En la ciudad de Santo Domingo en esta semana se armó un revuelo que alcanzó espacio en las redes, en la radio y hasta en la caricatura que hace de comentario editorial de un medio escrito. Tal intensidad de preocupación es un eslabón local de la cadena de preocupaciones que a través de los años las generaciones se han hecho con respecto a sus sucesores en esta tierra.

Hoy día es lectura obligada en la educación francesa, pero en 1855 a pocas semanas de la publicación de “Las flores del mal” de Baudelaire, el procurador fiscal de París advirtió formalmente al autor que estaba procediendo a prohibir la venta de ese material que iba contra la moral y, más aún, que él sería enjuiciado, como en efecto lo fue.

Al igual que en la República Dominicana actual, el juicio tardó en celebrarse y la condena fue relativamente leve: indicación de suprimir ciertos pasajes, una multa al autor y otra a los editores. Ciento cincuenta años más tarde no fue un libro sino un cuadro el que suscitó ya no persecución en justicia, pero sí numerosos comentarios. “El origen del mundo”, que ciertamente había sido pintado para un coleccionista privado, iba a ser expuesto en el Museo de Orsay y aquello era considerado una afrenta.

En Estados Unidos numerosas otras obras fueron y continúan siendo sometidas a la censura como por ejemplo “Lolita” de Vladimir Nabokov que, aunque fue llevada al cine, todavía hoy es material prohibido en muchos centros de educación, ahora rechazado tanto por conservadores como por progresistas.  Y es que han convivido y conviven en nuestras sociedades visiones encontradas sobre lo que es aceptable y deseable mostrar. Peor aún, coexisten las intolerancias desde el conservadurismo como desde el espíritu progresista.  Así como hay la sorpresa, indignación y rechazo ante manifestaciones osadas o alternativas, en otras palabras, la intolerancia conservadora, también existe la intolerancia “woke”, que en su voluntad de ser inclusiva termina siendo bastante fatigante y, por momentos, ridícula.

Algunos creen que es moda, que es la influencia de las redes, el cine y todavía la televisión. Genuinamente existe tal cosa como el espíritu de los tiempos y así como antes hubo hippies, punks, yuppies y millenials (sí, hasta esos ya son viejos), ahora hay mayores simpatías por trascender ciertas problemáticas que a personas mayores no nos parecen tan centrales. En ese tren se están montando hasta instituciones tan destinadas a la conservación de las tradiciones como la Iglesia católica y, es justo reconocerlo, también existe el aprovechamiento de elementos visuales o retóricos para avanzar la presencia de las marcas.  No es woke todo el que lo invoca. Hay proyectos mercadológicos que abrazan causas ecológicas, de libertad de género y de inclusión racial tan solo para estar a la moda, sin reflejar realmente la visión de los principales accionistas y directivos de las empresas. Hay políticos que apoyan agendas o movimientos más para concitar simpatías que realmente convencidos de su conveniencia.  Quizás, desde cada una de nuestras perspectivas, lo que deberíamos tratar de ser, más que tolerantes, genuinamente amables con los demás, relacionándonos desde la individualidad.