Lunes 26 de septiembre de 1960, 7:30 p.m. Dos candidatos presidenciales de Estados Unidos están en los estudios de CBS en Chicago, televisión blanco y negro. Uno, el senador demócrata John F. Kennedy. El otro, el Vicepresidente Richard Nixon, republicano. El primero, formado en universidad de élite, con traje oscuro; el otro, de origen pobre, traje claro. Se verían las caras en el primero de cuatro debates en pos del despacho principal de la Casa Blanca. Las encuestas de opinión electoral les presentaban cabeza con cabeza.

El moderador Howard K. Smith, famoso escritor, actor y  presentador de televisión, estaba frente a ellos. Al menos 70 millones de televidentes, expectantes, ante las pantallas.

Era el primer debate televisual de candidatos presidenciales en la historia. Trece años antes, los contendientes lo habían hecho como congresistas. Habían viajado en tren desde Washington, D.C. a Pittsburgh, para debatir temas del día en Junto, un club de la ciudad siderúrgica de Mckeesport, ha publicado National  Geographic.

En el estudio, con iguales condiciones de iluminación y sentados equidistantes a la mesa, estaban ellos. Los periodistas, de espaldas, recibían las preguntas al azar.

A Kennedy le ofrecieron polvo para maquillaje, pero lo rechazó. Estaba bronceado, rozagante, tras varios días de descanso y asesoría de su hermano Robert.

Nixon le siguió la corriente, aunque lucía demacrado. Sufría dolores en una rodilla donde tenía una lesión que se había lastimado al bajar del auto a su llegada a la cadena. Su camisa blanca se perdía con el fondo blanco del estudio.

Comenzó la acción y Kennedy miraba a las cámaras, confiado. El público le sentiría cercano. Nixon movía la cabeza hacia los lados, buscando asentimiento de los periodistas presentes.

Al final, el carisma y el manejo del  lenguaje visual, auditivo, cinético e icónico de la televisión que exhibió el demócrata, se reflejaron en las mediciones de intención de voto. 48% contra 43%. Y el día del certamen, ese porcentaje aumentó a 49.72.

Sesenta y cuatro años después, a 3 mil 88 millas y 44 metros de allí, en Santo Domingo, Distrito Nacional, la Asociación de Jóvenes Empresarios (Anje) ha logrado la aceptación de los tres principales candidatos presidenciales para un debate político, el 24 de marzo, de cara a las elecciones del 19 de mayo. Sería la primera experiencia en concretarse.

Salvo cambios a última hora, irán al escenario el presidente actual Luis Abinader, del Partido Revolucionario Moderno (PRM); Leonel Fernández, expresidente de la República, de Fuerza del Pueblo (FP), y Abel Martínez, del Partido de la Liberación Dominicana (PLD).

Abinader se postula por segunda vez y nunca más, como establece la Constitución de 2010. Es favorecido por la intención de votos, según los sondeos. Fernández ha sido tres veces presidente (1996, 2004 y 2008). Y Martínez es un expresidente de la Cámara de Diputados y actual alcalde de Santiago de los Caballeros.

Si Abinader no supera el 50% más 1 de la primera vuelta, la alianza FP-PLD llevará en la segunda a quien obtenga mayor porcentaje entre Fernández y Martínez.

Anje deberá cuidar muchos detalles para garantizar una propuesta televisual justa, sin máculas. Aquí la ética debería ser la guía.

Como el lado izquierdo de la pantalla (la derecha de la mesa en el estudio) es psicológicamente más poderoso, debe ser rifado. Deben estar sentados de manera equidistante. Ni más ni menos. La iluminación, igual para los tres. Cero sombras. Las preguntas han de ser rifadas en el mismo momento y cuidar los tonos al verbalizarlas.

Los candidatos deben artillarse bien. Conocimientos,  manejo discurso, tonos, silencios, dinámica gestual e indumentaria deben de proyectarse al público. El efecto fantasma es fatal, y nada tiene que ver con ropas de marcas famosas. Deben resultar amigables a las características del medio.

El tú a tú de la próxima semana luce buena iniciativa; sin embargo, no esperemos más que una considerable pero efímera presencia mediática sobre el hecho producido y su inscripción en la historia al ser el primero. Tal vez fue el gran objetivo de la estrategia de Planificación de la Comunicación.

Diferente a Estados Unidos, donde predomina una conciencia crítica y las opiniones de los públicos pesan tanto que podrían variar el fiel de cualquier balanza, en RD, como me decía hace un par de días un admirado periodista de mil batallas, “se habla mucho, pero nadie escucha”. La indiferencia es una norma y la han construido sobre bases muy profundas.

No hay tal opinión pública, aquí. O, si existe, está secuestrada por unos cuantos con facultad para inundar la mente colectiva. Por tanto, no habría cambios favorables de actitudes en las urnas para quien luzca ganador del debate.