Hace unos días asistí a la celebración del centenario de don Pililo S., nacido en el verano de 1924 y testigo de excepción de las grandes transformaciones no sólo de la sociedad dominicana, sino del mundo, al que vino en el apogeo de la segunda revolución industrial. Asistió al surgimiento y desarrollo de la tercera revolución industrial y, en lo que va del siglo XXI, ha sido testigo de la denominada cuarta revolución industrial. Don Pililo ha presenciado tres de las cuatro revoluciones industriales de la humanidad, además de ser uno de los pocos dominicanos vivos que nacieron el último año de la ocupación norteamericana iniciada en 1916. Si bien, cuando nació, la pandemia de la gripe española estaba controlada (con su tercera ola finalizada en 1920), todavía aparecían focos en distintas partes del mundo, con lo cual puede decirse que vivió la época de la pandemia de 1918 y fue sobreviviente de la COVID-19 de 2020. Sólo tenía seis años cuando el Trujillato ascendió al poder en 1930 y un hombre de 37 años a la caída del régimen, en 1961.
Un siglo después de su nacimiento, escribo esta nota, en el intenso verano de un año en el que más de la mitad de la población del mundo se encuentra en medio de algún proceso electoral clave. Un año cuyo desenlace, puede empujar al mundo a una dirección muy parecida a la década de los años treinta del pasado siglo, que representó el final de la belle époque de la modernidad. ¿Cómo llegamos hasta la encrucijada existencial del 2024, al final de la belle époque de la postmodernidad? Aquí por belle époque, me refiero a un relativamente corto pero intenso período de esplendor y apogeo cultural, gestado por profundas transiciones sociotécnicas, como bien puede ser una revolución industrial o una tecnología altamente disruptiva, con impacto social, político y económico y con un sentido de destrucción creativa en la cultura, la ciencia y la tecnología. Durante estos períodos de alta intensidad creativa, de convergencia e inflación tecnológica, se acrisolan las ciencias con la tecnología y las artes, con la política y la cultura con una fuerza transformadora que define una época.
Comencemos por situarnos en lo que parece ser el eje de inflexión: los dos grandes acontecimientos de la política global del verano-otoño de 2016, la salida del Reino Unido de la Unión Europea, el BREXIT, y la victoria de Donald Trump en las elecciones de noviembre de ese año. El escándalo de Cambridge Analytics que sacó a la luz la burda manipulación del electorado británico, es el elemento común de los dos acontecimientos. Los resultados de la investigación sobre la trama rusa, concluida en 2019, no son de conocimiento público, pero todo apunta que, con injerencia o no, al igual que con el BREXIT, las redes sociales y la posverdad jugaron un papel crucial en esas elecciones.
Estos dos grandes acontecimientos sacaron de la penumbra a la nueva versión del monstruo come galletas (cookies) de nuestra infancia, que mostró el impacto del paisaje digital en la política, una topografía tribal en la que un nuevo tipo de res cogitans se superpone a la res extensa cartesiana. Esta nueva forma de hacer política fue aprovechada no únicamente, pero sí de forma más efectiva por los movimientos políticos de extrema derecha, que impulsaron un auge ultraconservador centrado en un sofisma que relaciona el miedo a la otredad y todo lo que con ella se representa (migración, diversidad, derechos de las mujeres, minorías, otros credos, cambio climático), con el descontento público de los resultados de la globalización y con el descrédito de la democracia.
Sobre el legado de la primera revolución industrial (mediados del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX).
La primera revolución industrial nos legó la máquina de vapor, liberando todo el potencial energético y transformador de una tecnología que aceleró las transformaciones sociales y económicas en Europa, consolidando la primera gran globalización comercial contemporánea, iniciada con la era de los descubrimientos de los siglos XVI y XVII. En un primer momento, la primera gran globalización comercial fue posible debido a los avances tecnológicos en la navegación y en la construcción naval, pero también gracias a los logros que comenzaron con la invención de la imprenta de Gutenberg en la primera mitad del siglo XV, del redescubrimiento del saber clásico (Platón, Hipócrates, Aristóteles, Pitágoras, Arquímedes y más), del renacer de las artes, del Método de Descartes, de la influencia de la ciencia árabe en Europa a través de la Península Ibérica en las matemáticas, la medicina y la astronomía, entre otras influencias que le dieron forma a la Europa renacentista de los siglos XV y XVI.
Por consiguiente, la convergencia-inflación entre la máquina de vapor con los otros avances navales y con el pensamiento científico del Renacimiento fueron las fuentes que dieron un impulso crítico a la primera globalización moderna y a las transformaciones sociales que le siguieron. De modo que la máquina de vapor de Watt fue a la vez un efecto y un factor catalizador del cambio, una tecnología disruptiva que desencadenó toda una revolución, pero también lo fue la mecánica clásica de Newton, la mano invisible de Adam Smith o la renta de Ricardo. La máquina de vapor unió los centros de pensamiento a través del comercio y de las ideas. Las guerras europeas del comercio, la reforma de Lutero, las guerras de religiones que le siguieron por toda Europa, el republicanismo moderno que condujo a las independencias americanas, iniciando con la independencia de los Estados Unidos en julio de 1776, con la Revolución Francesa de 1789 y luego con la independencia de la República de Haití de 1804, junto con el liberalismo económico, forman parte del legado cultural transformador de la primera revolución industrial.
Sobre el legado de la segunda revolución industrial (mediados del siglo XIX hasta el primer cuarto del siglo XX).
Con el auge de la segunda revolución industrial, conocimos la electricidad, el telégrafo, la radio y el cine. La humanidad dio un salto sin precedentes en todos los ámbitos de la vida social, gracias a una extraordinaria convergencia-inflación entre ciencia y tecnología y a los esfuerzos prístinos de innovadores tipo Mark 1 (para utilizar la terminología schumpeteriana), tales como Edison, Bell o Tesla, que prefiguraron lo que actualmente llamamos Investigación y Desarrollo corporativo. Del mismo modo, la segunda revolución industrial vio nacer las ideas del proletariado y la lucha de clases con la publicación de El Capital, al igual que el sindicalismo moderno y los derechos de los trabajadores. Sobre todo, vio el fin de la esclavitud con el nacimiento de los derechos civiles. Sin duda, un hito fue la guerra civil emancipadora y antiesclavista de 1861, en los Estados Unidos de Abraham Lincoln.
Al calor de la segunda revolución industrial, fue publicado El Origen de las Especies. Surge el psicoanálisis de Freud, pero también las ecuaciones de Maxwell y la relatividad especial y general de Einstein. El mundo de la mecánica clásica newtoniana de reglas fijas y estabilidad infinita de la primera revolución industrial dio paso a la entropía, a la incertidumbre de Heisenberg y al gato cuántico de Schrödinger. En otras palabras, desde Monet hasta Picasso o, lo que es lo mismo, desde Pasteur, Bell, los hermanos Wright y la penicilina hasta el modelo T de Ford, con el que se inventó la moderna cadena de montaje. Asimismo, la humanidad fue testigo de una singular síntesis entre la ciencia, la técnica y el arte en el cine de los Lumière. De ese modo fue alumbrada la modernidad, como co-relato cultural de la segunda revolución industrial, con un sentido rupturista con respecto a las manifestaciones culturales de la primera revolución industrial, como lo fue el romanticismo decimonónico.
La primera Gran Guerra en Europa, impulsada por la chispa del magnicidio del archiduque Francisco Fernando, una mañana de verano de junio de 1914 (otro verano), fue un conflicto que, durante sus cuatro años de duración, mostró el influjo del cambio tecnológico: evolucionó de las estrategias y modos de las guerras napoleónicas del siglo XIX (caballería y unidades de infantería) a la guerra mecanizada (tanques, aviación, guerra química). Al final, una Europa devastada por los estragos de la guerra, convivió con el florecimiento del espíritu liberal de los locos años 20, del cubismo y del impresionismo o el keynesianismo, que permitió a los Estados Unidos salir de la Gran Depresión de 1929.
La belle époque que siguió a la primera guerra mundial, fue la máxima expresión de la vitalidad y síntesis cultural de la modernidad. En fechas tempranas como 1915 y 1920, con El Nacimiento de una Nación, de Griffith, o con El Golem, de Boese y Wegener, respectivamente, la iconografía compartida a través del cine fue un claro indicador de que las tensiones raciales y étnicas a los dos lados del Atlántico, no se habían superado del todo y que alimentarían todo el odio que se desató posteriormente, que aún repercute en los discursos xenofóbicos de las campañas electorales de 2024.
El auge del supremacismo y la intolerancia en Europa, de finales de los años veinte del pasado siglo, estuvo acompañado por las frustraciones sociales que resultaron del orden social derivado de la gran guerra. El complejo y convulso escenario político y social fue el caldo de cultivo de figuras mesiánicas, de grandes hombres, que cautivaron a las masas a través de los medios de comunicación social de la época, de la llamada propaganda (reinventada con fines políticos por Joseph Goebbels, flamante ministro de propaganda del nazismo). El discurso del odio basado en el miedo a la otredad tomó cuerpo en esas figuras, que prometieron llevar a sus sociedades a cumplir su destino manifiesto, mediante el rescate y redención de sus pueblos de la decadencia de los regímenes débiles y pusilánimes que se negaban a enfrentar al enemigo interior, al otro entre nosotros, al culpable favorito de todos los males. La maquinaria política, social y económica (nunca mejor dicho), que condujo al horror del holocausto contra los judíos europeos y otras minorías (como el pueblo gitano o los homosexuales, artistas, o personas con discapacidad física o intelectual), estaba en movimiento.
Probablemente, el acto simbólico que marcó el final de la belle époque de la modernidad, fue la quema de libros en mayo de 1933 en la Alemania nazi. Una purga del alma alemana para liberarla de la decadencia. Fue el final dramático de la muerte del pensamiento, que conectó en un mismo hilo histórico la gripe española con el fin de la República de Weimar, con el ascenso del Tercer Reich, con el final de la República Española y el bombardeo de Guernica y con la altamente tecnificada guerra relámpago, que permitió la ocupación de Polonia en 1939 y el inicio de la segunda guerra mundial, a la moza edad de 15 años de don Pililo.
Sobre el legado de la tercera revolución industrial (mediados a finales del siglo XX).
De la hoguera de la segunda guerra mundial y del horror atómico, se fraguó la tercera revolución industrial: la fisión del átomo. Pero también la guerra fría, como corolario de la guerra finalizada en 1945, a los 21 años de don Pililo. En los inicios de la tercera revolución industrial, se consolidó la televisión como medio de comunicación de masas, si bien sus bases tecnológicas se gestaron al final de la segunda revolución industrial. En la primera mitad de la década de los 50s, recibimos el altruismo de Jonas Salk con su donación a la humanidad de la vacuna contra la polio, impensable en la era de las multinacionales farmacéuticas. En 1953 Watson y Crick publicaron el trabajo en el que postularon la estructura de doble hélice del ADN, por el que en 1962 junto con M. Wilkins recibieron el Nobel de Medicina.
Con la aprobación de la píldora anticonceptiva en 1960 y los avances en la tecnología de semiconductores y los circuitos integrados en ese mismo año, se puso en marcha una ola de transformaciones sociotécnicas con serias y profundas implicaciones políticas, económicas y culturales. La división de Berlín en 1961, con su emblemático muro y señal de la guerra latente entre el Oeste y el Este ideológico, entre la OTAN y el Pacto de Varsovia, inició una década única. La píldora anticonceptiva, catalizó una enorme transformación que cambió para siempre el mundo y que, de facto, ha sido uno de los grandes avances en derechos de toda la historia de la humanidad, ya que puso en manos de las mujeres la decisión de cómo y cuándo concebir. De la guerra fría surgió la ciencia aeroespacial, Laica en las estrellas, y, por la televisión, el mundo fue testigo del alunizaje de 1969, a los 45 años de don Pililo.
La tercera revolución industrial tuvo uno de sus mayores dramas con la crisis de los misiles de 1962, quizá el punto más álgido de la Guerra Fría, que estuvo a punto de iniciar la tercera guerra mundial, de aniquilarnos como especie y sólo la madura y responsable actitud del liderazgo político de la época, hizo efectiva la disuasión estratégica. Es difícil saber qué alimentó más el movimiento de la contracultura hippie de la primera mitad de los 60s, si la píldora anticonceptiva o el movimiento pacifista derivado del conflicto de la crisis de los misiles. La crisis de los misiles de 1962, la marcha a Washington por la libertad de agosto de 1963, contra el Apartheid norteamericano de los años 50 y 60 alentado por los encapuchados hijos de El Nacimiento de una Nación y el asesinato de Kennedy en noviembre de ese mismo año (un largo verano-otoño), fueron el epítome del drama de más de una generación.
La participación norteamericana en la guerra de Vietnam a partir de mayo de 1965, la primera guerra televisada y llevada al salón de las familias norteamericanas, hizo que la guerra no fuera ya un acontecimiento distante y la despojó de la narrativa épica propia de las grandes epopeyas nacionales, mostrando todo su horror. La intervención norteamericana en Vietnam ocurrió pocos meses después de la ocupación de los marines de Santo Domingo, en abril de ese mismo año, inmortalizada en el Versainograma a Santo Domingo de Pablo Neruda. En ese momento, don Pililo superaba los 40 años y vivió la tensión y la incertidumbre de la guerra civil, que hizo del Caribe el frente militar de la guerra fría. Santo Domingo se convirtió en el Berlín de las Américas y el Caribe nuevamente en la frontera de los imperios, pero no ya europeos, sino ideológicos, con los todavía frescos acontecimientos de la revolución cubana de 1959, Bahía de Cochinos de 1961 y la crisis de los misiles de 1962. De este período, aún sobrevive el infame embargo a Cuba y, como aprendizaje de las grandes superpotencias y bloques, las llamadas guerras proxi, teatro para la confrontación y laboratorio de prueba de las tecnologías de la guerra. La revolución cultural de Mao, iniciada en 1966, fecha de nacimiento de la China del siglo XXI, así como el asesinato en abril de 1968 de Martin Luther King y luego en junio de ese fatídico año el asesinato de Robert Kennedy, más el mayo de París del 1968 y el Tlatelolco de octubre de ese año en Ciudad México y en el verano de 1969 Woodstock en el estado de New York, representan la cresta de una ola de reclamos de trasformaciones globales durante una década única, dramática y trepidante.
De modo que, como correlato cultural de la tercera revolución industrial, estuvo el movimiento de contracultura en Norteamérica y Europa, la nueva canción latinoamericana y, en 1971, el nacimiento en Canadá del movimiento ecologista, como lo conocemos. En ese momento don Pililo era un hombre de 47 años, ya en la mediana edad. Ese intenso co-relato cultural de la tercera revolución industrial, nos trajo el rock-and roll, la música pop y el movimiento de los derechos civiles en Norteamérica, y un movimiento social y político que forzó la renuncia de Richard Nixon en el verano de 1974, cuando don Pililo alcanzaba los 50 años de vida.
El gran legado de los derechos civiles es un esfuerzo continuado que conecta la guerra de secesión de los Estados Unidos del siglo xix, con los movimientos contemporáneos como el Black lives matter, que resuena en otras partes del mundo cuando nos alzamos contra el racismo sistémico. Y que duele, cuando se escuchan en 2024 los funestos, insensibles e inaceptables cánticos de la selección Argentina, haciendo burla de los ciudadanos franceses de origen africano, que juegan en la selección de fútbol de Francia, de sus compañeros de equipo en las ligas europeas que lo han hecho millonarios… Lo que posiblemente no sepan, como tampoco los acólitos de los movimientos supremacistas y negacionistas, es que, les guste o no, lo quieran o no, todos llevamos a África dentro, en el ADN mitocondrial que recibimos de nuestras madres, que nos conduce de regreso por un largo viaje de 200 mil años hasta el África. Esto vale para un nórdico, para un latino o para los líderes de MAGA. Es simple: África es el continente madre, cuna del Homo sapiens. Por cierto, esto es mucho más que una opinión, es evidencia contrastada empíricamente. Pueden consultar todo el legado científico (aunque no crean en la ciencia), de los trabajos relacionados con la Eva mitocondrial a partir de las investigaciones publicadas en 1987 en adelante.
Posiblemente los últimos hitos culturales y políticos a nivel global de este período fueron el Informe Brundtland de 1987 sobre Nuestro Futuro Común, que dio lugar a nuestra moderna noción de desarrollo sostenible, así como el nacimiento en 1988 del Panel Intergubernamental de Cambio Climático, conectado de forma directa con la adopción del Protocolo de Montreal de 1987, que limitó el uso de los compuestos clorofluorocarbonados, con el fin de reducir el agujero de la capa de Ozono en el Cono Sur, un año en el que don Pililo había cumplido los 63 años de existencia. Los resultados de la lucha contra el agujero de la capa de ozono fueron sin dudas un éxito significativo que muestra el poder de la cooperación y el sentido común, cuando trabajan juntos. Pocos años después, en 1993, nace el Internet público con el primer navegador gráfico, Netscape.
Sobre el legado de la cuarta revolución industrial (inicios del siglo XXI hasta el presente).
El teléfono inteligente desde el que escribo parcialmente esta reseña tiene mucho más poder de computación que la computadora del centro de comando de la Misión Apolo XI. La fabricación aditiva, blockchain, la robótica autónoma, el internet de las cosas (IoT), inteligencia artificial, cloud computing, realidad aumentada, pero también la edición genética y la nanotecnología forman las señas de identidad de la cuarta revolución industrial. La llamada cuarta revolución industrial comparte un rasgo concreto con la segunda: los emprendedores al mejor estilo Tony Stark. Un nuevo tipo de Mark-1 surgió del estallido de dos burbujas: la burbuja punto COM de inicios de los años 2000 y el espacio gris generado por el estallido de la burbuja inmobiliaria de 2007. Al igual que durante la segunda revolución industrial surgió la noción del fetiche de la mercancía, en la cuarta ha surgido una nueva forma de reificación no sólo de los trabajadores, sino de toda la sociedad, derivada del capitalismo de los datos y la vigilancia: el monstruo come galletas (cookies), que asomó sus fauces en 2016 con Cambridge Analytics. Un monstruo amorfo y ubicuo formado de algoritmos de búsqueda que se alimenta de cada clic que hacemos, que los convierte en batch de datos que se venden al mejor postor.
Al final es posible que algo no haya ido bien con la cuarta revolución industrial y que tal vez no sea exactamente una revolución industrial, al menos no en el sentido de las revoluciones industriales que la precedieron. Cada una de las revoluciones industriales se sustentó en un salto cualitativo en el control de la energía: desde la máquina de vapor hasta la fisión nuclear. Se suponía que la cuarta revolución industrial debió ser la de la energía de fusión y del hidrógeno, pero lo ha sido de las redes sociales.
De vuelta al 2016
Con la caída del muro de Berlín (el final de la guerra fría como la conocimos), durante 27 años, entre 1989 y el 2016, se vivió un período de relativa paz y prosperidad global, la belle époque de la postmodernidad. Por supuesto, con sus sobresaltos, como las dos guerras contra el terrorismo, la segunda desprendida de los fatídicos ataques terroristas del 11-S de 2001. El final de la belle époque posmoderna, en forma parecida a lo acontecido durante el primer tercio del siglo XX, pudo de algún modo estar relacionado con el estallido de las dos burbujas, en especial con la del 2007, cuyo estallido condujo a la crisis financiera global de 2008, la más severa desde el crac bursátil de 1929. Es posible que la crisis financiera del 2008 fuera la señal del colapso de un largo ciclo de crecimiento derivado de los efectos combinados de la ola desregulatoria de los años 80s durante los gobiernos republicanos y la era Reagan-Thatcher y en particular de la recuperación y expansión económica de la era Clinton-Blair de la década de los 90s con lo que se puso fin a la American Beauty. Pero el 2016 supuso un punto de inflexión con el escándalo de Cambridge Analytics y el enorme poder fetichista de la manipulación masiva de electores. Mientras, lo cierto es que durante esta belle époque, fuimos testigos de cambios notables como el surgimiento de la Organización Mundial del Comercio y del ascenso del primer presidente negro de los Estados Unidos.
Parte del extraño correlato cultural de la cuarta revolución industrial, es la transformación del Hombre Masa de Ortega y Gasset en un producto de mercado a través del modelo de negocios del capitalismo de los datos y la vigilancia: la Sociedad del Espectáculo de Debord llevada a sus paroxismos en la era de los influencers y las redes sociales. La Idiocracy de 2006, una película casi profética de Judge, prefiguró de algún modo los efectos políticos y sociales de una Sociedad del Espectáculo edificada sobre una nueva forma de capitalismo y modelada, en el mejor sentido de Lukács, por un nuevo tipo de relaciones sociales de producción: una nueva forma de reificación y de alienación del trabajador a través de la nueva mercancía de los datos personales y el consumismo desenfrenado.
El insaciable monstruo come galletas (cookies), mostró sus fauces, dándole un nuevo sentido a la sociedad unidimensional de Marcuse, y fue capaz de levantar al hombre masa en enero de 2021 y hacerlo asaltar el capitolio aún con la pandemia de COVID-19 en nuestros hogares. La sequía creativa y la ausencia de un claro y creativo co-relato cultural durante la cuarta revolución industrial, no deja de llamar la atención. De hecho, vivimos en una especie de era de la nostalgia en la que son muy populares las emisoras que transmiten música de los años 60, 70 y 80 y los remakes del cine de décadas anteriores, como si la creatividad hubiese sido asesinada.
El camino hacia la nueva década de los treinta.
El largo verano del año 2024 nos ha hecho testigos del final de la belle époque de la postmodernidad. El apogeo de MAGA en los Estados Unidos, el auge ultraconservador en Europa, que va desde Vox en España pasando por el Frente Nacional en Francia, hasta el auge de la extrema derecha en Alemania y en los Países Nórdicos, sin mencionar lo propio en América Latina, con el populismo de Bolsonaro en Brasil o el neopopulismo de tintes negacionistas de Milei en Argentina, muestran el final de la política, una tendencia global que sus acólitos más férreos entienden con la victoria en una batalla cultural contra la decadencia.
Al amparo de la ley HB 1467 de marzo de 2022 aprobada por el congreso de La Florida (que busca proteger a las familias de la decadencia), se han vetado novelas de Isabel Allende o de Gabriel García Márquez, lo más parecido a un asesinato del pensamiento equivalente simbólico de Matar a un Ruiseñor, que conecta de modo no sólo simbólico sino también directo, con la purga literaria nazi de 1933, con las leyes de ciudadanía y protección de la sangre y honor de los alemanes de 1935 y, por supuesto, con el mundo distópico de Fahrenheit 451. El fallo de la Suprema Corte conservadora en el verano de 2022, que anuló Rose vs Wade, es un burdo intento por deconstruir la revolución iniciada con la píldora anticonceptiva y de amordazar nuevamente el poder transformador de las mujeres.
Por unos segundos, cerremos los ojos e imaginemos un probable escenario post 2024 en el que Trump ha sido electo presidente de los Estados Unidos y sus consecuencias políticas en el orden internacional, un escenario en el que Europa ha sido asaltada por la extrema derecha y se ha debilitado el frente Atlántico de la OTAN. Una crisis financiera global, una pandemia, la de Covid-19 y sus secuelas, una guerra proxi de trincheras, tanques y drones en Ucrania (¿la guerra civil española contemporánea?), desinformación deliberada, posverdad, negacionismo histórico, auge del supremacismo, discurso anti-inmigración, manipulación masiva de la sociedad a través de las redes sociales (ni Goebbels pudo concebir algo tan efectivo que además nos convierte en mercancías), descredito del sistema democrático, una seudo batalla cultural contra la decadencia, una guerra contra el pensamiento, la búsqueda de hombres fuertes que nos saquen del atolladero liberal, un lamentable intento de magnicidio con el atentado al expresidente Donald Trump en Pensilvania, todo esto y más guarda un parecido escatológico con los acontecimientos del primer cuarto del siglo XX.
En el escenario anterior, el camino a una nueva década de los años treinta parece despejado. Rumbo al valle de Megido, los movimientos ultra a los dos lados del Atlántico se tiñen de los colores del mito fundacional de la Saga de los nibelungos, con el fuego de El Nacimiento de una Nación al son del canto de La cabalgata de las valquirias de Wagner. Se colocan pieles de animales, se pintan la cara y con los gritos tribales de guerra, ocupan los asientos de la Cámara de Representantes en Washington, el final de la polis. El monstruo come galletas (cookies) parece haber logrado su mayor triunfo: el asesinato de Mnemosine, la muerte de la memoria y de la creatividad.
La vuelta a la centralidad.
Para concluir, en la era de la cuarta revolución industrial, se necesita redescubrir la importancia de la centralidad, de salir de los extremos ideológicos, en cuyo maniqueísmo sólo prospera del monstruo que come galletas (cookies). Volver a la centralidad es recuperar el diálogo político y disminuir el pathos de los discursos simplistas y polarizadores de la barricada ideológica. La institucionalidad democrática es el principal valor que preservar ya que en ello nos va el futuro. Es hora de un equilibrio sensato, basado en el reconocimiento recíproco del valor de la interlocución política, de la vuelta a la centralidad, a la polis. La victoria del laborismo británico en las elecciones generales del verano de 2024 es un mensaje esperanzador, de reconstrucción, sensatez y vuelta al equilibrio en la sociedad británica. Las alianzas de centro y la actitud de más de 200 candidatos que renunciaron a sus postulaciones para no dispersar el voto y evitar el triunfo del Frente Nacional en Francia, es una señal de aliento, pero no es suficiente. Es también una señal alentadora la ruptura parcial de la alianza del Partido Popular de España con Vox en las autonomías españolas, pero lo que no pude ser es que los partidos conservadores asuman los discursos de los extremos por afán electoralista, como tampoco pueden hacerlo los partidos de tendencia socialdemócrata con el discurso de la extrema izquierda. La vuelta a los consensos mínimos de la gobernanza sería un gran avance.
Más allá de noviembre de 2024, es clave que los dos grandes partidos norteamericanos recuperen el equilibrio institucional y reconstruyan los consensos bipartidistas, para navegar con sensatez por los escenarios que parecen conducirnos hacia una nueva década de los años treinta del pasado siglo, consensos que en lugar de acercar a la humanidad a la hora cero del reloj del fin del mundo, hagan de la próxima década una de innovación, democracia y transición a la sustentabilidad. La tecnocracia como solución a los problemas de la humanidad no es el camino y no puede ni debe ser confundida con los beneficios de la tecnología y del avance científico-tecnológico. No son la misma cosa, ni siquiera equivalentes. La historia del siglo XX nos dice a donde conducen los regímenes tecnocráticos, que, en el mejor de los casos, sería al país insular de Laputa o a la Metrópolis de Lang, de 1927.
Dos días después de asistir al centenario de vida don Pililo, el presidente Biden anunció su retiro de la carrera presidencial por la reelección (vaya verano), dejando al mundo en ascuas y con la expectativa de lo que pueda sobrevenir. Gracias al presidente Biden por cuatro años de sensatez, decencia y cordura. Al final, me quedo con la esperanza, de que, sea cual sea el resultado de noviembre de 2024, por lo que queda de este largo verano, don Pililo continúe por mucho más tiempo disfrutando del solaz de los años y mirando en lontananza nuestras cuitas.
Nota final: Dedico esta nota a la generación de don Pililo, que fue la de mi abuelo don Félix, ya ido, y con ellos a todos y todas, la generación más dura, que lo vio y lo vivió todo, que con su sola presencia entre nosotros nos ha enseñado el verdadero sentido de la resiliencia. Por cierto, las opiniones y puntos de vista en este artículo son exclusiva responsabilidad del autor