1. Prólogo

Inicio haciendo una confesión. Siento un inmenso regocijo y satisfacción al saber de la reimpresión del libro Ensayo sobre la formación del Estado capitalista en la República Dominicana y Haití, Santo Domingo, Editora Taller, 1983. Impreso esta vez por la editora Búho, nos llega con el reordenamiento de alguno de sus capítulos originales, por decisión expresa de la autora (Brea 2023: 7).

 

Al margen de otras circunstancias, mi entusiasmo sincero por este acontecimiento académico se debe a que nos sitúa ante una de las pocas obras magistrales que con tino y agudeza crítica obliga a reflexionar el tema pivote de la relación sociedad civil – Estado político, en aquellos dos países. Y, más aún, explaya esa reflexión a la luz de escuelas de pensamientos francesas y alemanas que, luego de más de dos siglos, siguen siendo referencia constitutiva del debate y de la configuración del mundo contemporáneo en el que nos desenvolvemos.

 

Hecha esa confesión, empero, advierto que no entraré a hacer un recuento de dicha obra. Esa labor la dejo al espíritu inquisitivo y responsable de cada lector. Por mi parte, me limitaré a destacar algunos hitos de la tesis de la autora, para justificar así la alta estima y valoración que aún le concedo.

 

  1. Una intuición original

 

Así como toda edificación arquitectónica se asienta en sus cimientos, el libro de Ramonina Brea está sustentado en su propia intuición conceptual. Según esta, la génesis del Estado en Haití y en la República Dominicana, no se escenificó con base en su propia autonomía y poder, sino en función del reconocimiento y legitimación de los Estados nacionales más consolidados de los siglos XVIII y XIX.

 

Aunque luzca quitada de la bulla rimbonbante y poco cartesiana que opaca el pensamiento francés después de Albert Camus y André Malraux; y, aun cuando aparezca dejada de la algarabía bizantina, fruto del idealismo alemán elaborado luego del descubrimiento de la acumulación primitiva, precedido de la dialéctica del amo y del esclavo, la doctora Brea escribe que,

 

“…Mientras la construcción de la soberanía estatal, en una buena parte de los Estados del occidente europeo, se realizó mediante una ruptura de la dependencia del poder divino, de lo sagrado, del poder instituido por Dios, en Haití y la República Dominicana, la cuestión que se plantea es la de transformar la relación de poder frente a los otros Estados nacionales. Por lo cual, lo más importante no es tanto la secularización del poder como su nacionalización” (Brea, edición de 2023: 65-66).

 

Así, pues, ¿qué hace de Talón de Aquiles de ambas formaciones políticas?

 

Al igual que no hay democracia sin demócratas, no hay formación estatal de carácter capitalista en ausencia de una nación. Y, si la existencia de una nación pasa por el plebiscito cotidiano de Renan, imposible que una nación -sea la haitiana, sea la dominicana- vea la luz del día desprovista de la voluntad del pueblo, en tanto que nacional (no popular ni disperso aglomerado de grupos étnicos divergentes).

 

La unidad pueblo-nación, fundadora del Estado moderno, al basarse en la idea de `comunidad´, de bien común, de organicidad, de participación en la igualdad, plantea el problema del consenso y la integración como el de la representación, el de la autoridad y el interés general. Esta unidad del pueblo-nación, abstracta, pero real, permite inscribir al pueblo como `principio abstracto de autoridad´ y establecer un lazo social duradero en torno al interés común. Al instituir la voluntad general como norma se esfuma el poder y se enfatiza el carácter asociativo y comunitario de esta unidad”, (Brea 2023: 176; ver, 157).

 

He ahí el pecado original de ambos estados políticos al momento de adentrarse en la historia universal.

 

En ausencia de lo que es constitutivo de una nación propiamente dicha, con la pretendida independencia nacional, se propagó la desconfianza e incredulidad de un creciente porciento de los pobladores en el respectivo sistema político vigente en cada uno de esos dos países (Brea 2018: 119). Debido al predominio de un Estado político en manos privadas, la población -sea esta la haitiana o la dominicana- permaneció cautiva de caudillos, guerras civiles y arbitrarias intervenciones de un aparato estatal dotado de estructuras débiles de administración y reducido a un precario aparato fiscal y militar incapaz de ejercer en algún momento el monopolio legítimo de la violencia.

 

Ese maremágnum de atropellos y eventos desordenados y no pocas veces caóticos, queda expuesto en tres períodos históricos: 1801-1870 (tercer capítulo), 1865-1879 (cuarto capítulo) y, previo a las conclusiones derivadas de la unificación autoritaria y la imposición disciplinaria a la población, los años 1900-1916 (quinto).

 

III. Resistencia del campesinado

 

Ahora bien, ¿qué fenómeno social fue capaz de entorpecer el curso lineal de una historia engendrada por la concepción marxista relativa a la acumulación primitiva?

En Haití, “el Estado surgió y se desarrolló con características patrimonialistas” (Brea 2023: 69 y ss.; 98-99) propio a un “campesinado parcelario”, empobrecido y minifundista por demás. Y, en la República Dominicana, el campesinado (Brea 2023: 99 y ss., 109 y ss., 191) -incluyendo, por cierto sesgo en la comprensión antropológica del término por parte de la autora, al productor cibaeño de tabaco religado y orientado, no por la subsistencia familiar, sino por el mercado europeo- el proceso de acumulación y formación del dominio estatal dio pie a lo que autores como Báez, Oviedo y Catrain calificaran de “frustración del proceso de proletarización”, la “interrupción del proceso nacional de proletarización” (citados en Brea 2023: 101; ver también, 123-124).

 

En resumidas cuentas, en ninguno de esos dos países tomó cuerpo institucional la idea de nación y, esto así, a pesar de tanto “discurso retórico” (Op.cit., 68).

 

Así, pues, ya no a nivel de intuición original, sino de elaboración factual, la autora mira en dirección del campesinado. Es este el que, sin saberlo (ver, Wolf 1973), transita -en ambos países- en contravía de la historia.

 

Alejado el campesino del ágora, “a la hora de la independencia de Haití (1804) y de la República Dominicana (1844), el poder es una propiedad de quien lo ejerce y la propiedad del poder no es solamente privatizar la esfera política, sino que este derecho de disponer de los hombres y de las cosas es regido por una voluntad que serviliza y que no encuentra límites infranqueables en la ley. Secularización del Estado, pero privatización de la política… Pugna entre la ley que quiere abrirse paso y el mandato del déspota como voluntad suprema del poder.” (Brea, 2023:63)

 

Los resultados no se hicieron esperar. En Haití, las mejores aspiraciones arribaron a la fragmentación del territorio y a la “solución represiva” de la cuestión campesina (Op.cit., 191); al tiempo que en el país vecino las ilusiones se disolvieron en “manifiestos políticos” y “discursos de deseo” (Op. cit., 85; ver también, 89).

 

  1. Dos consecuencias y una elegía

 

  1. Contrasentido campesino. La consecuencia más decisiva e inmediata del estudio de Ramonina Brea, bien puede ser la agudeza con que argumenta la imposibilidad de transformar al desorganizado campesinado minifundista en un ordenamiento nacional regido por el establecimiento del imperio de la ley y en sustitución de la arbitrariedad de caudillos cabecillas de la población dispersa en campos, poblados y capitales.

 

De hecho, esta es la explicación del fracaso de ambas sociedades antillanas. El Estado, reducido a un precario aparato militar y fiscal, no pudo dejar de fungir como mera estructura de coerción a la hora de ejercer, tanto el monopolio legítimo de la violencia, como la administración de la cosa pública. Dada la correspondencia de las dos sociedades isleñas con sus respectivas formaciones estatales,

 

Se obstruye el proceso de constitución de un espacio e ideologías que, con el tiempo, propicie al espacio nacional y, por otra parte, no se sientan las bases para la centralización del poder. Todo lo contrario, la eficacia de la resistencia de la economía parcelaria y su gran persistencia apunta hacia la obstrucción del surgimiento de la categoría de pueblo. La segmentación del poder alrededor del `caporalismo agrario´ prolongaron y dotaron de consistencia a un Estado patrimonialista no centralizado, anclado en el vasallaje político y en la fuerza de las armas”, (op.cit., 75).

 

  1. Génesis del Estado capitalista. La realidad histórica terminó demostrando que, “en la primera década del siglo XX, el proceso de transformación capitalista no había logrado dotar de una unidad a todas las relaciones existentes” en ninguno de los dos países en cuestión (op.cit. 185).

 

El primer intento sistemático de desatar el nudo gordiano del patrimonialismo transcurrió finalmente entre  1915 y 1934, en Haití, y de 1916 a 1924, en la República Dominicana, con la intervención de las fuerzas de ocupación estadounidense en esas repúblicas. De hecho, “el intento de centralización administrativa y militar en Haití siguió las mismas directrices que en la República Dominicana: concentrar y centralizar el mando militar de un ejército profesionalizado y la constitución de una organización burocrático bajo el mando del Receptor General y el Consejero Financiero” (Op.cit., 190; ver también 199).

 

Sin embargo, el intento fue fallido. Si bien las fuerzas de ocupación procuraron encarrilar el proceso de formación capitalista, no obstante, adolecieron respectivamente de la participación e integración popular -de haitianos o de dominicanos- en el proceso de nacionalización y constitución política de cada cual. (Ver, op.cit., 147 y 189)

 

Por tanto, las susodichas ocupaciones militares no lograron “la formación del pueblo-nación” haitiano ni la del dominicano; tampoco, un “mercado interno”, “la cultura nacional” o la respectiva “individualización” de ambos países (Op. cit., 200). Para más señales del fracaso, ni siquiera fraguó “la constitución del Estado moderno en estos dos países”. El lugar del Estado moderno lo usurpa una formación fallida propia “a un desdoblamiento incompleto con respecto a la sociedad. Así, el Estado capitalista surge sin una unicidad del poder que posibilite una unificación de la sociedad en torno al pueblo-nación” (Op.cit., 201).

 

  1. Cuestiones pendientes. El trabajo de la doctora Brea es pionero. Lo es, pues si bien hasta entonces -e incluso al día de hoy, en la región cultural del Caribe- el Estado es y sigue siendo “el punto ciego” de cuanta investigación se realiza sobre el capitalismo (Op.cit., 104), gracias a la autora finalmente caen las escamas y las vendas de los ojos. A partir de ahora, los estudios sobre el capitalismo no tienen por qué terminar “reconociendo al Estado una importancia de primer orden en el desarrollo capitalista, sino a través del argumento de la excepcionalidad histórica o del empirismo” (Op.cit., 105).

 

De ahí que la riqueza del trabajo aquí comentado sea tal que sustenta diversas pesquisas ulteriores. Unas más empíricas y otras más conceptuales. Por ejemplo, desde la atalaya del presente,

1º        Cabe preguntar si con posterioridad a las décadas de aquellas dos intervenciones militares, la “unificación de la sociedad en torno al pueblo-nación” (Op.cit., 201) ha sido finalmente alcanzada e institucionalizada en alguno de los dos países previamente ocupados.

 

Y, en términos más conceptuales,

 

2º        Debido a que ninguna variante de raigambre dialéctica interviene en la “derivación” weberiana que orienta “la transformación de valores y pautas culturales” (Op.cit., 10-11), si la obra que hoy vuelve a ocupar la atención crítica conmina a discernir con nuevas luces, en el devenir histórico de los pueblos, si todo lo que es teóricamente lógico -como las leyes, según Hegel- es real y, por ende, si la realidad tiene algo de racional.

 

  1. Un elogio y una elegía. A contraluz de esas dos cuestiones, trasluce el incondicional elogio que merece la obra magistral de la doctora y amiga, Ramonina Brea. Su lucidez y aplicación intelectuales merecen el reconocimiento de todo aquel que, a pesar de cualquier elegía ante la realidad social de Haití y la de la República Dominicana, reanude en lo sucesivo el estudio relativo a los cimientos del Estado moderno en cada una de esas sociedades. Tanto en razón del rompecabezas político de los pobladores de la parte occidental de la isla de Santo Domingo, como por el sancocho cultural y migratorio de los de la parte oriental.

 

 

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http://investigacion.politicas.unam.mx/caribecontemporaneo/wp-content/uploads/articulos/10/153.pdf

 

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—– Ensayo sobre la formación del Estado capitalista en la República Dominicana y Haití, Santo Domingo, Editora Taller.

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—–Peasant wars of the twentieth century, New York, Harper and Row.

Fernando Ferran[1] Profesor – Investigador de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, PUCMM, y director del Centro de Estudios Económicos y Sociales P. Alemán, SJ.