Un 9 de febrero de 1822, hace 200 años, cuando despertaba el sol, el presidente haitiano, Jean-Pierre Boyer, y su séquito, atravesaron la Puerta del Conde con destino a la sede del Ayuntamiento de la ciudad de Santo Domingo. Allí fueron recibidos oficialmente por una comitiva presidida por José Núñez de Cáceres, entregándole en bandeja de plata las llaves de la ciudad. Núñez de Cáceres le da la bienvenida con un discurso donde expuso las dificultades para una fusión entre la colonia española y la República de Haití.
Al concluir, van a la catedral donde el arzobispo Pedro Valera ofició un tedeum en honor de Boyer y por el importante acontecimiento. Dirigiéndose a la multitud que lo aclamaba, Boyer expuso que no llegaba a Santo Domingo como conquistador, sino como amigo, que estaba allí porque fue requerido por los habitantes de la antigua colonia española, que ahora pasaba a ser parte del territorio y de la constitución haitiana. ¡La isla pasaba a ser una e indivisible!
Desde ese momento, la fusión territorial era una realidad insertada en una dictadura y en una ocupación militar. Para los haitianos, el desafío que se le presentaba era la gobernabilidad y la legitimización de una identidad y la aceptación cultural haitiana por parte de los antiguos habitantes de la colonia española.
Los haitianos no entendieron que era un problema que se definía en la idiosincrasia de las y los dominicanos y no en la imposición arbitraria de las medidas que tenían que ver con la cultura y con la religión, bases determinantes de la identidad y de la ideología de un pueblo definidas en creencias, costumbres y tradiciones, cuya vigencia era determinantes para la lucha y la resistencia.
En el proceso de ocupación, donde no se podía forzar un traje que no fuera a la medida, los haitianos realizaron aciertos, pero cometieron muchos errores por desconocimientos de la idiosincrasia de las y los dominicanos y porque eran medidas de rupturas donde muchas de ellas afectaban los intereses de la antigua élite española.
Hubo medidas trascendente de avances, negativas en la percepción de la gente, como la confiscación de las tierras a la iglesia católica y a la élite para entregarlas a nuevos propietarios haitianos en el desarrollo de la agricultura, la puesta en vigencia del servicio militar obligatorio que obligaban a la élite a ser parte militar del ejército haitiano, la obligación de que los documentos oficiales fueran en francés, lengua desconocida por el antiguo pueblo español, la abolición de la esclavitud, que fue la mayor conquista social y la contribución obligatoria para el pago de la deuda pública del Estado haitiano para el reconocimiento de su independencia por parte vergonzosa de Francia.
La ocupación haitiana del 1822-1844 es el periodo menos estudiado y más prejuiciado de la historia haitiana y dominicana. Hay hermosas excepciones e interesantes investigaciones como las del historiador dominicano Frank Moya Pons y el historiador y antropólogo haitiano Jean-Price Mars, pero ambas, al igual que toda la producción de este periodo, son responsables de una visión macro donde priorizan las variables políticas-sociales-militares y minimizan los aspectos culturales.
Para comprender el proceso cultural durante la ocupación haitiana y entender incluso hoy la cultura popular dominicana, debemos tomar en cuenta dos variables determinantes:
a).- Los haitianos ocuparon un territorio donde había habido esclavitud, donde existía una importante población negra-mulata con creencias y una cultura popular determinada, resultado de un sincretismo africano-español.
b).- Donde se había dado un proceso singular de cimarronaje que había producido expresiones únicas culturales sincréticas que tenían su identidad en diversas procedencias africanas, donde no llegó a la antigua colonia española él, sino los africanos.
En el cimarronaje encontramos el fututo de caracol, como medio vital de comunicación y como instrumento musical, la existencia de la Gayumba a nivel musical y la Sarandunga en honor a San Juan Bautista en las lomas de Baní, todavía vigente. Cuando el arzobispo Portillo visitó el Maniel de Neyba salió muy contento porque los cimarrones se sabían varias oraciones y tenían como símbolo la cruz. Fue despedido por gritos y “el repiqueteo de tambores”, que no era más que los Atabales, palos semi sagrados utilizados hoy en velaciones y nochevelas.
Hoy hemos encontrado varios instrumentos musicales cimarrones aislados, con desconocimiento de su conjunto original: la Maraca Ocoeña, el Güiro de metal y la tambora. El baile de la Calenda, popular en la colonia española, es descrito con similitudes con el Gagá. De esa época, tenemos expresiones culturales como los Congos de Villa Mella y los Congos de Cotúi, todavía vigentes.
Los haitianos durante la ocupación, en 1824, hicieron posible la llegada de negros libertos de Estaos Unidos, que trajeron de la Lousiana el Bamboulá a Samaná. El Bamboulá llegó durante la ocupación haitiana, pero fue traído por los negros libertos norteamericanos.
Para algunos investigadores, el Carabiné y el merengue son resultados de la ocupación haitiana, al igual que el baile de la cintas. Independientemente de cualquier consenso, lo cierto es que hay un merengue en Haití y otro en Dominicana; cada uno con su propia identidad.
Para el antropólogo José Guerrero, las habichuelas con dulce, llegaron a esta lado de la isla, traídas por un colono francés, sin que tengan que ver con la ocupación haitiana. A nivel gastronómico, el Chen-Chen y el Chacá es un aporte haitiano durante la ocupación.
En términos religioso a nivel popular, ha quedado un vudú haitiano y un vudú dominicana, así como una religiosidad popular dominicana. En término de la religión oficial, quedó una admiración y una devoción de los haitianos por la Virgen de la Altagracia. El impacto cultural de la ocupación haitiana fue medianamente impactante en la cultura dominicana, porque hubo una resistencia tenaz en contra de una haitianización cultural y una lucha por el mantenimiento de una identidad criolla-española.