Una de las características del desarrollo, no necesariamente del crecimiento económico, es el equilibro que se establece en la planificación entre la inversión regional, provincial, municipal y de la metrópoli, independientemente de la nomenclatura utilizada para denominar o llamar los aspectos territoriales o geográficos de una nación. La arbitrariedad del nombre es un asunto puramente lingüístico y denominativo.  

 

El desarrollo es integral, pero el crecimiento económico puede sufrir de hidrocefalia. Un niño cuya cabeza se desarrolla más que sus extremidades superiores e inferiores, tiene crecimiento, sin que se pueda considerar que su anatomía se ha desarrollado. Los planes estatales de desarrollo económico y social están en el deber de ser integrales. 

 

Los planes de gobierno no están ausentes de una determinada visión, compromisos políticos, intereses e ideologías. Los cuartos y oficinas fríos adonde se planifican los programas de desarrollo, suelen estar cercados por intereses que no necesariamente responden al interés nacional y a la lucha contra la pobreza, tan cacareada por la propaganda mediática y engañosa. 

 

Los planificadores del crecimiento económico planifican para las metrópolis y la hidrocefalia; los planificadores para el desarrollo, lo hacen para la participación integral entre las comunidades, regiones  o localidades y de la metrópoli. La metrópoli es más que extensión territorial y centro económico. Y lo sabemos, por este último aspecto, que es poder y centro político, que determina los fines y propósitos de los planes de los gobiernos. 

 

Las ventajas comparativas de muchas localidades, municipios, provincias y regiones para producir bienes y servicios y su colocación en puertos y mercados nacionales e internacionales, tienen también aspectos correlativos favorables para las inversiones públicas y privadas en ellas. 

 

Nadie puede negar que Independencia (Jimaní), Elías Piña, Dajabón, Montecristi y Monte Plata, muchas veces provincias olvidades por los políticos e inversores, tienen grandes ventajas comparativas para la producción de bienes y servicios, que impactarían  en el desarrollo local y nacional. Sólo en un abrir y cerrar de ojos, Monte Plata, que en menos de una hora de distancia, coloca su producción y mercancías, en los muelles más importantes del país. 

 

He sido toda mi vida un abanderado del desarrollo local; por esa razón, desde las altas posiciones que he ocupado en la universidad estatal, he trabajado para que se le dé un trato justo a los recintos, centros y subcentros de la UASD, distribuyendo las becas y créditos educativos con espíritu de justicia social en esas unidades académicas, según la matrícula en cada lugar. De igual forma, como Tesorero General y Vicerrector de Extensión, en dos ocasiones, tomé muy en cuenta las unidades académicas del interior del país. En ese sentido, creo que los académicos de los recintos, centros y subcentros deben tener una participación en la dirección en las altas posiciones de la burocracia de la academia. 

 

Es pertinente que los gestores de los programas para el desarrollo local pongan sumo interés en la creación de sus fuerzas productivas, la unidad política, empresarial, comunitaria, social y religiosa, y nunca olvidar que deben participar -de manera agresiva- en las estructuras de toma de decisiones del Estado, privadas, mixtas nacionales o internacionales. Así, como la formación técnica de su fuerza laboral, aún con las amplias posibilidades de que una parte de ella sea contratada en otros lugares. De todas formas, impactará como diáspora en el desarrollo local.