Nadie puede negar que gobernar dos años bajo una pandemia que paralizó y hundió la economía alrededor del mundo, seguida de una guerra que está causando estragos en los precios de las materias prima, el transporte y bienes intermedios, no es una tarea fácil.

Pero es incuestionable que República Dominicana figura entre los países que ha sido usado como modelo en la superación de la COVID-19 y en mantener la paz social con un alto crecimiento económico en un periodo donde la mayoría de países, tanto emergentes como desarrollados, la están pasando mucho peor.

Sin embargo, el logro más importante del presidente Abinader no está en la economía, en sus obras de infraestructura ni en los subsidios para ayudar a los sectores más desprotegidos.

El mayor de sus logros es haber cambiado en apenas dos años la imagen corrupta de un país donde el soborno y el desfalco de los bienes públicos comenzaban en el Palacio Nacional y se extendía a cada rincón de la isla. El imperio de la ley se ha impuesto al imperio de las mafias palaciegas.

Abinader le ha lavado la cara a un país que el mundo veía embarrada de lodo y de estiércol, lo que nos ubicaba entre los primeros con la corrupción más alta, como también en el tope de los peores en trasparencia e institucionalidad. Todo el quehacer público respondía a los intereses más espurios de los grupos vinculados al poder político.

Se violaban a diario los procesos y normas administrativas en las compras de bienes y servicios y contrataciones de obras. La justicia estaba secuestrada por el poder político y el Congreso era una cantera de maleantes seducidos por el soborno y la dadivas para aprobar las leyes y préstamos con sobrecostos de hasta un 40%.

El presidente no necesitaba dar tantos detalles de sus logros. Solo dedicarle un par de páginas. Bastaba con describir sus acciones para adecentar la administración pública, independizar el Ministerio Público y sanear unas finanzas corrompidas por el canibalismo partidista.

Ese ha sido el salto dialéctico de la sociedad dominicana. Lo que permite que el mundo nos vea diferente y hablen del país como un ejemplo o modelo para muchos otros que no han podido salir de las garras de la corrupción, el nepotismo y el abuso de poder.

Como dijo un senador norteamericano “República Dominicana está de moda”.

Críticas al gobierno siempre habrá y se acentuarán en la medida en que se acerquen las elecciones. Sin embargo, esas críticas se desvanecen por su contenido demagógico, a veces rayando en la estupidez o por análisis a todas luces sesgados de algunos economistas que lo ven todo por el lado negativo. Jamás reconocen el más mínimo logro, aunque lo diga el FMI, el BM o la Cepal. Y si lo dice el BCRD ahora es mentira.

La alta inflación es el tema que más usan los opositores para atacar al gobierno. Es una realidad, pero jamás hablan de sus causas y orígenes, pensado que los dominicanos son unos tarados que lo olvidan todo o que no le prestan atención al mundo que los rodea.

Y ese es el error más grave de los políticos criollos, porque todo eso ha cambiado y hoy los dominicanos piensan diferente, razonan, oyen las redes sociales y están atentos a los movimientos de una sociedad civil que ha abierto los ojos y se fortalece. Es un gran cambio de paradigma.

Ni Leonel Fernández ni Danilo Medina hubieran podido gobernar en los tiempos presentes, porque tendrían que hacerlo al estilo Daniel Ortega o dejar el poder antes de tiempo.

Pero la economía sigue siendo el foco de atención para la oposición. Apuestan a su hundimiento como única forma de lograr una victoria política. Pero ese sueño celestial se convierte en una pesadilla cuando el FMI, el Banco Mundial o la CEPAL hablan de República Dominicana como una de las economías con más alto crecimiento y mayor solidez en sus fundamentos macroeconómicos para minimizar el impacto de una recesión mundial.

Realmente, no estamos en el mejor momento ante el difícil escenario externo que enfrentamos. También el gobierno ha cometido errores políticos, varios funcionarios han metido la pata terminando en la justicia, la economía tiene sus hoyos negros, se han retrasados muchas iniciativas de inversión, los procesos de reformas institucionales van caminando como la tortuga y algunos ministerios no cumplen bien su tarea. Pero nadie puede cuestionar que Abinader le ha lavado la cara a República Dominicana, posicionándolo entre los países más transparentes y confiables para invertir. Y es esa inversión (interna o externa), incluyendo las alianzas público-privada o Fideicomisos como Pro-pedernales, la única vía para aumentar la riqueza, el empleo formal y reducir la pobreza, mejorando la distribución del ingreso con reformas estructurales que vendrán en el momento que las condiciones lo permitan.

Dos años de crisis, pero con un país diferente al prepandémico.