No es frecuente que un articulista sea presentado por otro; de hecho es la primera vez que lo hacemos, cumpliendo con una preocupación de Freddy Prestol Castillo (1914-1981), que decía: “Yo no leo nombres, leo firmas”. Para que ahora en lo adelante se sepa que puede convertirse en una firma.
César Augusto Taveras Castro, apodado Nini, nació en Pimentel el 13 de enero de 1957, hijo de los esposos Benigno Taveras y María Castro. Odontólogo de profesión, egresado de la UASD como Dr. en Odontología en 1982. Título que le fue homologado en España, dedicándose a su profesión en Cataluña y otras regiones, del 1991 al 2013, regresando a su pueblo natal donde había servido en Salud Pública del 1981 al 91, a vivir de su ejercicio profesional.
En su juventud había practicado deportes como el baloncesto y el softbol. En la vida social fue presidente del Club Pimentel Inc., de 1982-85. Como se había distinguido como lector fervoroso, igual que muchos jóvenes de entonces en ese pueblo, formó parte del grupo de Francisco Nolasco Cordero (1932-2008), siendo designado miembro de la Sociedad de Amigos de la Verdad y la Belleza (Amidverza), participando en las tertulias y encuentros literarios en la región. Desde hace dos años inició colaboraciones culturales en el periódico El Jaya. De modo que no es un improvisado, ya que como investigador literario “nada le es ajeno”, razones por las cuales lo hemos recomendado a este periódico digital y esperamos que los lectores lo disfruten (Manuel Mora Serrano).
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He aquí su artículo El culto al falo
César Taveras
Pompeya fue aquella ciudad italiana que en el año 79 de Nuestra Era quedó sepultada entre cenizas y piedras pómez por la impiedad del volcán Vesubio. En esta ciudad, fundada siete siglos antes de su sepultura y hoy asistida por la arqueología moderna, se pueden ver tallados en sus muros y calles empedradas gran cantidad de falos que simbolizaban la buena suerte, el alejamiento de las desgracias y orientaban a los visitantes sobre la ubicación de los burdeles.
Además, en estas ruinas se han encontrado frescos recientes sobre la existencia de la divinidad de la erección perpetua, el dios Príapo.
En la época antigua, los falos estaban distribuidos por toda Roma, como los actuales graffitis en cualquier ciudad.
Al principio, en la antigua Grecia tener un falo voluminoso significaba una deshonra porque solo el reducido estaba relacionado con el razonamiento filosófico, la belleza y la capacidad política. De ahí que las esculturas griegas eran representadas con un miembro pequeño…
Pero en la antigua Roma todo era distinto; tener un falo mayúsculo y extenso era lo preferido por todos y este criterio se mantuvo hasta la Edad Media.
Los romanos eran sumamente supersticiosos y tenían los falos como amuletos cuya fabricación de hierro o de bronce lo llevaban desde los generales y los ricos hasta los más pobres campesinos. En los desfiles militares se portaban amuletos de falos para proteger de los celos a los militares triunfadores. A los niños se les colocaban colgando en sus cunas para protegerlos del mal de ojo.
Sin embargo, lo más impresionante de la historia del falo es la existencia de su divinidad llamada el dios Príapo. Este dios era representado como un hombre, con barbas de una edad avanzada y con un falo de tamaño descomunal y de eterna erección. De ahí el nombre de la enfermedad que consiste en la erección permanente y dolorosa del pene sin apetito sexual, llamada "priapismo.”
Príapo, según detalles de la mitología griega, era el hijo de Dionisio el dios del vino y el éxtasis, y de Afrodita, diosa de la belleza, el amor y el deseo. Según otras fuentes fue el fruto de una infidelidad de su madre y por eso fue condenado a cargar para siempre con la maldición de su enorme falo en permanente erección.
En la antigua Roma se erigieron muchas estatuas en honor a Príapo. Luego, tras la caída del Imperio Romano se produjo una cristianización del culto al falo, del cual tenemos pocos detalles ya que se celebraba en orgías clandestinas. Aunque en la actualidad las encuestas sexológicas siguen valorando la prominencia del falo como preferencia sexual, otros interpretan que el pragmatismo erótico instruido desmitifica esa reverencia, que es mejor creerla que preguntarle a algunas mujeres.