El Imperio romano, el más poderoso de la antigüedad, comenzó su declive después del asesinato del emperador Julio César, la muerte de Augusto y de Tiberio, y el ascenso al trono del esquizofrénico y desquiciado Calígula, el mitómano y pervertido de Nerón, y el farsante e impostor Lucio Aurelio Cómodo, último emperador de la dinastía Antonina.

Como cabeza de un imperio que sojuzgó, expolió y esclavizó pueblos enteros. No había diferencia entre César y Nerón, entre Augusto y Calígula, entre Tiberio y Cómodo. Sus métodos eran iguales y sus propósitos similares, imperiales y esclavistas. Solo los distinguían la sobriedad y la solemnidad en el ejercicio del poder.

Igual podría decirse del pasado proceso electoral de la gran potencia del Norte, entre la vicepresidenta Kamala Harris y Donald Trump, ambos representan los intereses de los grandes grupos económicos, de los halcones del Pentágono y las grandes compañías de fabricación de materiales bélicos.

No es mi intención defender a los mal llamados demócratas estadounidenses porque si ha habido gobiernos que han ejercido su poder para imponer su voluntad imperial, son ellos. En nuestro país intervinieron dos veces en el siglo pasado; también en Haití, y participaron en las dos grandes guerras, iniciaron la guerra fría, la guerra de Corea; intervinieron en Vietnam, y autores del fallido desembarco de la bahía de Cochinos en Cuba, por lo que, no tenemos ningún motivo para apoyar ninguna candidata de ese litoral.

Pero es evidente que no es lo mismo ni nunca será igual, George Washington, Abraham Lincoln o John F. Kennedy que Donald Trump, todos tenían objetivos similares, desarrollar su país y consolidarlo como un gran imperio a lo largo y ancho del hemisferio norte.

Entre Washington, Lincoln, Kennedy, hay una diferencia del cielo a la tierra con Trump. Los primeros respetaron la solemnidad de sus investiduras; Trump es un chabacano, narcisista, turbero, exagerado, que no respeta las leyes ni las normas, con la agravante de que se cree el centro del universo.

Con un lenguaje soez y sin ningún respeto por las comunidades de migrantes exacerbando el odio y la xenofobia contra ella, y levantado un ultranacionalismo tal cual como lo hizo Adolf Hitler, contra lo que él consideraba razas inferiores.

No tengo porqué defender a Kamala, ese es un papel de ellos, porque en el fondo defienden los mismos intereses y cuya única diferencia entre ambos partidos son los colores y los animales que los simbolizan. El color azul y el asno representa el Partido Demócrata; el color rojo y el elefante representa el Partido Republicano. Sin embargo, es evidente que Kamala es más fácil de digerir, menos ácida y de un trago más suave  de sorber que la retama  de Trump, por su condición de mujer, negra y descendiente de migrantes.

La victoria aplastante de Donald Trump y el Partido Republicano que conquistó ambas cámaras no significa un giro hacia la derecha como se ha querido significar porque ambas organizaciones son de derecha, más bien es el peligro del crecimiento del ultranacionalismo, la xenofobia y que lo que eso ha representado y representa para la humanidad lo que debe movernos a preocupación.

El nuevo ascenso de Trump al poder podría significar el declive de la gran potencia del norte como lo fue el Imperio Romano tras el paso por el poder de Calígula, Nerón y Cómodo por las coincidencias en sus extravagancias y excentricidades.

El tiempo el justo juez que pone cada cosa en su lugar, tendrá la última palabra.