Corría el año 1998 y quien esto escribe fue a llevar al expresidente de la República y consagrado escritor Joaquín Balaguer, la obra Mis primeras letras, de Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura 1990. Texto que vio la luz a través de Editorial Seix Barral, segunda edición (1990).

Su interés en sí no era leer la obra sino el estudio de la misma de Enrico Mario Santí, eminente estudioso de las letras hispánicas. Al entrar al salón, lo noté molesto y sin deseo de hablar. Ese mediodía tenía la piel del rostro rojiza y, como ya se había hecho una costumbre entre nosotros saludarnos afectuosamente, confieso que sentí en el interior de mi cuerpo un frío que me calaba los huesos.

Cada vez que iba a visitarlo me invitaba a sentarme con amabilidad en una silla colocada frente a su sillón cama y me preguntaba por la familia. Pero ese día no lo hizo, estaba enmudecido y por mi mente cruzó un rayo que me dejó sin respiración, pues pensé que se trataba de alguna bellaquería, de algún rumor que alguien le había le había hecho llegar para provocar la ruptura de nuestra amistad.

Había aprendido tanto de él y tenía un conocimiento profundo de las malquerencias que se tejían en torno a su personalidad: unas por envidias y otras porque ciertos núcleos de la familia se consideraban dueños hasta de su respiración.

Al no invitarme a sentarme, le expresé: “poeta, me retiro y solo volveré a esta casa si usted reclama mis servicios”. Al escucharme reaccionar de esta manera, me dijo: “poeta Gerón, ¿usted se imagina que alguien lo acuse de un crimen que no ha cometido?, sobre todo, en mi caso, que nunca se ha manchado las manos de sangre”. “Dígame… si la citación que ha enviado a mi residencia el doctor Guillermo Moreno, vinculándome al crimen de Orlando Martínez, no traspasa los límites de la prudencia; se trata de una ignominia, de una aberración y del irrespeto más vulgar a un ciudadano, como en mi caso, que siempre ha actuado de cara al sol, que nunca, siquiera, ha maltratado a una lagartija. Este maltrato desconsiderado, lo pagarán muy caro. El presidente Leonel Fernández ha metido los dos pies en un solo zapato”, expresó, con el rostro todavía enrojecido.

Se recuerda que al aguacil que llevó la citación a la residencia de Balaguer, se la rompieron en la cara.

En ese momento, Balaguer hizo un largo silencio. Ocasión que aproveché para manifestar: “Es un acto de torpeza porque, en todo caso, el presidente Leonel Fernández y el fiscal Guillermo Moreno, tendrían que presentar pruebas”.  Tras pronunciar estas palabras, se excusó y me mandó a sentar, no sin antes decirme: “Nunca había mostrado frente a usted tal grado de descortesía, pero es que toda la mañana me he sentido indignado y maltratado. Nunca, ni siquiera en la Era de Trujillo, fui vilipendiado con semejantes calumnias. Cuando en el Foro Público, Trujillo, sí, el propio Trujillo, cometió el error de escribir unos párrafos insidiosos sobre mi persona. Cuando los leí mientras desayunaba me molesté tanto que rompí el plato que contenía los alimentos y enseguida me preparé y le ordené a mi chofer Secundino que se dirigiera al periódico El Caribe, para entregar una carta de protesta al director del órgano doctor Germán Emilio Ornes Coiscuou, quien se negó a publicarla por considerar muy duros sus términos. Entonces regresé a mi casa y escribí una segunda carta con tonos más elevados y nuevamente me dirigí al El Caribe. Cuando le anunciaron al doctor Ornes Coiscuou, que quien le habla se encontraba en su antedespacho, se negó a recibirme. No obstante, le entregué la misiva a su secretaria con el siguiente mensaje: “de no publicarse, voy a convocar una rueda de prensa con miembros de la prensa extranjera. Ante el hecho, el director de El Caribe se comunicó con Trujillo y le explicó la situación y supe días después que Trujillo le dijo a Ornes Coiscuou: “no te preocupes, yo me encargo de solucionar lo sucedido”. Del citado diario me dirigí al despacho, en el Palacio Nacional, de mi mejor amigo Ramón Emilio Jiménez, a la sazón, secretario de la Presidencia, para comentarle la gravedad de mi situación y mientras le comentaba mi indignación en ese momento, entró Trujillo al despacho de Jiménez, ocasión que aproveché para decirle: “Presidente, a usted le debo todo, menos mi honra”.

Luego de una prolongada pausa, me expresa: “Desde hacía varios meses, me llegaban informaciones de que el doctor Guillermo Moreno se desplazaba hasta el Archivo General de la Nación y uno de los archivistas perteneciente a un comité del PLD y que había laborado en la Imprenta Félix ubicada en la calle José Reyes, esquina Mercedes, de la ciudad colonial, lo asistía en la búsqueda de reportajes y artículos periodísticos de la época en que fue asesinado Orlando Martínez, con los cuales armó su “aviesa y malsana acusación”.

Días después de la citación a Balaguer, el presidente Leonel Fernández destituyó al doctor Guillermo Moreno como fiscal del Distrito Nacional y le dio las explicaciones de lugar al doctor Joaquín Balaguer. A partir de entonces, el expresidente Balaguer guardó silencio sobre el tema y les decía a sus amigos más cercanos que “su apoyo al PLD a través del Frente Patriótico tenía un precio muy alto y por tanto, en el 2000 se lo cobraré con réditos”.

Llegado el momento de las elecciones del año 2000 en las que compitieron por la presidencia de la República Hipólito Mejía Domínguez y Danilo Medina Sánchez, al primero le faltaron unos votos para pasar la barrera del 50 % más un voto para ser declarado ganador, por lo que se imponía una segunda vuelta. Balaguer, conocedor de que el PLD llevaba meses comprando votos reformistas y ante la promesa de que haría perder a esa organización política por la afrenta del caso Orlando Martínez, cuando los miembros del Comité Político del PLD Danilo Medina Sánchez, Euclides Gutiérrez Félix y Norge Botello, fueron a visitar a Balaguer a su residencia de la Máximo Gómez número veinticinco para pedirle ir a una segunda vuelta, Balaguer les respondió: “Lo siento mucho, pero ya felicité al ganador”.