Quien no quisiera vivir una vida saludable, y no solo alejado de las enfermedades que hoy abundan e impactan la vida humana como son las infecciones de las vías respiratorias, la cardiopatía isquémica, los accidente cerebrovasculares, enfermedades diarreicas, etc. Quien se negaría a vivir la vida con cierto sentido y que le permita el disfrute de las pequeñas cosas que el día a día le colocan ahí, delante, sin proponérselo y sin hacer ningún esfuerzo. Quien no busca ser feliz y hacer feliz a aquellas personas que comparten, de una manera u otra, su vida y su existencia. Quien no quisiera que la tristeza y el desánimo, la melancolía y la depresión, el estrés y la incapacidad de afrontar los problemas, el insomnio y los problemas de sueño, el cansancio y la baja energía, los miedos y preocupaciones no les atrapen y le roben la paz necesaria para afrontar la compleja realidad que nos está tocando vivir hoy. Como nos diría Ignace Lepp en los años sesenta son muchos los “riesgos y las osadías del existir”.

Discernir y asumir en la propia vida y su cotidianidad aquello que me es posible como lo que no; saber lo que puede depender de mí y lo que definitivamente está fuera de mí alcance; reconocer, incluso, lo complejo que resulta nuestro propio mundo mental como para pretender cambiar el del otro, son esas y muchas otras, las situaciones que son necesarias traer a nuestra mente, comprenderlas y actuar en consecuencia.

Hoy día, ese necesidad imperiosa de sentirse siempre ocupado, eligiendo por lo demás, el estrés como estilo de vida, nos ha ido conduciendo hacia la soledad, la pérdida del sentido del otro, el nihilismo y la autocomplacencia.

¿Qué hacer sin morir en el intento? ¿Por dónde buscar para con certeza encontrar? En definitiva, ¿por dónde orientar nuestra vida? Quizás es tiempo de recuperar su sentido y su significado, entonces. No tienes que abrazar el estoicismo como filosofía, pero puedes aprender de ellos despejando tu propio camino hacia el bienestar y la felicidad tuya y la de quienes te rodean.

Por siglos el bienestar y la felicidad personal y colectiva ha sido la mayor aspiración humana. Tales propósitos nos han conducido por senderos de todo tipo: filosóficos, políticos y religiosos. Esa búsqueda ha sido y es, aún hoy, la ley motive de nuestra vida. Quizás el gran tema y reto es por dónde orientarla. En un estudio realizado desde la perspectiva de la psicología positiva buscando los rasgos positivos que orienten el comportamiento moral y la buena vida, sus autores estudiaron las tradiciones filosóficas y religiosas en China, como el confucianismo y el taoísmo; en Asia, el budismo y el hinduismo, y en occidente la filosofía griega, el judaísmo, el cristianismo y el islam, encontraron las seis virtudes centrales para el propósito investigado: coraje, justicia, humanidad, templanza, sabiduría y trascendencia.[1]

Tomando en consideración esta importante investigación y estudiando a profundidad los principios básicos del estoicismo, Massimo Pigliucci en su libro Como ser un estoico. Utilizar la filosofía antigua para vivir una vida moderna[2], nos ofrece una serie de recomendaciones para manejar situaciones complejas de la vida como la muerte y el suicidio, la gestión de la ira, la ansiedad y la soledad; el amor y la amistad, terminando con una serie de “ejercicios espirituales prácticos” y doce ejercicios, según él, extraídos del Enquiridión de Epicteto. Veamos.

  1. Examinar nuestras impresiones: Las impresiones son solo eso, impresiones emocionales, más no la realidad. Démosle paso al juicio racional antes de actuar. En la Juventud Estudiantil Católica (JEC) había un método: ver-juzgar-actuar, que llamamos Revisión de Vida. No actúes sin antes juzgar a partir de marco de referencia.
  2. Recordar la fugacidad de las cosas: recordar que son solo eso, cosas. Y, aunque no solo fueran eso, cosas, son efímeras, como la propia vida. Apreciemos lo que tenemos sin apegarnos totalmente.
  3. Cláusula de reserva: lo que ocurre a nuestro alrededor no depende necesariamente de nuestra voluntad, aunque podríamos incidir para hacerlo. Incluso pasa con nuestros propósitos, cuyo logro no depende por entero de lo que hagamos. Podemos prever posibles escenarios y que no nos tome de sorpresa, evitando así el enojo o la tristeza.
  4. Usar la virtud aquí y ahora: Ante lo que me puede provocar, positiva o negativamente, recordar el poder del autocontrol; ante el dolor, el aguante; ante el insulto, la paciencia. Ante la mala cara, una sonrisa.
  5. Hacer una pausa y respirar hondo: no basta con que te quieran herir, necesitan hacerlo. Evita la reacción emocional inmediata, tómate tu tiempo y respira hondo. Puede ser útil cuando algo por hacer nos genera miedo o temor.
  6. Alterizar: lo que puede ser correcto en el caso de otros, pudiera serlo si fuera mi caso: ¡Pobre, pero así es la vida! ¡Y por qué a mí! Es como “colocarme en el lugar del otro”.
  7. Hablar poco, pero hacerlo bien: a mis estudiantes siempre les recuerdo que la naturaleza nos dio dos oídos y una sola boca. Es muy importante escuchar y comprender y, luego, decir lo que tienes que decir. Una buena comunicación efectiva es breve, no dice más de lo necesario, y, procura, que el otro la comprenda. Comunicar no es hablar, sino escuchar lo que él otro piensa de cuanto digo.
  8. Elegir bien la compañía: No tienes la oportunidad de elegir a tus parientes, pero sí a tus amigos y conocidos. Ponle atención a esto.
  9. Responder a los insultos con humor: Suele ser más efectivo reír ante los comentarios acerca de uno mismo, que reaccionar de manera negativa. Aprende, incluso, a reírte de ti mismo. El sentido del humor es muy poderoso y debemos aprender de la dimensión cómica de la experiencia humana. (Peter Berger tiene un extraordinario libro que titula Risa Redentora. La dimensión cómica de la experiencia humana[3], precisamente.
  10. No hables tanto de ti: Tus logros y aventuras pueden no ser del agrado de la otra persona. No dejes que tú ego te traicione.
  11. Habla sin juzgar: No olvides que una cosa son los hechos y otra, las valoraciones que puedas tener de los mismos, y esto último puede ser muy relativo, en ocasiones, molestoso.
  12. Reflexiona sobre el día: Al terminar el día trata de recordar las cosas importantes que acontecieron, tú rol en ellas, si pudiste o no hacerlo de manera distinta y, sobre todo, lo positivo o no de tu actuación. Incluso, recordar las “cosas buenas” que hiciste hoy, puede ser un buen aliciente a seguir hacia adelante, sobre todo si involucra el bienestar de los demás.

Personalmente agregaría, además:

  1. Ser agradecido: Siempre hay alguien a quien agradecer por los logros alcanzados o simplemente, por aquellas cosas evitadas y que pudieron ser dañinas para nosotros mismos o los demás.

Finalmente, quizás vale la pena traer a colación aquella plegaria u oración a la serenidad y que según se dice, es de un origen aún no muy preciso:[4]

Señor, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que sí puedo, y la sabiduría para reconocer la diferencia.

 

[1] Recuperado en Shared Virtue: The Convergence of Valued Human Strengths across Culture and History – Katherine Dahlsgaard, Christopher Peterson, Martin E. P. Seligman, 2005 (sagepub.com)

[2] Pigliucci, M. (2018). Cómo ser un estoico. Utilizar la filosofía antigua para vivir una vida moderna. Editorial Planeta, S.A.

[3] Berger, P. (1998). Risa Redentora. La dimensión cómica de la experiencia humana. Editorial Kaidós. Barcelona.

[4] Recuperado en smf-129 – Orígen de la Oración de la Serenidad: Un Estudio Histórico (aa.org)