Desde los inicios de la década del ochenta se produjo a nivel global, regional y nacional una enorme ofensiva ideológica del pensamiento político y económico liberal en contra de toda forma de intervención del Estado en la sociedad.

Notables, por su enorme influencias académicas y políticas en Latinoamérica, fueron los textos de Octavio Paz, el “Ogro Filantrópico”, los artículos y ensayos políticos de Mario Vargas Llosa, como también el inolvidable “Fin de la historia” de Francis Fukuyama.

Las críticas a los modelos económicos y políticos que priorizan una fuerte intervención del Estado en la sociedad como motor del desarrollo, como son los casos del régimen socialista, la socialdemocracia de Europa, el wealthfare de los Estados Unidos y el llamado neopopulismo latinoamericano, se expresaron de diferentes formas: como restricciones a las libertades individuales, al libre mercado, críticas al intervencionismo estatal, a los procesos de centralización y autoritarismo de las decisiones políticas, incremento de la deuda pública y poca eficiencia en los gastos del Estado, entre otras.

Para un autor como John Locke, considerado como uno de los fundadores del liberalismo, es la libertad y la propiedad la que garantiza la protección y seguridad de los individuos frente a los riesgos y contingencias de la vida en sociedad. Sus supuestos se sustentan en la idea de que la búsqueda y satisfacción de los intereses individuales son los que garantiza la estabilidad y el orden en la sociedad, por tanto, el Estado, está llamado a garantizar la libertad y propiedad individual.

En el marco de la ideología neoliberal, el individuo es el responsable de sí mismo, si eres un “ganador” o un “perdedor” va a depender de ti y solo de ti, obviando mencionar que nunca se parte de cero, que vivir en sociedad supone participar en condiciones históricas y redes institucionales no elegida por el individuo, pero que condicionan, mediatizan, nuestras posibilidades de desarrollo.

En nuestro país, al igual que el resto del mundo, en la década del ochenta se escucharon las críticas al modelo de desarrollo estatista: autoritario y neopopulista, como una crítica a la corrupción y deficiencias de las empresas del Estado durante los doce años del gobierno de Balaguer y, como crítica al modelo socialdemócrata del primer período de gobierno del PRD.

Sin embargo, al final, como bien señala el sociólogo Carlos Dore Cabral, fueron las presiones y chantajes de los organismos financieros internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), los que decidieron la balanza en favor de la implementación del modelo neoliberal en la región y el país.

De manera que, desde la década del noventa, el pensamiento social dominicano se ha caracterizado por la hegemonía de los discursos económicos, jurídicos y políticos neoliberales. Las consignas y recetas de los neoliberales de privatizar, desregular el mercado, achicar el Estado y eficientizar la administración pública pasaron a ser los objetivos prioritarios de los gobiernos. En este modelo de desarrollo, los llamados problemas sociales colaterales o las consecuencias no deseadas pasaron a un segundo plano.

En ese sentido, las primeras víctimas de la implementación de las políticas neoliberales en el país fueron las empresas públicas. Comenzó la gran transición, donde empresarios, políticos, suplidores y contratistas obtienen grandes beneficios haciendo negocios con el Estado, configurando una nueva relación del Estado y el Mercado; lo público fue privatizado y el interés privado colonizó al Estado. Los empresarios se convirtieron en políticos y los políticos en empresarios.

A partir de la entrada de la implementación de las políticas económicas neoliberales en el país se produjo mayor desarrollo económico y el aumento de las libertades públicas, pero también se produjeron daños colaterales: aumentó la desigualdad social, la informalidad laboral y sobre todo la falta de protección y seguridad social de los más pobres y excluidos de la modernización neoliberal.

En ese sentido, a cuarenta años de hegemonía del modelo de desarrollo neoliberal en el país, persiste un profundo malestar en la sociedad dominicana que se expresa en el incremento de las emigraciones por falta de trabajo, de la violencia de género en la familia, los acosos y violaciones sexuales en el sistema educativo, el deterioro del sistema de salud pública, la delincuencia en las calles, barrios y vecindarios. Todos nos sentimos frágiles y vulnerables, incrementando las necesidades de mayor seguridad y protección social del Estado.

Esta coyuntura de vulnerabilidad, inseguridad y falta de protección social de las mayorías es lo que explica la desafección política de los ciudadanos, la falta de credibilidad en las instituciones democráticas y la búsqueda de refugio en ideologías políticas autoritarias y neopopulistas, sobre todo, los más pobres y excluidos de la sociedad.

Y hay que decirlo, la crítica al pensamiento neo-liberal, no se trata de una nostalgia por el autoritarismo, las manos duras, el estatismo o el neo-marxismo, sino por el deterioro y abandono de la cuestión social; es decir, por el aumento de la desigualdad social y la ausencia de políticas públicas estatales que impacten significativamente la calidad de vida de las mayorías de los dominicanos.

De toda forma, al margen de las paradojas y contradicciones de nuestro modelo de desarrollo, seguro que si deseamos superar el malestar de la sociedad dominicana, y esta oleada de violencia y delincuencia que nos azota, hay que apostar por transformar la relación del mercado y el Estado con la sociedad y construir una nueva relación que produzca una mejor redistribución de las riquezas, y garantice mayor protección y seguridad social a los más necesitados.