“Los seres humanos estamos más preocupados por tener que por ser-Morgan Freeman.

Las organizaciones, cualquiera que sea su naturaleza, pueden afrontar el descrédito por disfuncionalidad vinculada a déficit presupuestario, gestión deficiente, malas prácticas, campeo del clientelismo más rapaz, desprecio del conocimiento técnico por la ignorancia encumbrada y falta de visión que se recrea en la ignorancia ejecutiva y la más absoluta ausencia de compromiso con la misión que corresponda.

 

Somos testigos de cómo cambian positivamente las instituciones públicas para bien, gozo y orgullo de los ciudadanos; también cuando ellas terminan en el descalabro y el estigma vergonzoso.

 

Detrás de la inviabilidad y el fracaso suelen estar presentes asombrosas metamorfosis de los hombres que tienen la elevada responsabilidad delegada de la conducción ejecutiva. En nuestra ya larga trayectoria en el Estado hemos visto cambiar a ministros y directores hasta desmerecer por completo nuestras primeras buenas impresiones. Muchos terminaron autodestruyéndose arrastrados por la ambición y el afán desmedido de acumulación de riquezas meteóricas y de nulos costos asociados.

 

Puede resultar terriblemente decepcionante. Hombres públicos que nos habían convencido con sus flamígeras y convincentes razones y buenas intenciones, honradez ejemplar y rectitud -ahora sabemos que eran atributos actorales- acabaron pasando de sus holgadas y lustradas oficinas, lujosas torres y servicios personales de primera, a la ignominia del encierro entre barrotes oxidados y delincuentes comunes.

 

Es que la mente humana, siendo esencialmente creativa, suele sucumbir penosamente ante las delicias que exhiben los soñados ambientes de la abundancia desmedida y las comodidades materiales fáciles. Mundos en los que la moral predomina como sofisma y el interés público como ilusión.

 

El Instituto Nacional de Bienestar Estudiantil (Inabie) puede figurar entre los organismos descentralizados del Estado como ejemplo de un genuino compromiso de sus servidores con la misión institucional. Sin duda, este es su principal blindaje frente a las tentaciones y sutiles propuestas que merodean pertinaces la gestión de un presupuesto de miles de millones de pesos.

 

La actual dirección ejecutiva del Inabie bien pudo mantener a flote la herencia recibida y no destruirla por completo con el buen juicio administrativo, las buenas prácticas gerenciales y el sentido de compromiso con el bien mayor que encarna su misión a una escala que pretende satisfacer las necesidades y problemas de las presentes y futuras generaciones de escolares. Pudo recurrir a paliativos, a curas de males para guardar las apariencias, a mantener viva la maldición de seguir con las nocivas prácticas clientelares, a los discursos vacíos que aspiran a primeras planas y al conformismo redituable.

 

Sí, el caos sistémico encontrado en esa institución podría haberse mantenido para beneficio de la ilicitud y el enriquecimiento fácil. En efecto, la desorganización administrativa; la abrogación o la apropiación de funciones de las unidades organizativas clave para fines inconfesos; las flagrantes violaciones de la Ley de Compras y Contrataciones; los múltiples y escandalosas anomalías jurídicas en los contratos; la distribución aviesa de las adjudicaciones; la más inusual falta de documentación de los procesos y de las políticas y procedimientos conexos; la manipulación de las compras de emergencia y menores, y el más caótico manejo de los procesos de las licitaciones nacionales y de los peritajes correspondientes, constituía paradójicamente -desde la tradicional óptica clientelar- un terreno bastante fértil para seguir furtivamente-luego de tantos recurrentes escándalos mediáticos- con las malsanas prácticas del pasado.

 

Quienes van por botines a las instituciones del Estado no les conviene la prevalencia de reglas, el cumplimiento de la normatividad, la evaluación objetiva y prevención de riesgos asociados a sobornos y corrupción, el direccionamiento atinado, ejemplar y transparente, la muralla inexpugnable que representa el compromiso consciente de los servidores con la misión institucional ni mucho menos una voluntad ejecutiva forjada en el trabajo, la disciplina personal y los hoy decadentes valores de la familia tradicional dominicana.