El Día Muertos es una fiesta especial en México y, como todos los años, ya se pueden observar las ofrendas en el Zócalo o Plaza de la República y por todo el país. Esta fiesta se remonta al México pre-hispánico, donde se había desarrollado la cultura mesoamericana, una de las culturas originales en la historia de la humanidad. Esta cultura estaba al mismo nivel que las grandes culturas de Egipto, Mesopotamia, China, India y en nuestro Continente la cultura Inca en Sudamérica. Miguel León Portilla, gran estudioso del México pre-hispánico, decía que estas culturas se les consideraba originales porque no recibieron el empujón inicial desde afuera. Todas ellas desarrollaron grandes Estados y ciudades, religiones, y la escritura para narrar sus logros, etc. En Mesoamérica el poder de los mexicas o aztecas se extendió desde el Golfo de México al Pacífico y también por el sur llegando a Centroamérica. Como resultado de la expansión del Imperio mexica, su lengua, el Náhuatl, se convirtió en lingua franca produciéndose grandes variaciones de esta en el Imperio, muchas de las cuales se hablan en la actualidad.
Igualmente, el culto a la muerte es una expresión cultural que se extendió por toda Mesoamérica. Según Eduardo Matos Moctezuma, gran arqueólogo y reciente ganador del Premio Princesa de Astorias, había, por lo menos, tres lugares principales adonde iban los muertos. Las personas que morían de muerte natural o enfermedades que no tenían un carácter sagrado iban a Mictlantecuhtli. Estos tenían que pasar una serie de pruebas hasta que llegaban a su destino. Por otro lado, estaban los que morían ahogados en el agua, por la caída de un rayo, de lepra, de la gota u otras enfermedades relacionadas con Tláloc, el dios de la lluvia. En torno a Tláloc había fertilidad, regocijo y mucha comida. A Tonatiuh Ichan, la Casa del Sol, iban los que morían en la guerra, “al filo de la obsidiana.” Este era un gran premio pues al morir acompañaría al Sol hasta el mediodía. Después del medio día, las mujeres que morían de parto acompañaban al Sol hasta el ocaso. Esto último se debía a la dualidad en la filosofía Náhuatl. Por ejemplo, el Templo Mayor, el lugar más sagrado para los mexicas estaba dividido en dos mitades, una representando a Tlaloc, la vida, y la otra representado a Huizilopoxtli, el colibrí, que representaba a la muerte.
Cuando empieza la invasión española a Mesoamérica (1519) el culto a la muerte estaba muy arraigado en la sociedad y cultura, y en el calendario mexica había muchas celebraciones en las que se recordaba a los muertos, por lo cual no es nada extraño que estas celebraciones siguieran después del proceso de conquista que se inició con la caída de Tenochtitlan/Tlatelolco (1521). Este proceso se extendería por mucho tiempo durante el cual se fueron fusionando aspectos de la cultura española con la gran variedad de culturas que había en Mesoamérica. Al principio, los frailes españoles quisieron prohibir el culto mexica, pero pronto se dieron cuenta que esto no era posible porque los españoles eran una minoría y tuvieron que aceptar que las fiestas cristianas se fueran mezclando con las mexicas, mayas, zapotecas, mixtecas, etc. Los españoles/cristianos tenían las fiestas de “Todos los Santos” y la de los “Fieles Difuntos” y estas, muchas veces, coincidían con las fiestas mexicas de Mictlantecuhtli, “La Fiesta de los Muertos Pequeños,” y el Huey Miccaihbuitl, la “Fiesta de los Muertos Grandes.” Las fiestas de los Fieles Difuntos la dedicaban a los “Muertos Pequeños” y la de los “Todos los Santos” a los “Muertos Grandes.” En fin, durante los tres siglos de dominación colonial española se fue conformando una especie de sincretismo entre las tradiciones mexicas y las cristianas, y la fiesta del Día de Muertos se fue convirtiendo en una tradición muy aceptada por la Iglesia católica, la cual siempre ha sabido a adaptarse a las circunstancias para propagar su Fe.
Durante mi estancia en México en la década de 1980 pude apreciar cómo esta y otras celebraciones de carácter religioso les dan fuerza espiritual a los mexicanos para echar adelante en tiempos de crisis. Por ejemplo, el terremoto del 19 de septiembre de 1985 causó la muerte a más de 40,000 personas en la vida en la Ciudad de México y sobre 250,000 se quedaron damnificados. Ese año la celebración del Día de Muertos tuvo un valor muy significativo. En el Zócalo o Plaza de la República en la capital mexicana se prendieron miles de velitas en nombre de los fallecidos durante el terremoto. Asimismo, la asistencia a los panteones o cementerios fue mucho más frecuentada que lo normal. Por allí anduve observando la religiosidad popular en México, la cual se distingue significativamente de la tradición católica que se impuso al pueblo mexica.
En México cada año, el 1 y 2 de noviembre, mucha gente visita los panteones para recordar a sus fieles difuntos. Según la tradición, el Día de Muertos, estos regresan para estar con sus familiares y, simbólicamente, muchas veces esta reunión se celebra en los cementerios. La gente lleva las cosas que le gustaban al difunto o difunta: comida, bebidas, música y, claro, nunca falta el “Pan de Muerto.” En las zonas rurales la gente prepara su propio pan, pero en las grandes ciudades los compra en las panificadoras, pero igual, van al panteón a celebrar.
Durante mi estancia en Puebla en los ochenta del siglo pasado visité muchas ofrendas que se hacían en distintas partes de la ciudad. La Casa de la Cultura ponía grandes ofrendas, al igual se podían apreciar en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y muchos otros lugares. Más importante aún, la gente hacía y, claro, sigue haciendo, sus ofrendas en sus hogares. Finalmente, debo señalar que, si bien las celebraciones del Día Muertos se celebraban en todo el país, estas tienen mayor vigor en las zonas rules y ciudades del interior. Por ejemplo, la ciudad de Oaxaca es uno de los lugares emblemáticos donde se celebra el Día de Muertos.
Emelio Betances. (Si deseas leer crónicas y análisis sobre nuestro tiempo visite: www.emeliob.medium.com)