El 8 de marzo fue reconocido como Día de la mujer trabajadora gracias a las actividades desarrolladas originariamente por las feministas socialistas del SPD (Partido Socialdemócrata de Alemania). Que era el principal partido mundial seguidor de las ideas socialistas marxistas y el “partido guía” doctrinal de otras agrupaciones socialistas en el mundo.
En 1907 en la primera Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, celebrada en Stuttgart, se decidió crear la Internacional socialista de Mujeres, liderada por Clara Zetkin. La lucha principal era obtener el sufragio para las mujeres. En 1909 una agrupación de mujeres socialistas de Estados Unidos celebró el primer Día Internacional de la Mujer en Chicago y en New York donde más de una decena de miles de mujeres hicieron una marcha.
Fue en el segundo encuentro de la Internacional Socialista de Mujeres, celebrado en Copenhague, en 1910, donde se decide establecer un día, el 8 de marzo, para reivindicar los derechos de todas las mujeres. En 1975 todos los esfuerzos y luchas de las mujeres, a escala mundial, que tuvieron como precursoras a las mujeres socialistas, fue reconocido por la ONU, que estableció el 8 de marzo como Día de la Mujer.
Retornando al principio, al papel del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), su principal teórico era Karl Kautsky, que era reconocido como uno de los más eminentes expositores del marxismo y que gozó de gran predicamento teórico hasta que, con la Revolución bolchevique de octubre de 1917, y las discrepancias entre sus ideas sobre los métodos de la revolución y otras divergencias, llevaron a su lapidaria condenación por Lenin en su famoso folleto “La revolución proletaria y el renegado kautsky”.
Para el movimiento comunista este pensador fue reducido a ser simplemente un renegado, un reformista. Injusticia histórica típica de las luchas políticas, dónde se pierde toda referencia y toda equidad y dónde la simplicidad elemental se convierte en principio, haciendo del “coyunturalismo”, o menos aún, de lo instantáneo, el único principio rector.”Coincides, eres maravilloso”. “Diverges, eres la encarnación de todos los males”.
En la socialdemocracia alemana había tendencias diferentes y Rosa Luxemburgo –que también discrepó de los métodos de los bolcheviques y de algunas actuaciones e ideas-, aunque fuertemente criticada por Lenin, nunca fue calificada como renegada e inclusive gozó de las alabanzas revolucionarias del creador del Estado Soviético.
Junto a Rosa había un grupo de mujeres dentro del SPD que a diferencia de ella, tenían como su trabajo político y social predominante el trabajo de concienciación de las mujeres. En ello se distinguió Clara Zetkin quien era directora del periódico “Igualdad”, orientado al movimiento feminista. Luxemburgo siempre la apoyó y la orientó en las ideas y perspectivas socialistas, aunque declinara especializarse, como “mujer” en tareas feministas, si bien colaboró en dicha publicación. Como tampoco quiso dedicarse al trabajo con los judíos. Le interesaba la política global, no tanto la sectorial.
Las ideas socialistas aplicadas a la cuestión femenista de Rosa se expusieron con claridad desde 1904. En el periódico “La Gaceta del Pueblo”, criticó a un congreso internacional de mujeres celebrado en Berlín, calificándolo de “congreso de damas” que no representan a las mujeres sino desde “el punto de vista de la burguesía o como mucho de la pequeña burguesía”. Sigue afirmando: “fatigadas del papel de muñecas o de cocineras de sus maridos, buscan en la acción el modo de llenar sus cabezas vacías y sus vidas vacías”.
Como afirmo en el libro de mi autoría, “Rosa Luxemburgo hoy. Su legado para una izquierda democrática” (2021). Ella consideraba que quienes podían comprender la relación entre la causa de las mujeres y el cambio social, no en Alemania, sino universal, eran las mujeres de la clase trabajadora En ese momento éstas eran las mujeres esposas e hijas de trabajadores y las relativamente escasas mujeres trabajadoras asalariadas. Posteriormente en Alemania, con la primera Guerra Mundial, en EE.UU. e Inglaterra, las mujeres se incorporaron de manera masiva a la producción como obreras industriales, para sostener el esfuerzo de guerra.
Hoy se puede decir, que esa comprensión de la “totalidad del problema”, al que se refería Luxemburgo, abarca a un colectivo más amplio, a las mujeres asalariadas de los diversos sectores de la producción, distribución, consumo, finanzas, administración, servicios y las mujeres profesionales. También a esas “autónomas” o por “cuenta propia”, que se las califica de empresarias y que por niveles de ingresos y por su propia actividad son, sobre todo mujeres trabajadoras, sean manuales o que trabajen más con sus conocimientos.
La idea de Luxemburgo es que las mujeres lo que tienen que hacer es luchar por la causa de la igualdad, de la solidaridad, de la fraternidad, por poner fin a toda explotación, como objetivo. Mientras tanto, hay que tratar de disminuir la explotación y la opresión allí dónde se manifieste. Esa es la lucha esencial de las mujeres, no estar centradas e interesadas sólo en sus propios derechos y libertades.
Obvio, esas ideas con la ideología feminista que se va imponiendo y las actuales hegemónicas de dividir, segmentar y enfrentar hasta el infinito por grupos de todo tipo a las personas por diferencias biológicas, “de sentirse de” un género u otro, raciales, etc. Puede resultar para muchos algo demasiado anticuado. Sin embargo, la verdad no es cuestión de modas. De modernidad o posmodernidad, de grandes o micro relatos, sino de si las mismas exponen hechos sociales contundentes que se refieren a realidades profundas de la vida de las sociedades. Las modas pasan pero lo sustantivo permanece, por mucho que se le esconda.
Los socialistas fueron y siguen siendo los grandes defensores de causas importantes para el avance de la humanidad, aún a sabiendas de que los sujetos beneficiados por sus reclamos y luchas les serán hostiles. Un caso evidente de ello fue la lucha por el sufragio de las mujeres. La claridad de ideas de Luxemburgo se mostró en 1912 en unas jornadas de mujeres socialdemócratas que defendían el sufragio femenino. En su exposición Luxemburgo diferenció el punto de vista de las mujeres burguesas del de la mujer trabajadora.
Citamos textual, aunque lo exponemos en párrafos cortos para una mejor facilidad de lectura:
“La mayoría de estas mujeres burguesas, que actúan como leonas en la lucha contra los “privilegios masculinos”, se alinearían como dóciles corderitos en la filas de la reacción conservadora y clerical si tuvieran derecho al voto. Serían incluso mucho más reaccionarias que la parte masculina de su clase.
A excepción de las pocas que tienen profesión o trabajo, las mujeres de la burguesía no participan en la producción social. No son más que co-consumidoras de la plusvalía que sus hombres extraen de la clase trabajadora. Son los parásitos de los parásitos del cuerpo social.
Y los consumidores (es decir, los que se benefician indirectamente de la explotación) son a menudo más crueles que los agentes directos de la dominación y la explotación de clase, a la hora de defender su “derecho” a una vida parasitaria”. (Rosa Luxemburgo dixit)
Por tanto, antes y ahora, frente a las mujeres burguesas que no trabajan, las pertenecientes a la clase trabajadora ( en sentido amplio), al contrario, están sometidas a un trabajo doméstico que ni siquiera es considerado trabajo productivo, dentro de los conceptos económicos capitalistas, porque no produce ganancias. Estas mujeres han sido las participantes directas e indirectas de las luchas por reivindicaciones sociales, económicas, culturales, políticas. Que han beneficiado a TODAS las mujeres.
Luxemburgo veía la especificidad de la lucha feminista, pero nunca perdía de vista que era parte de una lucha más amplia por la emancipación de toda explotación y opresión. Ya que, en toda sociedad, el grado de emancipación de la mujer es la medida natural de la emancipación general.