En el imaginario de los defensores de la homogeneidad cultural dominicana, constituimos una nación aglutinada sobre la base de una raza, una religión y una lengua. Así, por ejemplo, el catolicismo se concibe como la esencia de la espiritualidad dominicana y cualquier expresión no cristiana de religiosidad es vista como una especie de distorsión identitaria.
Esta es una de las razones por las que expresiones de la religiosidad popular, como el ga gá, han sido históricamente silenciadas, condenadas y perseguidas. Cada Semana Santa leemos informaciones de clausuras o prohibiciones de dicha práctica. Recientemente, el antropólogo Carlos Andújar se ha referido a ello reclamando la defensa de los derechos culturales constitucionalizados. (https://www.acento.com.do/cultura/el-ga-ga-y-los-derechos-culturales-constitucionalizados-9184988.htm ).
El ga gá es la típica práctica religiosa llevada por inmigrantes a un determinado territorio. Una vez allí, se mezcla con símbolos y ritos de la religión local adquiriendo nuevas formas y arraigándose hasta convertirse en una expresión cultural autóctona. En este sentido, no es menos extranjero que el cristianismo, o que cualquier otra práctica que consideremos dominicana.
El rechazo y los esfuerzos por cancelar al ga gá se explica a partir de lo que el sociólogo Manuel Castells analizó como una tensión entre identidades. Por un lado, se encuentra la identidad legitimadora; por el otro, la identidad de la resistencia. La primera se refiere al sistema de discursos valores y prácticas que conforman el canon oficial desde el cual los sectores sociales dominantes se autoperciben. La segunda constituye el sistema de valores y prácticas con los que una comunidad estigmatizada dota de sentido a su mundo, opuesto al sistema de valores y prácticas consideradas como válidas o legítimas. Paulatinamente, van construyendo una identidad proyecto, una nueva forma de autopercibirse y de construir significados que va transformando la cultura y las instituciones que la sostienen.
Así, las sociedades no poseen una identidad estática y homogénea. En ellas confluyen identidades opuestas que expresan los conflictos sociales entre los actores sociales en función de su situación en las relaciones de poder. El conflicto entre el relato de la “religión verdadera institucionalizada” y la práctica religiosa del ga gá es una de las expresiones de este conflicto.