No hay que ser genio de la ingeniería sino simple mortal con sentido común y mirada crítica para inferir que el tipo de intervención en el tramo de 49 kilómetros en la carretera Barahona-Enriquillo es muy superficial y estará muy lejos de responder a la demanda de tráfico de vehículos esperada en el futuro cercano, cuando entre en calor el destino turístico Pedernales en ejecución.
Es angosto, un subibaja de curvas peligrosas y sin posibilidad de solución real salvo que tunelen Sierra de Baoruco o apelen a puentes gigantes sobre el mar. Dos soluciones casi quiméricas. La primera sería frenada por el movimiento ambiental en vista del impacto que provocaría al ecosistema; la segunda, por el altísimo costo.
La carretera culebrea entre la falda de la montaña y el mar Caribe, a ratos al filo de abismos que terminan en aguas profundas.
Es un espectáculo impresionante aquel mundo de contrastes provisto por la naturaleza. Sí, pero la vía sería una fuente fértil de siniestros de tránsito mortales cuando aumente el flujo de vehículos por las ofertas turísticas y de trabajo.
El Derrumbao es solo un trozo en el trayecto. Y simboliza la tortuosa carretera, el dolor de cabeza de las comunidades de la parte más austral del territorio dominicano. Es muy probable al momento de usted leer este texto, la provincia Pedernales siga incomunicada con su par Barahona, distante 122 kilómetros, si hay suerte y paran las lluvias.
Desde que llueve, El Derrumbao suelta toneladas de tierras y peñascos y bloquea el tránsito. Es cuando todas las comunidades situadas hacia el occidente, más allá de La Ciénaga (Paraíso, Enriquillo. Oviedo, Pedernales) deben esperar por los obreros y tractores de Obras Públicas o de alguna compañía privada para despejar el área bajo alto de riesgo de ser sepultados por algún alud.
Se trata de una montaña muy sensible al agua, y agua hay cerca a cántaros, por las corrientes subterráneas y ríos favorecidos por el verdor de la sierra y la buena pluviometría. Existe en el municipio La Ciénaga, a 21 kilómetros al oeste de Santa Cruz de Barahona y a 200.7 de la capital. El pueblito está situado en la ladera oriental de Sierra de Baoruco, al filo del mar Caribe.
Cerca están los ríos Coronel, San Rafael y el remanso Los Patos, uno de los más cortos del mundo (500 metros) y con más de cien años con caudal ininterrumpido. Nace en la misma falda del Baoruco y luego de cruzar la carretera y confundirse con las aguas saladas forma una piscina natural de alta concurrencia de bañistas que estacionan sus vehículos a ambos lados de la carretera y hacen insufrible el paso. Una escena común.
Planteado el drama, la gestión del Gobierno presidida por Luis Abinader (reelecto el reciente 19 de mayo) debería acometer sin más dilación el proyecto de conexión vial del municipio Pedernales entre la carretera de la bauxita (Cabo Rojo) y Puerto Escondido, Duvergé, desde Aceitillar (Parque Sierra de Baoruco). Son cerca de 50 kilómetros y su construcción colocaría a Pedernales y los pueblos de la zona del lago Enriquillo a tiro de 40 minutos. Actualmente se necesita una vuelta por Barahona de al menos 3.5 horas.
Un pueblo sin carreteras es un pueblo muerto. No hay forma de que Pedernales se desarrolle sin conexiones viales dignas al menos con las provincias vecinas.
La extensión de la carretera de Cabo Rojo constituiría un plus para el turismo y el fortalecimiento de la identidad de los mismos pedernalenses en tanto, al otro lado de la montaña, están sus raíces históricas y culturales. Desde Duvergé, en 1927, bajaron en mulos las primeras familias que habitaron las viviendas construidas en la sabana Juan López (Pedernales) por el gobierno de Horacio Vásquez.