“…Tras lavar con una esponja el cuerpo martirizado de la niña, unida
todavía por el cordón umbilical a la vulva desgarrada de su madre, las
enfermeras repararon en el color azul. El cuerpo de la criatura era como
de caolín azulado, incluso la lengua y el paladar, rayados como el de los
gatos eran azules, como si hubieran comido arándanos”. (El cuerpo, Cegador,
2, p.257).
Toda gran literatura es confesión, autobiografía, testimonio existencial, escuela de vida, soledad, enfrentamiento con lo real y lo social. Su lenguaje es una suma de muchas cosas a la vez. Al momento del escritor asumir o rechazar su mundo, la nostalgia habita su prosa, su poesía, su filosofía, la interpretación de su modo o forma de vida; se encuentra consigo mismo y con los latigazos de una historia real, ideal, de supervivencia y estado de nostalgia y persecución de sus demonios.
El escritor rumano Mircea Cărtărescu traducido al español por Marian Ochoa de Eribe, transcribe su propio modo de existir como sujeto sufriente de un sistema político-social que ha caído abatido mediante la respuesta de un pueblo a una Estado autoritario y a un estado de cosas que ha generado una ruptura y una rotura de sus ejes y su cultura política; lo que el escritor escribe y deja fluir como una biografía crítica y un testimonio de descontento.
En efecto, podemos leer en Nostalgia (ver, “El ruletista”), una creación que abre a su vez la lectura de aquel mundo social y cultural donde el sujeto narra su vida alterada por la “mala suerte”, por aquella ananké (fatalidad) que hunde al sujeto fuera y dentro de un Estado político autoritario y mal llamado democrático, pues todos los gobiernos y estados fallidos, matan, asesinan al sujeto en todas sus variantes.
En su libro Nostalgia de 1993 (Impedimenta, 2012), El personaje-escritor se confiesa a propósito de la literatura como medio o vehículo de expresión y verdad:
“…todo lo que he escrito después de los treinta años no ha sido más que una penosa impostura. Estoy harto de escribir sin la esperanza de poder superarme algún día, de poder saltar más allá de mi propia sombra. Es cierto que, hasta cierto punto, he sido honesto de la única manera en que puede serlo un artista, es decir, he querido contarlo todo sobre mí, absolutamente todo… con las primeras líneas que despliegas en la página, en esa mano que sujeta la pluma, entra, como en un guante, una mano ajena, burlona, y tu imagen, reflejada en el espejo de las páginas, se escurre en todas direcciones como si fuera azogue, de tal manera que de sus burbujas deformadas cristalizan la Araña o el Gusano o el Fauno o el Unicornio o Dios, cuando de hecho tú solo querías hablar sobre ti. La literatura es teratología.” (Ver, “El ruletista”, en Nostalgia, pp. 17-18)
La soledad es el principal signo-síntoma del personaje y su condición de vida en mundo donde el desconcierto y los ejes de vida se rompen por dentro y por fuera. De ahí que el sueño se apodere de la existencia individual del personaje-escritor. Su voz se explica en el siguiente fragmento:
“Desde hace unos cuantos años, duermo mal y sueño con un viejo que enloquece por culpa de la soledad. Únicamente el sueño me refleja de forma realista. Me despierto llorando de soledad, incluso aunque de día me sienta acompañado por aquellos de mis amigos que aún viven. Ya no puedo soportar mi vida, pero el hecho de entrar hoy o mañana en una muerte infinita, me obliga a intentar pensar. Por ello —puesto que tengo que pensar, como aquel que, arrojado en el laberinto, tiene que buscar una salida entre paredes embadurnadas de estiércol, o incluso a través de la boca de una ratonera— y solo por ello, escribo estas líneas. No por demostrar (me) que Dios existe”. (Ver. Op. cit. p. 18).
Parecería nihilista la palabra-voz de nuestro enunciador en este contexto reflexivo, sin embargo, su realismo situacional junto a las cardinales utilizadas en su relato evocador de un ruletario integrador de muerte, suerte y verdad presente, implica lo que es el trasfondo de una realidad legible también en Solenoide su obra eje donde confluyen vertientes y ecos de obras como la trilogía, la obra maestra de Mircea Cărtărescu, en tres volúmenes titulados: El ala izquierda, Cegador , 1; El cuerpo, Cegador, 2 y El ala izquierda, Cegador, 3, obra que al decir de cierta crítica sería su obra cumbre y traducida a varios idiomas. Pero también una anatomía y una crítica lúcida y radical del socialismo real de su país.
El texto resistente creado en esta crítica de lo real, se reconoce en la gran trilogía citada que es un hipertexto que muestra al lector la turbulenta vida del socialismo real en todas sus instancias de poder. La casuística narrada, escrita y respirada por Cărtărescu sería en este sentido un intertexto y un transtexto vocalizado, dicho o construido por la voz del autor en un camino verbal y existencial. Marcada la obra por secuencias de la vida-mundo de un escritor condenado a la exclusión y a la soledad, la obra es, también, un imago mundi revelador de fenómenos personajes y colectivos envueltos en la tragedia del sujeto social.
Se trata, pues, no de lo que se dice muchas veces en Occidente de lo ocurrido en el socialismo real en la (¿desaparecida?) URSS, en Polonia, Bulgaria, Rumanía, Hungría, Yugoslavia (RF), Checoslovaquia, Albania, y otras nacionalidades convivientes del Sudeste europeo, sino, la vida real misma llena de tropiezos políticos y controles donde el concepto de libertad no era, no podía ser discutible ni asumida en aquellas condiciones de vida-vivencia social.
Tanto en el volumen que abre dicha trilogía, como en el que la cierra no es difícil tener una imagen del sistema social y de vida política en la Rumanía socialista. La lectura de ese mundo se reconoce en la confesión, biografía y soledad del escritor que en los años 80 del pasado siglo y antes del derrumbe de la dictadura (y muchas veces tiranía) de Nicole Ceauşescu y su aparato burocrático-represivo, en 1989, mostró su escritura y rebeldía existencial.
Pero los tres gruesos tomos de Cegador 1, Cegador 2 y Cegador 3 muestran y pronuncian una realidad y muchas realidades de la Rumanía que vivió Cărtărescu y sus pares de esta, llamada por muchos “desgracia social”. No creo que del socialismo real se haya dicho todo. Tardará mucho tiempo en escribirse la verdadera historia del vivir cotidiano en un país como Rumanía, desconocido hoy en muchas partes del mundo y en la República Dominicana, donde pocos, poquísimos conocen su cultura familiar, política, religiosa, institucional, lingüística y literaria.