestra cultura no pasaron de un octavo o no terminaron el  bachillerato, como en el caso de una las figuras mayores de nuestras letras: Juan Emilio Bosch Gaviño (1909-2001).

Al hablar de la reverencia y respeto a los maestros en la celebración del 30 de junio el Día del Maestro, a pesar de la humildad de la mayoría de ellos, con unos sueldos de hambre (nuestra madre era maestra rural con tres tandas, ganaba treinta pesos y nunca se quejó y la pensionaron con veinte y siguió alfabetizando por placer, hasta su muerte), de la pobreza general, los regalos eran, como dice él: « Recuerdo a compañeros de curso llegar con una gallina bajo el brazo o huevos al cubierto de una bolsa de papel de estraza».

Otros, ni eso. Si recordamos que en esos tiempos, un centavo tenía valor y muchos no podían ni eso cuando se les pedía contribuciones para el gobierno o en zona urbana para

el famosos “chele del recreo”…

 

  1. Las coincidencias plenas con Aníbal
Anibal-de-Castro

Aníbal de Castro

Lo que él señaló me parece tan explicativo, que rompiendo mis tradiciones, voy a copiar el resto de su texto:

«Los 30 de junio aparecían con especial singularidad en el calendario. Lo mismo servían para cerrar el año escolar que celebrar el Día del Maestro y recibir las notas que alegre o tristemente marcaban el desempeño académico. Sorpresas había pocas: de antemano se sabía quiénes repetirían porque los números en rojo en los exámenes parciales eran indicio inequívoco de que ocuparían el mismo pupitre en septiembre. Lo de regalar puntos, caras bonitas que arrollaban la templanza del educador y favoritismo por razones vaya usted a saber por qué, sumaban cero.

Quienes día tras día oficiaban frente al pizarrón, manos emblanquecidas por la tiza y el borrador, gozaban de bien ganada fama de severos. Nada tenían de improvisados, aunque el talante y las vestimentas delataban a veces esos rasgos rurales que prevalecían en la temprana segunda mitad del siglo pasado. Se imponía lo aldeano y todos nos conocíamos. Con el maestro no se jugaba. Inspiraba respeto, ocupaba sitio delantero en la comunidad y era despedido o trasladado si se apartaba de la raya. Sin la permisividad que ahora patrocina la entonces inexistente Asociación Dominicana de Profesores, los educadores iban o venían, ya como refuerzos o condenados por faltas probablemente leves. Concedo: la moralina imponía el despido en caso de concubinato o embarazo fuera del matrimonio.

Había que vestir las mejores galas el Día del Maestro, relajada la disciplina que dictaba el uniforme de color caqui, —pantalón falda y blusa—, que secretario de Educación alguno osó cambiar durante toda mi escolaridad, desde el primero de la primaria hasta el último año del bachillerato. Regalo en mano, con fervor similar a la celebración de los novenarios en honor a la patrona del villorrio, la Virgen de Altagracia por supuesto, nos acercábamos a la mujer o al hombre que nos había nutrido el intelecto durante meses y meses. Recuerdo a compañeros de curso llegar con una gallina bajo el brazo o huevos al cubierto de una bolsa de papel de estraza.

Éramos todos pobres en más de una dimensión sin saberlo, unos muchísimo más que otros. Esos primeros rudimentos de la educación formal aventajaban en calidad y seriedad a los que provee este sistema amparado en el cuatro por ciento del PIB. No somos la excepción que confirma la regla, tampoco se necesita de fórmulas arcanas para descifrar esta desgracia presente de analfabetos funcionales que salen a raudales de la escuela dominicana. La génesis del mal pasa necesariamente por el maestro, a muchos años de distancia temporal y de formación de aquellos que nos educaron. Sí, a nosotros, viejos y privilegiados que cada 30 de junio exaltábamos las virtudes de esos héroes, anónimos para el gran colectivo, pero nunca para quienes sus lecciones nos enriquecían y nos templaba el espíritu la disciplina que décadas después aún agradecemos.

Improvisación, ninguna. Libro de texto gratis, ninguno. Desayuno escolar, chocolate embotellado y a veces agusanado.  Empero, el maestro asentaba en lo que creo llamaban "cuaderno de bosquejo" lo que enseñaría en cada materia, y continuaba esa suerte de bitácora a lo largo del año escolar. Ejercicio inútil, de ninguna manera. Cada cierto tiempo, el inspector del distrito escolar correspondiente verificaba que el maestro cumplía con sus obligaciones. Las grandes expectativas se reservaban para la visita del superintendente, ese personaje que para mí pertenecía a la mitología y que, nos advertían, podía formular preguntas para determinar si se nos educaba bien. Y también observar desde atrás al maestro en plena tarea. Pues ese gran señor, por encima del personal docente, del director y de los inspectores, iba de aula en aula una o dos veces al año, con aire inquisitivo. De pronto interrogaba a un alumno sobre cualquier punto del programa de estudio. ¡Ay del director si la escuela marchaba mal, los maestros incumplían y el alumno interrogado disparataba!

Rigen otras reglas en el aula. La figura del maestro acusa un déficit de autoridad que no han podido remediar los salarios más elevados, las tabletas, los cambios de uniformes y de libros de texto, las tantas becas, cursos y cursillos para enseñar a enseñar. Esas noticias de violencia en el aula aumentan las preocupaciones ciudadanas y conducen a la conclusión de que vamos de mal en peor, de que urgen medidas radicales para salvar la escuela dominicana del desastre total. Es también salvar el país y facilitar una competencia cada vez más cuesta arriba en un mundo dominado por la tecnología y el conocimiento.

En mi escuela no se enseñaba a vivir en democracia. Trujillo, amo y señor. El final de mis días de educación primaria coincidió con esos grandes mítines en todas las cabeceras de provincia que antecedieron a la gesta del 30 de mayo de 1961 y en los que obligatoriamente desfilaban los estudiantes. El adoctrinamiento de la dictadura dejaba espacio para la enseñanza de la buena ciudadanía, filtrada libremente en una materia preterida y mucho menos practicada: Moral y Cívica. Resaltaba los valores patrios, el amor a la bandera, el respeto al vecino y a los bienes ajenos, la vida en convivencia pacífica, hábitos sanos y, sujeción estricta a la autoridad.

Francia ha vuelto a la enseñanza tradicional en cuestiones básicas como las matemáticas y el lenguaje. Se insiste con particular énfasis en la lectura comprensiva, pieza esencial en el rompecabezas de la educación. No podría ser de otro modo en la cuna de la duda cartesiana. La concentración y atención al detalle nunca sobran. Obligatoria la definición: "tiene por objetivo la interpretación y comprensión crítica de un texto, donde el lector es un ente activo en la lectura, entiende el mensaje, se hace preguntas, lo analiza y lo critica". ¿Acaso hay otras metas de mayor envergadura en la educación?

En las pruebas académicas, la lectura comprensiva se medía casi siempre con trozos de fábulas, pasajes de El Quijote o de autores dominicanos. Luego de leer esos párrafos durante un tiempo medido escrupulosamente, venía el cuestionario. El temor surgía de la ansiedad por el corto tiempo para asimilar lo leído y por el grado de dificultad de las preguntas. Holgazán al fin, me valía de un truco. Si fábula, concentración en la moraleja. Si otro género, lectura lenta e inferir preguntas en cada línea.

Tropezamos con una generación acrítica, incapaz de entender las preguntas más simples y de escuchar con la propiedad debida. Que inventa respuestas con tal de esconder su ignorancia sin caer en cuenta de que así publicitan su indigencia intelectual, su estulticia supina. Moraleja: desechar lo bueno siempre será malo».

 

  1. ¿Cuál es el nivel de culpa del 4% en este brollo actual?

 

Está muy claro: El dinero. La ambición. Todos acusamos al sistema educativo, admitiendo la culpa mayor al sindicato de Maestros llamado ADP.

¿Por qué se resisten los que deberían luchar primero que nadie por su superación, exigiendo que se eleve el nivel de formación de los maestros en vez de exigir continuos aumentos de salarios que no merecen?

Si tuvieran vergüenza los directivos mostrarían interés que el país superara el nivel internacional de los estudiantes.

Estas vacaciones veraniegas debieron ser aprovechadas para darles unos cursos intensivos a esos maestros. Pero eso es tabú para la ADP, como bien dijo Aníbal. el dichoso tanto por ciento, al parecer solo sirve para ir hacia atrás. Realmente es increíble el deterioro del en el país.. Basta ya, como diría un nuevo Viriato Fiallo.