Vivimos una época centrada en el consumo sin que ello signifique satisfacer necesidades reales, sino de aquellas que se nos inculcan desde fuera, es decir, desde el mercado. Así se han ido desarrollando otras necesidades principalmente orientadas a satisfacer egos y apariencias que ese mismo mercado construye y condiciona, constituyéndose en una suerte de artilugio, como autoengaño inconsciente, que nos vincula umbilicalmente con él, desarrollando una especie de patología del consumo. El comportamiento compulsivo de compra se constituye en una patología que traspasa estratos sociales, con la diferencia, claro está, del monto y características de lo consumido. El trastorno de compras compulsivas (TCC) se ha constituido en un trastorno psicológico vinculado con las necesidad irresistible de comprar cosas no necesarias y, generalmente, superfluas, que se acompaña de ansiedad como irritabilidad y malestar. Algunas personas, luego de un sentimiento momentáneo de alivio tras la adquisición del objeto de consumo, puede experimentar sentimientos de culpabilidad. Algo bastante generalizado en gran parte del mundo es la de hacer del cuerpo un objeto de venta-consumo, sometiéndolo a un conjunto de prácticas fuera de los contextos culturales que le dieron y dan significado. Se habla, en ese sentido, del “body art” “como una práctica caracterizada por acciones orientadas a decorar el cuerpo de manera transitoria o permanente, alterando su apariencia y forma, con intención de construir una estética particular del cuerpo”. [1] Los tatuajes y piercing se constituyen hoy en una especie de prenda de vestir.

De esa manera, todo o casi todo, se transforma en esa lógica del mercado en un producto o servicio de circulación o intercambio, es decir, en una mercancía. El rostro de Jesús como incluso el del Che Guevara, impresos en una franela, es un objeto de alto consumo, muy alejado por supuesto, de su sentido y valoración histórico-simbólica. Así, como bien señala Ahedo, “la conversión de algo, un objeto o una actividad, en mercancía es la pre-condición para asignarle una caracterización, una naturaleza objetivable y calificable, y para recibir un proceso de valoración o valuación”.[2] Todo o casi todo, como la vida, pierde su valor en sí. Cualquier acción contraria, hoy, es casi una rebelión.

¿Cómo recuperar el sentido de la vida en un contexto como el descrito? ¿Por dónde orientar nuestras vidas en aras de preservarla no como objeto de uso sino de valor en sí mismo? La lectura de los estoicos, como de otras posturas filosóficas milenarias, tal vez nos ofrecen la oportunidad reflexiva de buscar respuestas. Hagamos una mirada desde el estoicismo.

Se cree, y se dice incluso, que una persona estoica es fría y calculadora. Nada más alejado de la verdad. El estoico es una persona que se muestra autocontrolada y con una autoconciencia de sí, que le permite lograr una vida plena. Ante el reconocimiento de que solo tiene control sobre sus pensamientos y su comportamiento, procura el dominio de sus emociones, sobre todo de aquellas que pudieran ser consideradas como dañinas. Si controlas tus reacciones emocionales ante la realidad vivida, pudieras garantizar una visión más precisa de la misma, además de evitar reacciones que nada tienen que ver con dicha realidad, más que con tu percepción de las cosas.

El estoicismo es una escuela fundada por Zenón de Citio de Atenas, a principios del siglo III a.C., que se define como una filosofía de ética personal, bajo el supuesto de que la realidad opera según la ley de la causa y el efecto; además, de que, aunque no podemos controlar los eventos externos, aquellas que ocurren fuera de mi piel, sí pudiera controlar mis pensamientos acerca de ellas, es decir, lo que ocurre dentro de mi piel. Desde esa perspectiva, el estoicismo, se constituye en una doctrina filosófica acerca del control y dominio de los hechos que experimentamos internamente a través de la razón y el carácter personal. Para los estoicos, la virtud es el único bien.

Tres figuras importantes del estoicismo: Séneca, Epícteto y Marco Aurelio. Tres personajes históricos totalmente distintos, uno del otro.

Lucio Anneo Séneca, llamado Séneca el Joven para distinguirlo de su padre, nació en el año 4 a.C. y murió el año 65 d.C., es decir, a los 69 años. Aunque nació en Roma y por su nombre, probablemente de origen celta. Parte de su niñez la vivió en Egipto con su tía por razones de salud. Estudió gramática y retórica, como también filosofía bajo el influjo de los Sextios, que ya entonces eran estoicos, como de otras corrientes filosóficas como del cínico Demetrio y del pitagórico Soción.[3] Además de filósofo fue político, orador y escritor romano, conocido por sus obras de carácter moral.

Epictero o Epicteto (cuyo nombre aún resulta incierto), nació en Cibeles en el año 50 muriendo en el 125 a la edad de 75 años. Fue esclavo de Epafrodito, quien al mismo tiempo fue liberto de Nerón. Se dedicó a la filosofía, de manera especial, a la moral. Sus Disertaciones, conjunto de lecciones, fueron elaboradas por Flavio Arriano, su discípulo. También se le reconoce el Enquiridón, traducido como Manual de vida.[4]

Marco Aurelio Antonino, nació en el año 26 muriendo en el 121, a la edad de 95 años.  Emperador y filósofo romano. Pertenecía a una gens o familia española de Roma; desde niño llamó tanto la atención del emperador Adriano, por su ingenua franqueza y su inteligencia, que ordenó su adopción a Antonino Pío, quedándole destinado el imperio.[5]

Un político-orador, un esclavo liberto y un emperador, los tres abrazaron el estoicismo como guía para vivir una vida buena, y esto significaba, según Sellars[6], llegar a comprender nuestro lugar en el mundo, cómo sobreponernos cuando las cosas no salen como nos gustaría; pero, además, cómo manejar nuestras pasiones y cómo comportarnos con el prójimo. En suma, cómo vivir una vida buena, digna de un ser racional, como lo es un ser humano, sobre todo en el mundo mercantilizado que nos ha tocado vivir hoy.

Para alcanzar tales propósitos, una condición importante a juicio de los estoicos es la identificación y control de nuestras emociones, sobre todo de aquellas que nos pueden hacer daño, como la rabia, la ira, el miedo, el odio, consideradas estas como emociones negativas. Entendían los estoicos que una manera de manejar estas emociones era fomentar aquellas que tuvieran un efecto contrario en nosotros, como la alegría, el amor, el sentido de justicia y otras, las que consideraban emociones positivas. La contraposición de las emociones positivas a las negativas, para los estoicos, podía ser una buena estrategia para alcanzar un mejor bienestar personal y social.

Pero, cuidado, una emoción de las llamadas positivas, mal manejada, también nos puede generar situaciones dañinas.

Sellars señala que Epicteto en su Manual de Vida “nos abre con una clasificación contundente de lo que depende de nosotros y lo que no. Lo que podemos controlar –aquello sobre lo que tenemos poder- son nuestros juicios, impulsos y deseos. Prácticamente todo lo demás escapa a nuestro control: nuestros cuerpos, nuestras posesiones materiales, nuestra reputación, nuestro éxito en el mundo, etc.”.

Para el autor referido, “los estoicos no afirman –y esto es muy importante- que uno deba negar o reprimir sus emociones; más bien, que debemos intentar no darle un lugar prioritario”. Recordemos, una vida buena es digna de un ser racional, como lo es el ser humano. Sellars nos ofrece un breve párrafo de Epícteto a propósito y que reza:

“Recuerda: para que te hagan daño no basta con que te golpeen o insulten, debes creer que te han dañado. Si alguien consigue provocarte, date cuenta de que tu mente es cómplice de la provocación.”

Extraordinaria idea que nos permitiría colocarnos ante muchas adversidades de manera interesante. Siempre le insisto a mis estudiantes el valor de aprender a cambiar los relatos que nos hacemos acerca de las cosas y situaciones en las que nos vemos envueltos. El relato contiene una visión de la vida cargada de emociones que condicionan nuestra actuación. ¡Cambia tú relato de vez en cuando y mira las consecuencias!

Y es que, como filosofía de vida, el estoicismo tiene dos componentes esenciales, una metafísica, es decir, una visión acerca de cómo funcionan las cosas, al mismo tiempo que una ética, es decir, una guía de cómo comportarse ante la realidad. De esta manera, ambos elementos en su armonía regulan nuestro comportamiento según nuestra visión. Si en la naturaleza humana conviven la capacidad de razonar al mismo tiempo que la de vivir en sociedad, una vida saludable será aquella en que prime la razón para vivir bien en sociedad.

En una próxima entrega veremos algunas recomendaciones prácticas que pueden ser útiles para alcanzar una vida con mayor sentido.

[1] Sastre, A. (2011). Cuerpos que narran: la práctica del tatuaje y el proceso de subjetivación. Recuperado en Cuerpos que narran: la práctica del tatuaje y el proceso de subjetivación (scielo.org.co)

[2] Ahedo, M. (2018). Mercancía y acumulación. De El capital I de Marx a la crisis del capitalismo a comienzos del siglo XXI. Recuperado en Mercancía y acumulación. De El capital I de Marx a la crisis del capitalismo a comienzos del siglo XXI. – Dialnet (unirioja.es)

[3] Recuperado en Lucio Anneo Séneca | Real Academia de la Historia (rah.es)

[4] Recuperado en Biografia de Epicteto (biografiasyvidas.com)

[5] Recuperado en Biografia de Marco Aurelio (biografiasyvidas.com)

[6] Sellars, J. (…) Lecciones de estoicismo.