Desde sus inicios, la humanidad ha tenido la necesidad de vivir en sociedad, creando estructuras y organizaciones que fomenten la interactividad y la convivencia. Las religiones, la cultura, la política y otras asociaciones son parte fundamental en la formación de estos hábitos colectivos.
¿En qué consiste este liberalismo?
El liberalismo propone otorgar libertad al mercado para que se autorregule a través de la oferta y la demanda, concepto que Adam Smith describió como la mano invisible. Esta metáfora sugiere que, al perseguir sus propios intereses, los individuos contribuyen sin proponérselo al bienestar general. Una de las premisas del liberalismo es la mínima intervención del Estado en asuntos económicos, confiando en que el individuo actúe como motor que empuje la economía. Para esta filosofía, la igualdad debe ser garantizada únicamente ante la ley.
El liberalismo clásico, articulado por pensadores como John Locke, enfatizaba los derechos naturales del individuo, incluyendo la vida, la libertad y la propiedad. Sin embargo, tras la industrialización, esta filosofía enfrentó críticas debido a las crecientes problemáticas sociales y laborales, así como a una división de clases que parecía perpetuarse. A lo largo de la historia, grupos de diversas ideologías, ya sean de derecha, izquierda u otras corrientes, han intentado abordar estos desafíos, buscando un equilibrio entre el bienestar social y económico, con el objetivo de evitar que la sociedad sucumba ante los intereses industriales.
Sin embargo, contrario al desarrollo de las ideas, la era contemporánea manifiesta una lógica centrada esencialmente en el mercado, lo cual puede ser preocupante si se desvirtúan los propósitos retóricos del bien común. De seguir esta tendencia, podría fomentar la fragmentación de la sociedad en clases, etnia, y distintas culturas antagónicas que, a pesar de tener el mismo idioma, quizás no lleguen a entenderse.
El nuevo aire libertario
Esta corriente fue aprovechada por los “anti- Estado” durante la pandemia, momento en que los gobiernos impusieron restricciones a ciertas libertades. Estas medidas, sumadas al confinamiento y el deseo de liberación, avivaron las pasiones necesarias para crear una narrativa persuasiva y así lograr el resultado de hoy.
El renacimiento del libertarismo emerge en un momento crítico, marcado por la reconstrucción de las economías globales. Aunque aún no sabemos si este movimiento está aquí para quedarse o está de paso, el hecho es que su auge plantea preocupaciones. Adoptar un modelo que profundice las desigualdades y aumente las divisiones sociales no parece prometedor.
El liberalismo, bajo un nuevo paradigma: El Tecnocapitalismo
Este concepto nos indica la fusión de las innovaciones tecnológicas y los principios del capitalismo, sin lugar a duda un nuevo paradigma que amerita un digno y profundo estudio. Sin ánimo de sonar conspiranoico, basta con observar los hechos y la manera en que van evolucionando ¿Qué buscan estas empresas y qué pretende el gobierno de EE. UU?
En la actualidad, las corporaciones tecnológicas tienen intereses claros: evitar la lucha contra el monopolio, influir en la regulación de las tecnologías, entre ellas, la inteligencia artificial, y concentrar todo el poder en sus manos. Por el lado del gobierno, hay que decir que existe una nueva carrera, esta vez no por el espacio o por llegar a la luna, sino por el control de la IA. Actualmente, el gobierno de Trump mantiene una cruzada comercial contra China, de la cual las tecnologías avanzadas no escapan.
Las tecnologías sin regulaciones plantean también un riesgo significativo a nivel global. Sin controles adecuados, los algoritmos desarrollados por grandes corporaciones tecnológicas podrían influir en escenarios geopolíticos según sus propios intereses, además de propiciar una concentración de capital sin precedentes en manos de estas empresas. Este fenómeno refleja una evolución del liberalismo clásico en un contexto tecnológico avanzado, donde la competencia y la innovación se exaltan como principios fundamentales. Ante esta dinámica, la necesidad de la intervención estatal es vital por el bien de la veracidad de la información, la protección de la democracia, prevenir más la desigualdad y mitigar el efecto de la soledad crónica, la cual ha provocado un sinnúmero de enfermedades debido a la falta de interacción social.
Finalmente… ¿Qué nos queda?
Se avecina una cultura que no cree en el prójimo, se centra en sí misma y muestra indiferencia hacia la preservación de las tradiciones culturales y los valores, considerando utópica la reducción de la brecha por la desigualdad. Como dijo Nietzsche: 'Se vislumbra la muerte de los ideales y valores que han regido la vida de los humanos; y eso supone el derribo de los pilares de la civilización. Cuando esto ocurre, lo único a perseguir es aquello que brilla, el metal frío que hace tornar blanco el negro, y al feo lo convierte en hermoso'. Por esto, enfatizamos en decir que algunas funciones del Estado son vitales en aras de garantizar una sociedad que persiga el bienestar social colectivo, claramente, sin caer en el estatismo.
Pudiéramos decir que perdimos una gran oportunidad al no comprender la pandemia de la covid-19, donde todo nos mostraba señales de la importancia del rol que juegan los Estados. Aquella crisis reafirmó el papel esencial del Estado en la protección de la salud pública, el sostenimiento económico y la salvaguarda de los derechos de la población, incluso dejó ver la necesidad de fortalecer las capacidades estatales para enfrentar futuras emergencias, pero… “Al parecer, solo nos acordamos de lo vital cuando estamos al borde del abismo”.
Aunque no existen soluciones inmediatas, es fundamental proponer actitudes comunitarias que actúen como antídoto al individualismo competitivo. A lo largo de la historia, los grandes avances han surgido de la colaboración de colectivos determinados. La máxima de Alexandre Dumas en Los tres Mosqueteros, "Todos para uno y uno para todos", no es sólo una frase vacía, sino un llamado a la acción para promover la cooperación y la comprensión entre las personas. Desde el Estado, es esencial abogar por la inclusión, priorizar contextos sociales y establecer una tributación progresiva que busque reducir la pobreza y con ello cerrar la brecha de la desigualdad. Desde la sociedad, nos corresponde emular aquello que percibía Aristóteles al afirmar: "La esencia de la vida es servir a los demás y hacer el bien". Esta reflexión nos invita a priorizar el bienestar común sobre los intereses individuales, de manera que podamos construir una sociedad más justa y solidaria, mientras esperamos nuevos vientos que enarbolen la idea del bien común.