Escribo este artículo como homenaje a un sargento que ha realizado grandes hazañas en su vida, basándose en el amor, la entrega y la solidaridad humana a favor de sus semejantes.
Conocí al sargento Antonio a través de su hijo Freddy Ferreras, un prestigioso médico y uno de los grandes seres humanos que he conocido en esta vida.
Junto al Dr. Freddy Ferreras, visité la casa de aquel sargento jubilado de la Policía Nacional, oriundo de Neiba, provincia Bahoruco, y me narró cómo pudo abrirse paso con aquellos quince amores en sus hombros. Él, como muchos de nosotros, vino muy joven de aquellas tierras sureñas, cargado de sueños y esperanza, y haber formado familia.
El sargento Antonio Ferreras, al igual que muchos dominicanos, inició su vida laboral en la Marina de Guerra, aunque era, y es aún, un hombre de paz. Luego "pasó", como se dice en la guardia, a la Policía Nacional.
Allí, en el "cuerpo del orden", expresión muy policial, el señor Antonio se desempeñó como técnico en el área de telefonía de aquella institución. Su vocación y fuerte deseo de superación le ayudaron a abrirse paso en la vida, a fuerza de coraje. Al cumplir sus noventa años recientemente, Antonio sigue amando con locura a sus quince amores que aún viven; y a los que ya se marcharon.
El sargento Antonio, ha cumplido sus noventa años, con el rostro surcado por los años y rodeado de sus quince amores: los ocho hijos que procreó con Marcela Méndez de Ferreras, a los que debemos sumarles a María, la niña que vino de Villa Duarte, con su bulto al hombro, buscando la nueva dirección de su pasado vecino Antonio y de su familia.
Aunque nadie sabe de qué manera María consiguió la ubicación. Al llegar a la casa, ella fue asumida como otro miembro más de esa bondadosa Familia Ferreras.
Con la presencia de María, los hijos aumentaron a nueve. Al fallecer la pareja de esposos que eran sus vecinos, Antonio se hizo cargo de los cuatro hijos huérfanos que ellos dejaban en orfandad.
A esto debemos agregarle, y esto es importante, que a la casa de Antonio y María vinieron a vivir también dos de sus hermanos más pequeños (tíos adolescentes de sus ocho hijos) que llegaron desde Neiba, buscando un nuevo horizonte preñado de esperanza.
Además de la gran hazaña de criar los 15 hijos, Antonio y su esposa Marcela lograron que sus hijos obtuvieran un título universitario, como la mejor fortuna que podían y debían ofrecerles.
Es importante destacar que nunca se ha establecido diferencia entre los hijos propios y aquellos asumidos en adopción.
Nadie duda de que Antonio y Marcela son dos personas altamente felices y ellos pueden celebrar este Día del Amor y la Amistad con profundo orgullo y entera satisfacción, pues saben que el amor se aprende en el hogar.