Desde hace tiempo, escojo el mes de diciembre para hacer exámenes médicos anuales. Es una forma de saber en qué estado de salud física empiezo los próximos doce meses. Pasados los 40 (los 50, seamos más honestos) además de chequear la presión arterial y el colesterol, viene bien revisar la “cartilla de inmunización”. Junto con estos exámenes, intento “vacunarme” para protegerme lo mejor posible de los ataques del “demonio del mediodía”, tan peligroso para la vida como cualquiera de las enfermedades que se previenen con las vacunas.

Una forma de explicar “el demonio del mediodía” es la acedia que ataca a veces cuando parece ser demasiado tarde para ‘rehacer la vida’ y se pone en duda la propia vocación. Entonces uno cae en la tentación de renegar de las decisiones que ha tomado en el pasado o se vuelve demasiado superficial y egoísta. Aunque el nombre viene dado por la vida monástica, en cualquiera de nosotros se pueden reconocer algunas de sus características: excesiva preocupación por la propia persona, desgana para hacer el bien, pereza, tristeza y desesperanza.

¿Cómo podría uno vacunarse contra este mal? Pues pasando balance de razones para agradecer no sólo a los más cercanos, como familiares y amigos, con quienes durante todo el año tenemos deberíamos de tener gestos de agradecimiento, sino también a otros que nos han conmovido con sus acciones.

Gestionar el desaliento y la desesperanza muchas veces requiere abrir los ojos y el corazón para ver y reconocer a la gente que con algunos gestos de amor hacia los pequeños de esta tierra está creando un mundo más fraterno y feliz en el que todos podamos vivir dignamente. Traer a la memoria, por ejemplo, a quien celebró su fiesta de cumpleaños junto a sus familiares y amigos con niños y niñas que viven en el Batey Bienvenido, en Santo Domingo Oeste. Les llevó una charla motivacional, comida formidable y sobre todo, alegría.

Me ayuda escribir un corto mensaje de agradecimiento a aquella otra persona que un día soñó con reunir regalos para familias necesitadas. Durante varias semanas estuvo escribiendo correos electrónicos y haciendo llamadas para motivar a otros a unirse a ese proyecto. Así logró reunir pañales desechables, juguetes y artículos de cuidado infantil que fueron entregados a una organización que acompaña a familias pobres. Su sonrisa al momento de entregar los regalos podía iluminar un estadio y cualquier desánimo que yo pudiera tener.

También me ha servido volver a ver las fotos de un encuentro de Navidad organizado por un grupo de amigas. Una de ellas horneó brownies, otra aportó dulces, y cinco de ellas fueron con regalos y pizzas. Alrededor de la historia del nacimiento de Jesús, junto a 21 niñas que viven en un hogar-escuela y sus cuidadoras, estas mujeres pasaron una tarde conversando, cantando, celebrando la vida y, sin saberlo, confirmando mi vocación más profunda en esta vida: el servicio voluntario.

Recientemente he recordado la historia de una abuela que vivía en un barrio donde los adolescentes solían pelearse a las pedradas. Una tarde se le ocurrió que podría ayudar a cambiar las cosas y trazó un plan. Cada sábado horneaba algún pastel, lo cortaba en trozos, iba al lugar en el que se reunían las bandas de jóvenes a pelearse y ofrecía un pedazo de bizcocho a cambio de las piedras. Durante ese breve instante les hablaba de Dios y creaba entre los jóvenes un espacio en el que brotara la amistad. Varios años después, su nieta honraba su memoria buscando oportunidades de hacer trabajo voluntario.

Cada uno de estos días de Navidad, he dedicado un rato para recordar historias de personas que procuran un lugar en el mercado laboral para personas con discapacidad. Las pequeñas oficinas, las tiendas, los bancos y los clientes que les acogen y les tratan con respeto, admiración y cariño, están dando pasos de avance en la lucha por los derechos humanos con más eficacia que todas las leyes promulgadas que siguen sin cumplirse. Esas personas me dan la esperanza de que en verdad el mundo puede ser un lugar más amable para todos.

Son tantas las historias y los rostros que me conectan con la bondad, que es imposible nombrarlos a todos. En este año 2023 que termina, dos ciclos de formación de voluntarios, un tercero que se hizo especialmente para personal que labora a nivel nacional en la Asociación Dominicana de Rehabilitación, la conferencia anual de voluntariado corporativo sobre la inclusión de personas con discapacidad, entre otros encuentros con colaboradores de empresas que implementan programas de Responsabilidad Social Empresarial, han mantenido mi corazón —y el de todas las personas que de alguna manera estamos involucradas en SERVIR-D— con ánimo, alegría y esperanza no solo “en el mediodía de la vida” sino especialmente en el porvenir.

Han sido las conversaciones y los encuentros con todas aquellas personas que dedican tiempo a servir a los demás y a las organizaciones en las que sirven, los que llenan de gozo nuestras luchas y me hacen desear que el próximo año, “el Señor les bendiga y les proteja, ilumine su rostro sobre ustedes y les conceda su favor, les muestre su rostro, y les conceda la paz”.  (Números 6, 22-27)