Mi buen amigo Miguel me compartió una gema: la voz de Pablo en una nota audible.

La sonoridad de las palabras dichas por ese hombre de letras de voz ahogada a su amigo Miguel, junto al contenido de lo hablado entre ellos, proviene de una estirpe.

Es posible que su dicción de baja tonalidad y fogosidad moderada se asemeje a la de otro hombre con ideas sensibles, a pesar de no haberlo conocido. Creí escuchar la versión sonora de una pasada revolución cultural que evoluciona en Pablo. Esta no se recogió en discos de acetato o cintas de grabación, porque no se hizo desde grandes movilizaciones de masas.

Quedó manifestada en palabras dichas de boca en boca, conversadas entre amigos, de madre a hijo, de padre a hija, generadas en la cercanía del compromiso enlazado con el afecto y las quimeras comunes, en pequeñas reuniones de impacto expansivo. Desde la herencia que reposa en las cuerdas vocales de Pablo, sentí la caricia acústica de ideas que abrazo, hasta esa noche solo leídas.

El acento mexicano de Pablo, al enunciar ideas propias a Miguel, iluminó con su melodía y variaciones de tono la habitación a oscuras donde lo escuché con audífonos tarde en la noche. Miguel me había dejado temprano ese regalo por vía de la mensajería electrónica desde Santo Domingo. Tras un día de paseo por Ciudad México, en la habitación del Airbnb, una casa antigua en la Colonia Condesa, tan solo en el modo de hablar de Pablo, la manera de expresar interesantes pensamientos a Miguel, persona de su cercanía, encontré la resonancia vibrante de una utopía, aunada al contenido del mensaje personal.

En otro espacio digital más bohemio no soy aprendiz, como lo soy de Miguel Collado en su chat “Hostosianos”. Tengo un chat lleno de corazones para nada solitarios, pero dispuestos a entrar a ese presidio bajo mi administración.

Esta gente de buena fe ha aceptado mi invitación a este otro chat. Les convenzo de participar en la planeación de un viaje a la ciudad de Liverpool en la primavera del 23. Como en los días de gloria de las agencias de viajes, hago promociones de paseos y visitas a lugares emblemáticos solo para nosotros, aunque en realidad materializo una privación de la libertad ajena, obligándoles a oír lo que se me ocurra cada día sobre Los Beatles.

Afortunadamente, parecen complacidos con la información del susodicho viaje y aceptan gustosos mi exceso de información sobre la temática única. Para mantener a mis retenidos interesados, comparto archivos visuales y audibles: —Oigan esto, algún podcast. —Vean aquello, videos con nuevas grabaciones de las mismas canciones; y ellos, responden con un vínculo positivo al cautiverio. Su cariño funciona como pulsera en el tobillo. Por más cosas que pongo del repetido asunto, no abandonan el chat.

Días atrás les compartí este podcast de Pattie Boyd (Glyn Johns – Patties Podcast). Me interesó conocer su ángulo narrativo de las historias sobre la banda y me agradó el desempeño como entrevistadora de la antes modelo profesional, considerada junto a Twiggy, en los años sesenta, las más fantásticas “it girls”. Ms. Boyd sonaba sofisticada, dueña de sus propias ideas, madura y sensible. Sin embargo, fue mi prisionero Roger quien luego escuchar a la dama de setenta y ocho años, me exclamó en nota de voz:

—Estoy enamorado, ¡qué voz tiene esa mujer! Ahora entiendo.

Cuando fue mi turno, no deparé en esa notable observación que solo pudo haber hecho un miembro del sexo opuesto. La oralidad de Ms. Boyd puso a mi prisionero, de oficio locutor, cantante y músico, a entender las emociones de los autores de las dos grandes canciones de la que ella es la musa: Something de Los Beatles, escrita por George Harrison; y, como si acaso lo primero no fuera poco, también Layla de Eric Clapton. Ambos cantautores —a la vez— adoraron a Pattie Boyd.

El arte y goce de oralidad pasa por un retorno triunfal gracias al cambio tecnológico. Me he unido a la tribu de los audios lectores, y justo por estar escuchando entretenida a Humbert Humbert contar su pasión deforme por Lolita, en la versión audible de la gran novela de Vladimir Nabokov grabada por Yamil Cuéllar ("Lolita" audiolibro), en medio de un taponamiento vehicular, por culpa de mi distracción, fui presa de un estafador digital, que por horas clonó mi cuenta de WhatsApp.

Afortunadamente, no llegó a robar a mis allegados, aunque lo intentó con varios. Pido disculpas públicas a mis contactos, que se habrán sentido vulnerados en su privacidad por mi distracción. Estos ataques son evitables. Superado el episodio, cuando le escribía a mi amiga Giovanna residente en Estados Unidos nuevamente, para confirmar mi identidad, esta solo me pidió:

—Háblame para confirmar que eres tú.

La oralidad no es un retroceso en contra de la palabra escrita, sea literaria, profesional o coloquial. No he abandonado ni abandonaré jamás la tribu global fundada por Gutenberg, pero participo de la otra, porque así nacen y se multiplican las civilizaciones.

La tradición oral guarda un profundo valor intrínseco y nadie lo ha explicado con más luz y amabilidad que Irene Vallejo en su ensayo El Infinito en un Junco. Las escritoras Ángela Suazo y Yulissa Álvarez Caro lo comentan en este diálogo exquisito sobre la obra, que me acompañó durante los veinte minutos de tráfico de la casa al trabajo. Hablemos de El Infinito en un junco de Irene Vallejo – podcast de Ángela Suazo. Enhorabuena por este podcast local de estímulo a la lectura.

En la entrevista que Glyn Johns, productor musical de Los Beatles le ofrece a Pattie Boyd en el podcast de la última, él sostiene que una importante diferencia entre las grabaciones musicales de ayer y las de hoy es que los músicos se escuchaban uno a otros en una ejecución conjunta, y es probablemente esa interacción directa y a viva voz, lo que hace de un tema musical una conversación de melodías y armonías.

La oralidad es una ceremonia.

La legión de los lectores de audiolibros seguirá creciendo porque, como explica Vallejo, y Álvarez Caro adhiere, la voz es también un soporte.

En la vibración de las cuerdas vocales toda historia sale bien contada. Se produce una intimidad increíble cuando el soporte, lejos de ser un artefacto hecho por el hombre, es un ser humano, una biología al servicio de la narración. Todo cuenta, la respiración, las pausas y la musicalidad de la laringe. Ni el de Gutenberg, ni ningún otro aparato puede competir con esa fuerza anatómica. Los libros, antes que documentos, eran cuentos que se contaba la gente. Largos relatos memorizados viajando por los senderos.

La voz de Pablo González-Casanova Henríquez, expresando bellas y profundas ideas filosóficas a su amigo Miguel Collado, fue el obsequio que me hacía el segundo, sin saber que me encontraba en tierra mexicana. Pablo posee una tonalidad de voz posiblemente heredada de su abuelo: Pedro Henríquez Ureña. De los días del Ateneo de la Juventud en esa ciudad, o los siguientes de la vida del dominicano con acento mexicano, no hay podcast ni grabación de estudio. Solo tenemos las descripciones que nos ofrecen Jorge Luis Borges, Julio Torri o Ernesto Sábato.

El lector celoso de su voz interna debe mantenerse en el formato de lectura de libros, leer es un goce personal. No obstante, sugiero que ensaye de tiempo en tiempo, lo que hacía Pedro en los días del Ateneo: júntese con sus amigos a leer en voz alta una obra especial para el grupo. Ese ritual en torno a un libro lo aprendió de su madre, Salomé Ureña de Henríquez. En el Epistolario de la familia Henríquez Ureña, familia residente en nuestra casa solariega cultural, consta que la maestra y poeta reunía en veladas a sus amistades para leer juntos obras enviadas desde París por su esposo Federico Henríquez y Carvajal, mientras cursaba estudios de medicina.

Compartir una obra en tiempo real y en el círculo de una reunión presencial (o virtual) produce magia de miradas, sonrisas, silencios y lágrimas.

He sugerido a Miguel Collado publicar esa hermosa nota de voz en nuestro diario digital favorito, Acento. Por cierto, ¿he mencionado que Collado y yo solo nos conocemos por notas de voz? Todavía no nos conocemos en persona. La oralidad ha sostenido más de un año de amistad.

Roger Zayas, mi retenido en la prisión del chat “Peregrinaje a Liverpool”, tiene dos ventajas a su favor para convertirse en un exquisito lector profesional de audiolibros: una voz tórrida, serena y a su amada, Alexandra Sánchez, lectora iniciada, voraz y abogada talentosa que negociará buenos términos contractuales con las casas de audiolibros.

Sería capaz hasta de escribir una novela para que Roger la lea en su formato audible.

¡Qué viva el retorno de la oralidad!