Desde la aparición de los seres humanos sobre la faz de la tierra, como ocurre en todas las especies dotadas de cierto nivel de inteligencia, los primeros entrenamientos o procesos de aprendizaje dirigidos a las nuevas generaciones, para enfrentar la vida, se producen en los espacios propios de la cultura materna y paterna, fundamentada en valores y principios que sirven de sustento a la familia.
Es allí adonde los nuevos sujetos de esas nuevas generaciones o relevos empiezan sus ensayos, a veces con acciones lúdicas casi teatrales; otras, con fuertes reprimendas que reflejan lo que serían las prácticas ligadas a los asuntos disciplinarios que obligan a prepararse para las futuras batallas en la vida. Sin este aprendizaje lleno de sabiduría, el nuevo sujeto social a integrarse a la sociedad, fracasaría por carecer de estrategias ofensivas y autodefensivas para enfrentar las adversidades y amenazas en el trayecto de vida.
Las sociedades, a nivel global, han cambiado drásticamente en la manera de pensar, percibir las realidades y actuar, y esto se refleja en el comportamiento social del sujeto. Este cambio se produce en contraposición a todo lo establecido por nuestra tradición. Los parámetros culturales y los valores morales y éticos, así como el propio ejercicio laboral, han sufrido cambios esenciales en su modelo tradicional. La propia mente humana también ha cambiado, así como la forma de relacionarnos.
Las nuevas tecnologías han acelerado esos cambios que, de por sí, ya venían en camino, como parte natural de las transformaciones dialécticas a las que están sujetas todas las sociedades históricamente. El estado, de aparente quietud de la pandemia para casi todas las actividades humanas, no detuvo la necesaria y rápida aceleración de los procesos tecnológicos que ya estaban en marcha.
Las viejas sociedades han entrado en crisis y la dimensión de ésta es tal, que afecta la vida general del orden establecido por la tradición. En esta crisis los más afectados son los jóvenes que inician la construcción de su presente con una mirada de incertidumbre sobre el futuro. Esto no significa jamás que no se puede tener certeza y ser exitoso en los planes presentes y futuros. De lo que sí tenemos la plena seguridad es que los desafíos son mayores para nuestra juventud. Los jóvenes de hoy necesitan una formidable preparación mental y referentes válidos para poder enfrentarse a los retos de un mundo complejo y cambiante en el que les ha tocado vivir y luchar.
Frente a esa realidad descrita, se hace necesario que el hogar se convierta en lo que ha debido ser siempre: una escuela que enseñe y entrene a los hijos en las batallas que tendrán que enfrentar en el camino, sin rendirse y tener la capacidad de maniobrar en las peores circunstancias que les esperan -inevitablemente- en el camino. El hogar debe educar a los jóvenes, desde la edad temprana, para que tengan éxito en una sociedad en profunda crisis y en constante cambio. Noto en las aulas universitarias, con frecuencia, que muchos de nuestros jóvenes no saben levantarse después de una caída. Debemos educar para la vida.