Es un tema en boga, de fascinación para demagogos/as new age, y que, de una manera u otra, nos impacta: diversos estudios a nivel internacional evidencian diferencias importantes de precios entre productos dirigidos al mercado femenino versus aquellos pensados para los hombres, siendo los primeros más costosos pero con embalajes llamativos y, por lo general, de color “rosa”.
En España, por poner un ejemplo, se viene anunciado la intención de aplicar el IVA superreducido del 4% a compresas, tampones y copas menstruales, por considerarse de primera necesidad, en vez del 10% actual. De hecho, de acuerdo a El País, esta medida llegó a estar incluida en el proyecto de Presupuestos Generales del Estado de 2019, para luego descartarla.
Sin embargo, una cosa es el impuesto con el que se grava un específico producto y otra el importe final que decide ponerle el fabricante o distribuidor, influyendo varios factores como hasta la clase social; es decir, que la reducción o exención no siempre favorecerá a la compradora. La revista Forbes calculó que en 2014 el impuesto rosa les costaba a las mujeres estadounidenses más de 1.300 dólares al año, a pesar de las prohibiciones en algunos estados.
Pero no nos engañemos, no es tanto un asunto puro de discriminación de género como lo es de estrategia de marketing, aunque tengan que ver. Las mujeres, en una sociedad hiper consumista y estereotipada, demandamos productos diseñados específicamente para nosotras. El bombardeo publicitario hace que surjan constantes necesidades de consumo y satisfacción. La navaja de afeitar extra suave, el champú con aceites esenciales y vitamina E, o el jabón especial para la higiene “íntima”, no importa el precio.
Precisamente, la publicidad se trata de lenguajes transformados en signos, lingüísticos o icónicos (semiótica), que deberán ser verbalizados, que emiten un mensaje a ser decodificado por alguien dentro de un determinado contexto cultural, para que se produzca la necesaria comunicación, como señala Carreño en su artículo “Propaganda y publicidad: inducción de carencias”. Citando a Jacques Ellul: “la propaganda alimenta, desarrolla y extiende un sistema de afirmaciones falsas, mentiras dirigidas a la transformación completa de las mentes, los juicios, los valores y las acciones, constituyendo un marco de referencia para la falsificación sistemática”.
La vanidad, o frivolidad, que se presume y que se espera de las mujeres se torna en nuestra contra, y nos lleva a vivir una vida tan líquida que nos despersonaliza, si bien lo mismo pudiera decirse también de los hombres en otros contextos.
“¡Qué inmenso trabajo es necesario tomarse para modelar cada una de las frases hasta convertirlas en un aguzado anzuelo que se clave en la memoria del lector, y arranque de su bolsillo la moneda recalcitrante!”, Aldous Huxley.