En mis años de estudiante de liceo, ya envuelto en las obligadas lecturas sobre política, filosofía y religión, leí una frase que, más o menos, decía: "el mundo es un fuego eterno que enciende y se apaga según sus propias leyes". Esa frase parecía que estaba hecha o diseñada para provocar en el pensamiento juvenil una actitud reflexiva y crítica sobre los fenómenos del universo. En el mundo todo cambia, menos el cambio.
A partir de aquella frase aprendí a conocer el mundo y sus cambios permanentes. Y veo cambios en los rostros surcados por los años y en las miradas que te hechizan sin palabras, en sólo un segundo. O en el beso que se eterniza en tus labios… Ahora lo más real es lo virtual.
El dinero en efectivo está desapareciendo ante nuestros ojos y no lo advertimos. Antes contabilizar un fardo de dinero en papeletas nos causaba el placer de poseedor exitoso. Sin embargo, hoy sentimos más placer al sacar del tarjetero una tarjeta de crédito y pasarla, o acercarla, a un dispositivo electrónico y ver la maravilla del desarrollo tecnológico. Ya hasta el más conservador, siente algún tipo de rareza al pagar en efectivo.
La mayoría de los jóvenes no visita los bancos para sus operaciones. Sus transacciones bancarias, de rutina, las realizan más fácil que comerse una comida rápida. En condiciones normales, y al manejar con destreza el instrumento poderoso de un celular, mayoritariamente los jóvenes realizan todas sus operaciones financieras a través de la virtualidad. Solamente en los casos de operaciones menores, como pedir un botellón de agua, utilizan el dinero en efectivo.
El dinero en efectivo está llegando a su fin. En unos pocos años, los bancos operarán de manera virtual en sus pequeñas y grandes transacciones financieras. Caminar las calles de las grandes ciudades de un país desarrollado y pagar en efectivo, provoca que te observen como un ser del pasado y un extraño sujeto de otro planeta. Casi el ciento por ciento de los ciudadanos de esas naciones, paga en el mercado de manera electrónica.