En justiciero acto que la enaltece, la Academia Dominicana de la Historia  tuvo a bien acoger, en mayo del año 2010,  una moción que ante la Junta Directiva de la misma presentara el distinguido historiador y miembro de Número, Lic. Raymundo González, mediante la cual se proponía la reivindicación póstuma del valioso médico e historiador vegano Guido Despradel Batista, quien fuera injustamente  expulsado de tan docta corporación  a finales de enero de 1957.

Ya quien lea el texto de la valiosa moción presentada por el Lic. González (1),  tendrá información bastante para forjarse un criterio bien fundado en torno a las aviesas razones que motivaron la decisión del régimen de extrañar del seno de la Academia al Dr. Despradel Batista, pero es probable que para muchos dominicanos resulte todavía desconocido este triste episodio que puso en evidencia hasta donde la mordaza totalitaria de la tiranía controló hasta límites insospechados e inconcebibles la actividad intelectual y  vida, en general, de las personas y las instituciones

1.-Los inicios. Guido Despradel Batista y su temprana polémica con Max Henríquez Ureña en los albores de la tiranía.

Guido Despradel Batista nació en la ciudad de La Vega el 9 de septiembre de 1909. Realizó sus estudios primarios en su ciudad natal y, posteriormente, en Santo Domingo, en cuya Universidad obtuvo el título de Doctor en Medicina en el año de 1930.

Como muchos intelectuales de su época, se vio obligado, ante el poder omnímodo imperante, a aceptar brevemente una diputación, pero su orientación fundamental estuvo siempre encaminada al cultivo de la investigación histórica, a la docencia  en la Universidad de Santo Domingo y a la práctica de la medicina, especialmente en el Hospital Padre Billini, donde llegó a ser Subdirector.

De insobornable talante crítico, no se avenía Guido Despradel Batista con la atmósfera en la que comenzaría a desarrollar su ejercicio profesional y cívico. Su temprana y despierta conciencia y su consagración devota a hurgar en los complejos vericuetos de nuestro pasado, le llevaron a advertir que los signos de decadencia de la última etapa del horacismo y el golpe artero del 23 de febrero de 1930, presagiaban la instauración del régimen de fuerza que por más de trés décadas de nuestra vida republicana terminaría sojuzgando voluntades y conciencias.

 

Prueba temprana de su entereza, reciedumbre de  carácter y  fina perspicacia para analizar los fenómenos políticos y sociales, la daría contando apenas con  21 años de edad, siendo entonces  un estudiante de término de la carrera de medicina, al replicar  los conceptos emitidos por Max Henríquez Ureña en  la conferencia que este impartiera en el Club Unión, a inicios de enero de 1931, titulada “Evolución de las ideas políticas en el pueblo dominicano”. (2).

En la referida conferencia, entre otros aspectos significativos que no es momento de dilucidar, Max se refirió en términos poco elogiosos a los gobiernos civilistas. Citando a Hostos, en presencia de Trujillo, que se encontraba en la conferencia, afirmó que “este país no estaba para reformas pensadas sino para reformas impuestas”.

Y al momento de poner un ejemplo de gobierno que albergara ideas avanzadas, pero carecía de una fuerza efectiva de defensa, tomó como ejemplo el que encabezada el ilustre repúblico santiagués Don Ulises Francisco Espaillat, al manifestar que “aquel varón austero y fuerte, suma y espejo de las máximas virtudes dominicanas, fue víctima de un espejismo ilusorio y su gobierno se desplomó como un castillo de naipes…Soñó con un ejército de maestros y olvidó que ese ejército de maestros necesitaba, para realizar su función civilizadora, ser respaldado por un ejército de soldados. Los fenómenos sociales no pueden cambiar de golpe por la voluntad o el capricho de un espíritu generoso. Las leyes sociológicas no pueden violarse por obra de un candoroso espejismo”. (3).

Contra aquellas inesperadas consideraciones, tronó con fuerza Guido Despradel Batista en artículo que pocos días después publicara el Listín Diario, titulado “ Fuerza no, razón y justicia”.

Señalaría, al iniciar el mismo, que “para civilizar nuestra américa no se necesitan espadas, sino libros y maestros y todo individuo que predique la legitimidad de la fuerza como medio de encauzar estas tierras nuevas por la ancha vía del progreso, está faltando al ideal de la América Grande, y a los caros principios que sirvieron de norma a los hombres”. (4)

Y destacaba: “no es la fuerza lo que civiliza, sino el pensamiento y la equidad. Cerebros capacitados y almas justas es lo que necesitan para salvación nuestros pueblos…la civilización no se impone, sino que se implanta con amor y con sabiduría”. (5).

2.- El atropello de su expulsión de la Academia Dominicana de la Historia.

En sesión de su directiva, celebrada el 29 de enero de 1957, la Academia Dominicana de la Historia, actuando bajo la égida omnímoda del tirano, dispuso la destitución del Dr. Guido Despradel Batista como Miembro de Número.

En la misma sesión se acordaría nombrar como Miembro de Número al Lic. Francisco Elpidio Beras y como Miembro Correspondiente al Lic. Federico Carlos Álvarez, figura central en torno al cual se produjo el incidente del hotel Matum en agosto  de 1955.

El texto de la infamante y arbitraria Resolución fue el siguiente:

Considerando: que el Dr. Guido Despradel Batista, en el acto de su Recepción como Miembro de número de la Academia, celebrado el 26 del corriente, se presentó en visible estado de embriaguez y leyó un trabajo impropio de su investidura.

Considerando: que este hecho está reñido con las normas que rigen esta Academia y especialmente con lo preceptuado en el artículo 12 de su Reglamento; la Academia Dominicana de la Historia, visto el artículo 13 del citado Reglamento resuelve destituir al Dr. Guido Despradel Batista de su calidad de Miembro de la Corporación.

Ciudad Trujillo, 29 de enero de 1957. (6).

¿Cual fue, sin embargo, la verdadera razón de aquella desconsideración innombrable a Guido Despradel Batista? Preciso es explicar el contexto en que la misma se produjo.

La prensa del día 26 de enero de 1957, día del 144 aniversario del  natalicio de Duarte, anunciaba que a las 8: 00 de la noche de aquel día,  se llevaría a cabo un acto en homenaje a Duarte, por parte de la Academia Dominicana de la Historia,  en su local de la calle Las Mercedes y que, en la ocasión, pronunciaría su discurso de ingreso el Doctor Guido Despradel Batista, “quien hará interesantes consideraciones acerca de Duarte”.

Ocuparía el sillón vacante desde 1954, tras la muerte del notable intelectual Manuel Arturo Peña Batle.

Se anunciaba, en la misma reseña, que el discurso de recepción, como lo establece el ceremonial de ingreso, lo pronunciaría el Lic. Virgilio Díaz Ordoñez, prestante intelectual, miembro de Número de la Academia y a la sazón Rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo.

Es decir, para el acto solemne de aquel día  y el ingreso de Guido, reseñaba la prensa adocenada de la época los más auspiciosos augurios, pues como era usanza ,para el régimen resultaba inconcebible que alguien osara repetir la “sancionada afrenta” del Matum, cuando hacía menos de dos años que notables juristas y personalidades respetables cometieron la “imperdonable omisión”, de no elevar sus inciensos verbales al tirano, sufriendo a consecuencia de ello  vejámenes y humillaciones.

Se esperaba de Guido Despradel, por tanto, la pieza melosa y laudatoria, que sin dejar de resaltar, por formalismo, los consabidos méritos de Duarte, se reservara los más elevados encomios para el “Padre de la Patria Nueva”. Pero tan fundadas esperanzas, quedarían defraudadas, para desazón de los aúlicos acostumbrados a incensar con el verbo florido el ego patológico del tirano.

Pues Guido Despradel, contraviniendo el guión al uso- pecado imperdonable entonces- no haría en su discurso mención de Trujillo. Aunque, penosamente, el texto del mismo no ha podido ser recuperado, bastan las reseñas de prensa de la época para apreciar las líneas maestras de su disertación, orientada en todo momento a exaltar la figura procera de Duarte.

Al referir la campaña iniciada por Duarte en procura de construir los cimientos constitutivos de la República naciente, afirmaría que “cada hogar noble era una tribuna para predicar su evangelio y en la inquietud de aulas improvisadas al azar, edificaba un templo para regar como semillas de luz sus sabias enseñanzas”. (7)

Expresaría que Duarte: “con la suavidad de su palabra convincente y con el poder de insinuación que se escapaba, como chorros de sol fecundo, de su noble persona, comenzó a sumar decididos prosélitos a su causa” y que “para atestiguar su inmenso amor a la patria, basta la actitud ejemplar e inmaculada de su vida, a ella ofrendó su existencia toda entera, su propia fortuna y la de su familia, y el gajo inmenso de laureles que a su propio paso tendió solícito la gloria”. (8)

Referiría que en ningunos labios es más exacto que en Duarte  el dicho de Martí de que “la patria es deber y agonía”, pero el párrafo que pareció causar más escozor, fue aquel en que señalara:

Las nacionalidades no evolucionan ciegamente y su generación y su progreso no son las resultantes casuales  de fatales leyes del destino. La génesis y el desarrollo de las nacionalidades son consecuencias lógicas de las leyes positivas del determinismo histórico; y por ello, al nacer necesitan como condición primordial de existencia, la fijación precisa de un ideal que venga a ser estrella de orientación que dirija sus pasos, hasta alcanzar la difícil meta de esas inmortales realizaciones que les darán personalidad y permanencia. Para la nacionalidad dominicana, este ideal orientador se encarna en la apostólica figura de Juan Pablo Duarte”.

Entre nosotros él fue el primero en concebir la patria libre e independiente; sin protectorados ni restricciones; sintió en toda su hondura el principio vital de su unidad, y fijó para ella, tanto en su organización interna como en sus relaciones externas, la práctica consciente del más amplio liberalismo.

Todo cuanto se opone al ideal duartista, se opone al destino de la patria. Y esta fue la labor de los afrancesados: contrariar grandemente los sagrados destinos de una nacionalidad que tuvo vida a despecho de sus sordas ambiciones y de su falta absoluta de fe”. (9)

Como se aprecia, ni por asomo hizo mención del nombre de Trujillo. La reacción no se haría esperar, por parte de Virgilio Díaz Ordoñez, asignado para responder el discurso del historiador iconoclasta. Señalaría que “el Día de Duarte, es una fecha en la cual se hace imposible no conjugar el nombre del Creador de la Patria con el nombre de Trujillo, creador de la Patria Nueva, y quien es un leal ejecutor testamentario de los ideales de Juan Pablo Duarte”. (10).

A partir de entonces, se levantó contra el académico expulso la implacable propaganda del régimen. Escribieron en su contra, entre otros,  Manuel Ramón Ruiz Tejada, Ramón Emilio Jimenez, Juan Bautista Lamarche, Manuel Valldeperes, Julio César Ballester y  Sixto Espinosa Orozco.

Para Valldeperes en su artículo recriminatorio” Despradel Batista cometió dos pecados que, a su juicio, eran imperdonables en un historiador: el error y la inhición. Y especialmente, este último,  pues “tampoco es posible referirse al Padre de la Patria sin tener en cuenta- se trata de algo fundamental en el historiador-que los ciclos históricos se cierran, no con la muerte del hombre que los inicia, sino con el cumplimiento o fracaso del ideal que los substancia, y que el ideal de Juan Pablo Duarte se cumple cabalmente con Trujillo”. (11).

Desde entonces, comenzaría para Guido Despradel Batista un  amargo ostracismo interno, pues fue privado de su nombramiento médico como subdirector del Hospital Padre Billini y de su cátedra en la Universidad de Santo Domingo. La condena total por reverenciar a Duarte y omitir a Trujillo.

Tan impiadoso ensañamiento, que le privó  de un trabajo digno y los consiguientes ingresos para su subsistencia, irían minando su consistencia corporal, psicológica y espiritual.  No había cumplido los 50 años de edad, cuando un 4 de julio de 1959, entregaba su último aliento. Pero ni siquiera tras su muerte a destiempo cesaría la venganza del régimen. El columnista del Caribe, siguiendo la imprescindible ortodoxia propagandística, se cuidaría de destacar que el ilustre historiador y profesional de medicina  “fue admirador y colaborador de la obra de engrandecimiento del Padre de la Patria, Generalísimo Doctor Rafael Leonidas Trujillo Molina.”. (12).

Referencias

1.- Revista Clío, órgano de la Academia Dominicana de la Historia, No. 180 Julio- Diciembre del año 2010. Pág. 290 y siguientes.

2.- “Los orígenes de la ideología trujillista”. Libro compilado y editado  por Diógenes Céspedes. Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña, 2002.

3.- Ídem, pág. 23.

4.- ídem, pág. 29

5.- ídem

6.- El Caribe. 30 de enero de 1957, págs. 1 y 2.

7.- La Nación, 28 de enero de 1957. Págs. 1 y 2.

8.- ídem.

9.- ídem

10.- ídem

11.- Valldeperes, Manuel. Un Historiador que se descalifica a sí mismo. La Nación, 30 de enero de 1957. Pág. 1

12.- El Caribe, 5 de julio de 1959. Pág. 2.