Introducción

 

1.- De por vida tengo prohibido ser indiferente a la pobreza, porque en mi niñez la sentí al lado de mis padres, hermanas y hermano.

 

2.- Porque la práctica de la vida es lo que más enseña, voy a exponer lo que de la pobreza aprendí y he escrito, con el marcado interés de que aquellos que aquí, en esta tierra de nuestros amores y sinsabores, carecen de lo indispensable para vivir, accionen para tener acceso a comer.

 

I.- La escasez de alimentos en mi niñez

 

3.- Personalmente, en mi niñez conocí la palabra hambre, si no total, por lo menos parcial. Debo reconocer que mi madre siempre se preocupó para que sus hijos tuvieran por lo menos una de las tres comidas del día. Por ser el mayor de los varones, siempre fui el primero en saber cómo andaba el asunto de la comida en mi casa.

 

4.- Un día cualquiera de dificultad, llegado el mediodía, sin que mamá tuviera dinero para la comida, ella salía al patio de la casa, lanzaba una mirada al cielo buscando el sol, y luego me decía: “Negro, van a ser las doce, ciérrame la puerta”. Con las citadas palabras, mamá quería decir que había perdido toda esperanza de encender el fogón para preparar alimentos al mediodía.

 

5.- La explicación que mamá nos daba era de que ningún de sus hijos iba a moverse fuera de la casa, para que luego algún vecino pudiera decir que un hijo de Ydalia andaba por el barrio velando comida.

 

6.- En otro momento, pero siempre dentro de un escenario de dificultad para adquirir alimentos para sus hijos, mamá me decía: “Negro, muévete por ahí, por ese monte, porque escucho una gallina cacareando y es posible que esté poniendo; aguaitala, dale seguimiento para que ubiques su nido; si logras determinar que tiene muchos huevos, tú tomas la mayoría, déjale dos como nidal, y traes los demás”.

 

7.- Si lograba descubrir el nido de la gallina y tenía huevos, una parte de los mismos eran vendidos para comprar cazabe, con la otra mi madre hacía una tremenda tortilla, y resuelto el problema de la comida del mediodía.

 

8.- Debo hacer la observación de que la primera opción que mi madre tenía para la seguridad de la comida del mediodía, en caso de no tener un dinerito en su poder, era proceder a empeñar una bella sábana blanca bordada, que le había regalado una comadre suya. Me enviaba a una compraventa, que para esa época estaba ubicada, en Santiago de los Caballeros, en la calle Duarte esquina Beller. Una vez llegaba a la compraventa, su dueño, Nay Lora, me decía: “Ven, toma los setenta y cinco centavos, que esa es la sábana de Ydalia”.

 

9.- Siguiendo con el tema de la alimentación en mi niñez, recuerdo que cuando tenía unos diez o doce años de edad, mamá obtuvo, por medio de Quilo Ricardo Balaguer, dos tickets con los cuales podía adquirir, de lunes a viernes, dos botellas de leche suministradas por el Seguro Social.

 

10.- Pero el problema no era solamente conseguir los tickets, sino que había que estar en el lugar donde se repartía la leche, a las tres y media de la madrugada, en esa época ubicado, primero, en la esquina formada por las ahora avenidas Mirabal y Antonio Guzmán, y luego en la calle Capotillo esquina Arté,

 

11.- Nunca he olvidado que mamá, a oscuras, estando durmiendo me voceaba: “Negro, levántate que son las tres, y nos vamos a quedar sin leche”. De inmediato despertaba y me tiraba de mi catre. Como ropa me ponía la primera pieza de vestir que mamá pusiera en mis manos; salía corriendo a buscar las dos botellas de leche, de la cual no tomaba ni una gota, porque estaban destinadas para mis hermanos.

 

12.- De mi presencia en el lugar donde se repartía la leche, tengo la siguiente amarga experiencia. Por lo regular, lo que llevaba puesto como ropa para cubrir todo mi cuerpo era un saco de mi tío, sin nada debajo.

 

13.- Un día, una señora mayor de edad, estando en la fila antes que yo, se molestó porque le ocupé el puesto delante de ella, y como reproche, para fastidiarme, me levantó el saco y todas las demás personas que estaban en la fila me vieron desnudo.

 

14.- Esto me hizo sentir muy mal, salí de la fila, y me fui hacia mi casa sin la leche. Al llegar, mamá me preguntó: “Negro, ¿y la leche?” Le expuse lo ocurrido, y ella se limitó a decirme: “No te preocupes, que en lo adelante irás vestido entero”.

 

15.- Siendo niño, el acoso del hambre era paliado, muchas veces, en mi casa, con un platillo que ahora es ampliamente considerado como exquisitez criolla, pero cuando en mi hogar era lo único que aparecía de comida y cena por varios días o semanas, se convertía en una tortura. Es el caso de que hasta el día de hoy me repugna el majarete, el cual como comida me trae muy amargos recuerdos, porque cuantas veces veía a mi madre “guayando” maíz, ya sabía que iba a tener que ingerirlo al mediodía y en la cena.

 

II.- Experiencias sacadas de la falta de comida en mi época de niño

 

16.- Desde antes de mi finada esposa Carmen y yo unirnos por el vínculo del matrimonio, ella sabía que para mí era una cuestión de principio no cocinar solamente para la familia, sino para todo aquel que llegara en cualquier momento.

 

17.- Siempre traté que desde niños, mis hijos Jordi, Ho Chi, Yury y Alex, comprendieran lo que significa el hambre y los alimentos, y de que en el mundo millones de seres humanos tienen problemas para satisfacer su necesidad de comida.

 

18.- El hecho de saber lo que es el hambre, influyó mucho en mi manera de ver los problemas sociales y en mis inquietudes por participar en la vida política para luchar por cambios sociales estructurales.

 

19.- Al día de hoy sigo creyendo que es inmoral e inaceptable que en un mundo con tantos recursos y tantos progresos tecnológicos tanta gente no tenga comida y carezca de un vaso de agua limpia y fresca para beber.

 

20.- Esas penurias que otras personas padecen de forma aún más extrema, me impiden desperdiciar los alimentos. Simplemente, no puedo permitir que se tire al zafacón algo que a tanta gente le falta, la comida. Lo que en mi casa se cocina, hay que consumirlo.

(En este escrito, los párrafos, desde el número 3 hasta 20 fueron extraídos del libro de mi autoría: Parte de mi vida para mis hijos, nietas y nietos, desde  la página 36 a la 38)