Nuestro país y nuestra sociedad atraviesan en estos momentos por una grave crisis e inversión de valores morales, espirituales, sociales y culturales, debido a que la familia, que es el principal sostén de la sociedad, también se encuentra afectada por dicha inversión. Dicha crisis ha aumentado en gran medida luego que se dejó de impartir la asignatura “Moral y Cívica” en nuestras escuelas y colegios.

Todo servidor público debe tener siempre presente y estar convencido de que al Estado se va a servir, no a servirse de él. Se nos escoge o designa para que desempeñemos una función o administremos temporalmente los recursos de una institución pública con honestidad, pulcritud, eficiencia y transparencia, de los cuales debemos rendir cuentas de lo que recibimos, cómo y en qué lo invertimos.

Debemos cuidar y proteger dichos recursos, porque estos son de todos los dominicanos. Cada vez que se distraen recursos del presupuesto nacional, se deja de ofrecer a los sectores más vulnerables, menos salud, educación, energía, agua potable, transporte, carreteras y calles; seguridad social y ciudadana, viviendas, ayudas sociales, entre otras.

Muchas veces cuando estamos en la oposición o aspiramos a un cargo público, criticamos al funcionario que lo ocupa, utilizando en nuestros discursos la falta de transparencia, honestidad, pulcritud, eficiencia, austeridad y rendición de cuentas, pero cuando nos toca ejercerlo hacemos todo lo contrario de lo que denunciamos, pues no somos coherentes ni predicamos con el ejemplo.

Todos los funcionarios públicos debemos emular el ejemplo del Padre de la Patria Juan Pablo Duarte Diez, primer dominicano en rendir cuentas al país, cuando en 1844, siendo Jefe del Ejército Dominicano, tomó como avance a la Junta Gubernativa, mil pesos para una misión, gastó una parte, preparó una relación de los gastos incurridos y devolvió la no utilizada mediante un informe detallado, escrito de su puño y letra. Esto lo hizo sin que existiera una ley ni nadie que se lo exigiera.

Se requiere también, fortalecer la educación en el hogar, que es la que nos forma desde nuestra niñez, con buenos y sanos valores; con los buenos ejemplos de nuesros padres, que por cierto, también, hace tiempo están brillando por su ausencia.

El país está requiriendo con urgencia de un gran comportamiento ético en todos los órdenes y en todos los niveles, pues necesitamos funcionarios, maestros, jueces, legisladores, militares y policías, alcaldes, empresarios, íntegros y probos; ciudadanos que actúen colocando nuestro país por encima de los intereses particulares, porque al final, todos somos responsables del grado de deterioro e involución social y moral de nuestra sociedad.

Debemos convertirnos en verdaderos guardianes y veedores de los recursos públicos e imitar el ejemplo del fundador de la República, actuando siempre aferrados a los principios éticos, morales, de transparencia, pulcritud y honestidad. Si así lo hacemos, Dios, la Patria, nuestros fundadores, hijos y nietos, nos lo agradecerán.