Pentecostés es la fiesta cristiana de la prolongación de la Pascua, por espacio de cincuenta días, después de la Resurrección de Jesús y que, según el Libro de los Hechos de los Apóstoles, (2:1-13) en un domingo como éste, mayo 19, el Espíritu de Dios fue derramado sobe “todos los creyentes que se encontraban reunidos en un mismo lugar”, pues, “todos ellos se reunían siempre para orar con los hermanos de Jesús y con María su madre y con las mujeres”. (Hechos 1:14).

El domingo de Pentecostés coincide con la observación de la fiesta que los israelitas celebraban cincuenta días después de la Pascua Judía o sea la “liberación de la esclavitud en Egipto”. Esta conmemoración se conoce también entre ellos con los nombres de “fiesta de la cosecha” o “fiesta de las semanas”.

La celebración del día de “Pentecostés” es una de las celebraciones mayores de los cristianos en caso todo el mundo. Las llamadas Iglesias Históricas dan mucha importancia a las celebraciones litúrgicas y ejercicios de fe y práctica religiosa que tengan relación con la manifestación del Espíritu de Dios en Pentecostés; más y más el Movimiento Pentecostal y los Carismáticos ponen interés especial en estas conmemoraciones.

En el día de Pentecostés, “de repente, un gran ruido que venía del cielo, como de un viento fuerte, resonó en toda la casa donde estaban reunidos los discípulos, familiares y amigos de Jesús de Nazaret, que eran “unas ciento veinte personas”, y se les aparecieron lenguas como de fuego, repartidas sobre cada uno de ellos. Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu hacia que hablaran”. (Hechos 2:1-4)

Hay muchos aspectos de la manifestación del Espíritu de Dios que pueden ser vistas y ponderadas para comprender mejor la revelación de Dios a través del tiempo.

La Santa Biblia está repleta de la presencia, poder, y acción del Espíritu de Dios y es mencionado desde el primer libro del Génesis (1:2) hasta el ultimo capítulo del Apocalipsis (22:17); pero, la manifestación del poder divino toma forma e ímpetu espectacular en el día de Pentecostés, ya que de acuerdo al evangelista Lucas, autor de los Hechos de los Apóstoles, se hizo patente con ruido, como viento fuerte, como lenguas de fuego, repartidas sobre cada uno de los congregados ese domingo para orar.

A todo lo largo de la “Palabra de Dios”, el Espíritu se explica como viento, brisa, soplo, aliento, principio y dador de vida, fuerza para respirar, fuerza creadora, energía renovadora, la verdad, impulsador, animador y carisma, entre otros.

Joel profetizó la venida del Espíritu de Dios que se “derramará” sobre toda la humanidad (Joel 2:28) y en el Día de Pentecostés se inició esta profecía en forma evidente. Jesús prometió enviar el Espíritu Santo como Defensor para estar siempre con sus discípulos y luego de su resurrección sopló sobre ellos y les dijo “reciban el Espíritu Santo”.

En el Día de Pentecostés se cumplió la profecía y de dio por cierto la presencia del Defensor para cimentar la fe de los apóstoles e inspirarlos en el cumplimiento de su llamado a ser testigos del resucitado Señor Jesucristo.

En la postrimería de la existencia terrenal, Jesús encargó a los discípulos con el mandato que invoca las tres personas de la Divinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, nombre en que harán discípulos y bautizarán por los confines de la tierra. En la Iglesia cristiana “hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, un solo Señor, una fe, un bautismo sobre todos”, y se continúa haciendo discípulos y bautizando en nombre del Trino Dios.

El derramamiento del Espíritu de Dios en Pentecostés fue para reafirmar la presencia, poder y gloria de Dios en la comunidad de los fieles y de manera particular en el corazón de todos los que creen en el Señor Jesucristo.

El Espíritu de Dios da fortaleza al débil, aclara el entendimiento, facilita la habilidad de expresarse, orienta la vocación de servicio, estimula la piedad, propicia el don de la sanidad, profundiza y vigoriza el amor.

Por tanto, celebremos esta fiesta pascual con acción de gracias porque nos reconforta el alma, nos anima a seguir viviendo a pesar de las dificultades que nos rodean; nos inspira a hacer el bien, especialmente a los más necesitados, y los impele a continuar testificando y propagando las buenas nuevas del Evangelio de Jesucristo a todo el mundo.