Escrito a principios de 1980, el texto que aquí presentamos de Raúl Pérez Peña (Bacho), registra el cotidiano de pobreza extrema en el que estaban sometidos los inmigrantes haitianos en el país de entonces. El mismo desvela la miseria de las políticas de Estado que lo hacen posible, negando el respeto y reconocimiento de la condición humana, inajenable a toda persona. Lamentablemente, esa realidad hoy continúa siendo fuente de sufrimiento y maltrato para ese sector. 44 años después de la publicación de esta crónica, el gobierno dominicano implementa una tenebrosa política de violencia, proscripción de derechos y libertades contra esa misma población y sus descendientes nacionales. Ponemos nuevamente a disposición del público este escrito para recordar la historia del inhumano calvario que vivieron y continúan viviendo los inmigrantes de origen haitiano en nuestro país.

El corral del CEA para los haitianos*

(Publicado originalmente en 1980, en la columna “Circular” del Listín Diario)
Vida en bateyes del este. Fotografía: Amín Pérez.

En pleno 1980. En pleno Distrito Nacional. En plena autopista Duarte. Cualquiera diría que “no puede ser”. Pero es una realidad. Allí hay un verdadero corral para personas humanas.

Lo que se está escenificando en el Batey García es la reducción de la condición humana a términos indescriptibles. Miles de haitianos concentrados, sometidos a una situación que daría trabajo responder si es para hombres o para animales.

Ellos ya cesaron en la “misión” que le trajo al país: cortar caña por salarios de miseria, en medio de las peores condiciones ambientales. De día, a pleno sol y el incesante movimiento de sus brazos para echar abajo la planta del dulce. ¿Comida? una vez y en la cual el espagueti es un lujo. ¿Agua? Contaminada. De noche, al batey; a una caseta o a un almacén de alojamiento colectivo.

Atrapados en una atmósfera de insalubridad y del más bajo nivel de higiene; desnutridos y hacinados, los braceros haitianos son víctimas permanentes de la más variada gama de enfermedades. Sin presente y sin futuro, no tienen otra alternativa que resignarse al corte en los ingenios del país.

Tratados como simple mercancía en los contratos que norman su ingreso y salida del país, para el tiempo de zafra azucarera, el flujo anual de los haitianos resulta un gran negocio no solo para los que compran su mano de obra a precios ínfimos sino también para los que trafican con sus servicios.

Bateyes del este. Foto Amín Pérez.

La responsabilidad principal de la situación que año por año viven los miles de haitianos que ingresan al país recae en el gobierno haitianos y en el dominicano. Sin ir más lejos del kilómetro 22 de la autopista Duarte, ¿quién podría exonerar de culpas al gobierno del infierno a que han sido sometidos miles de braceros en el Batey García?

Tres semanas de encerramiento, sin agua, sin comida, sin dormida.

¿Cuál es el significado de la vida para estos seres humanos que no tienen ni con qué caerse muertos? La pregunta podría quedar sin respuesta. Pero hay otra que no pueden eludir los jerarcas del CEA y del gobierno: ¿Por qué no se le busca una urgente y correcta solución a la situación de penurias a que son sometidos los braceros haitianos y, en lo inmediato, a la de los que están concentrados en el batey García?

*[Esta publicación es parte del Proyecto por la Memoria Histórica Raúl Pérez Peña (Bacho), auspiciado por sus hijos Juan Miguel, Amaury y Amín Pérez Vargas].