En una ocasión leí a Joyce Carol Oates decir que “La lectura es el único medio a través del cual nos deslizamos, involuntariamente, a menudo sin poder hacer nada, a la piel de otro, a la voz de otro, al alma de otro” y debieron pasar varios años, acompañados de experiencias personales, para comprender la contundencia de ese mensaje. La lectura no solo nos acerca al alma del escritor; sino también y de una forma muy particular al espíritu de sus lectores.

 

Al rededor del 1983 empecé a desarrollar un gran interés por la literatura, el cual me mantuvo despierto, aspirando el humo de una “jumeadora” de trementina que colocaba entre mis piernas en las incontables noches sin energía eléctrica de esos años, para poder leer a mis autores favoritos. En ese entonces, mi padre, que había emigrado a Estados Unidos dos años antes, me indicó que fuera a casa de Mamita (la abuela paterna) y que buscara todos sus libros, que desde entonces eran míos. Contando con trece años hice varios viajes a pie desde Los Mina a Las Américas para cargar cajas de libros, con largas horas de lectura al momento de colocar cada libro en cada caja.

 

Así crecí cerca de mi padre, a quien volví a ver fisicamente cinco años más tarde. Lo recordé sentado descalzo y sin camisa, leyendo a José Ingenieros; a Galeano; revisando los conceptos en la obra de Martha Harnecker, mientras yo leía una colección de literatura infantil y revisaba una enciclopedia temática que se titulaba “Mis Primeros Conocimientos” que el viejo me había comprado en una de nuestras visitas a la feria de libros que hacían en la Fortaleza Ozama.

 

Con el paso del tiempo me ha tocado personalmente la vida del inmigrante, e ido y venido desde y hacia Estados Unidos varias veces y lo único que siempre me ha acompañado invariablemente son esas cajas de libros de mi padre que empecé a cargar conmigo en el verano de 1983 y que hoy día suman muchos más volúmenes, junto a aquellos que yo le he aportado con el paso del tiempo y con mis gustos literarios particulares.

 

Por ejemplo, para mi es de singular interés la poesía en español, sin importar donde se encuentran mis libros, siempre tengo al lado del escritorio unos cuantos volúmenes de poesía, que leo, como un converso lee los libros sagrados. Sin embargo, entre los poetas españoles, tengo el más alto de los afectos por Miguel Hernández, así que mi volumen de obras completas de Miguel (luego de tanta intimidad creo que podemos tutearnos), se ha sentado desde 1999 primero que yo en cada escritorio de trabajo en que me ha tocado prestar mis servicios, porque no concibo el día sin manejar hacia el trabajo escuchando a Bach y tomando el primer café mientras leo algún poema del genio de Orihuela.

 

Creo que como ha dicho la señora Oates, los lectores conocemos el alma del escritor en su literatura; pero igualmente estoy convencido de que cada vez que quienes me quieren bien leen algún poema de Miguel Hernández, entre los recitados juntos en el trabajo, en alguna cita romántica o mientras compartimos tragos en algún bar de la Zona Colonial o en New Orleans, en alguna forma siempre estarán desnudando mi alma en las letras del poeta español. El escritor siempre será un mago, que al mostrarnos su espíritu, estará abriendo las puertas del alma de cada uno de sus lectores.