La comunicadora  Altagracia Ortiz Gómez, especializada en temas de salud, de nuevo enriquece la bibliografía sanitaria dominicana con su magnífica obra El comercio del dolor. Los pacientes se convirtieron en clientes.  Una radiografía social en torno a nuestra realidad sanitaria, fruto de su experiencia en el día a día en torno a la práctica hospitalaria pública y privada. El libro se torna mucho más interesante por cuanto la salubridad alcanzó en los últimos dos años principalía ecuménica con la pandemia de la COVID-19, cuya morbimortalidad en nuestro medio Ortiz Gómez aborda entre otros temas, con la maestría que le caracteriza.

Portada del libro El comercio del dolor. Los pacientes se convirtieron en clientes.

Por suerte la prensa nacional desde hace un buen tiempo ha comprendido el interés social, económico y político del sector salud y han estimulado el desarrollo de comunicadores especializados en esas áreas,  ya contamos con estrellas como Altagracia Ortiz Gómez, Doris Pantaleón y Cándida Figuereo.

El comercio del dolor. Los pacientes se convirtieron en clientes  es una obra amplia y sumamente crítica, que abarca los principales aspectos sanitarios locales, desarrollados con acuciosidad. Cuando analizamos la obra podemos observar que discurre sobre todos los problemas sanitarios desarrollando análisis críticos, algunos con los cuales no estamos de acuerdo. La obra no es complaciente, su enfoque cuestionador no tiene límites, algo esencial en todo libro que respete la sociedad donde se desarrolla la temática.

 

Empieza describiéndonos las aventuras y desventuras de las autoridades para adquirir las vacunas contra la COVID-19 por la gran demanda de este producto farmacológico  en el mercado internacional. Fue necesario competir con países de mayor desarrollo económico, como muy bien señala la autora:

“Mientras las cifras de contagios y muertes llegaban a extremos terroríficos, los países con pequeñas economías, como la República Dominicana, estaban a expensas de las farmacéuticas internacionales que impusieron sus reglas de juego en la venta de medicamentos y vacunas”. (Altagracia Ortiz Gómez.  El comercio del dolor . los pacientes se convirtieron en clientes.   Editora Corripio S.AS.  Santo Domingo, 2022. p. 12).

 

De manera inesperada arribó el mortífero virus de la COVID-19 encontró desprevenido a los habitantes del planeta tierra y realizó numerosos estragos, como en otros tiempos lo hicieron la fiebre amarilla, viruelas, peste bubónica, influenza y colera. Por suerte la diferencia fue el enorme desarrollo de la biotecnología, en tiempo récord se contraatacó y se recurrió a vacunas siguiendo el método inmunitario ya tradicional de despojar el virus vivo de sus propiedades patógenas para elaborar vacunas a partir de sus condiciones inmunitarias. También se destacó un elemento novedoso, previamente se ensayaba un proyecto genético que parecía extraído de ciencia ficción, la creación de un ARNm (mensajero) con capacidad inmunitaria para detener las agresiones de los virus respiratorios, rápidamente los experimentos fueron adaptados para enfrentar la COVID-19 y surgió una vacuna que no dependía para nada del virus, muy costosa por cierto.

 

Ambos tipos de inmunizaciones han frenado al muy agresivo invasor de la COVID-19, aunque a costa de una gran cantidad de dinero a favor de los emporios farmacéuticos involucrados en la producción y comercialización de estos productos preventivos, algunas de estas empresas llegaron hasta especular con sus vacunas.

Altagracia Ortiz también penetra en las llagas de nuestro modelo sanitario, revelando aspectos claves de la realidad hospitalaria subdesarrollada que nos rige desde antaño:

“La compra de equipos de mala calidad, el hacinamiento de cinco pacientes en una misma cama, la segmentación de la población entre ciudadanos de primera y quinta categoría, ¿no es eso acaso una práctica deshumanizante?”.  (Obra citada. p. 18).

 

Dedica un interesante examen a los llamados hospitales de autogestión, resaltando que pese a recibir importantes recursos del Estado, ni son públicos, ni son privados, lo que deviene en perjuicios de los sectores más humildes. (Obra citada. p. 19). Sin dudas prestan buenas atenciones, pero reciben muchos recursos estatales y de los pacientes, se debe establecer una cobertura que no perjudique a buena parte de la población impedida de costearse esos servicios.

 

Altagracia Gómez continua afrontando problemas esenciales en el perfil patológico dominicano como los centros de cateterismo, sus necesidades por la alta morbimortalidad de enfermedades cardiovasculares, y su alto costo.

 

Aborda el tema nodal de los vampiros de la medicina o ARS que han llegado para monopolizar en su provecho el modelo sanitario dominicano. Recoge las quejas de la  población por sus negativas recurrentes a acoger los pacientes con enfermedades cardiovasculares y de cáncer, patologías clasificadas por la malhadada ley de seguridad social como “catastróficas”. Resistiéndose las ARS en la mayoría de los casos a cubrir los costos de sus procedimientos diagnósticos y terapéuticos por su alto costo, como si los pacientes eligieran sus enfermedades. También se refiere al encharcado proyecto de la atención primaria.

 

Entre otros aspectos destaca los rebotes de pacientes en clínicas y hospitales, que tienen diversos orígenes. Muchos centros no están en capacidad de recibir y atender pacientes con patologías muy complejas, en otras ocasiones no hay capacidad de ingreso en las salas de cuidados intensivos, etc.

 

En esa misma tónica comenta la situación de algunos hospitales que carecen de determinados medios diagnósticos modernos, en ocasiones rodeados por entidades privadas de diagnósticos que captan los pacientes de esos centros. Esto es fruto del deficiente sistema de seguridad social, que no permite la satisfacción de las necesidades de los pacientes o clientes para las ARS. No es fortuito las grandes fortunas que se han forjado al calor de las ARS, y que me excusen las bocinas.

 

En la estructura de trabajo en los hospitales, se refiere al gran caballo de batalla de estos centros, ya no solo públicos, sino muchos privados, los residentes. Estos son los médicos que realizan una especialidad en una determinada rama de la medicina, la autora manifiesta su lamento cuando apunta: “El mayor exceso de trabajo lo tienen los médicos residentes, esos son considerados la mano de obra barata para el hospital”. (Obra citada. p. 96).

 

En el organigrama de los hospitales docentes los residentes tienen a su cargo gran parte del trabajo de modo directo ante el paciente, bajo la coordinación de sus supervisores inmediatos y los residentes de mayor rango. En medicina se aprende en la práctica intensiva frente a frente al enfermo, cuando el médico de modo constante está ante el paciente tiene la oportunidad de dominar todos los procedimientos diagnósticos, terapéuticos y preventivos de la especialidad que está cursando. En la medida que usted es promovido a segundo, tercer, cuarto o quinto año, la carga de trabajo disminuye relativamente. La residencia está diseñada para conocer de modo minucioso todos los factores correspondientes a su especialidad. Se denominan residentes porque en ese periodo usted prácticamente reside en el hospital.

 

Quien esto escribe fue residente de pediatría del Hospital Robert Reid Cabral.  Cuando se egresa uno lo agradece como el suscrito y sus compañeros de promoción (1984-1986), que siempre reconocimos a nuestros maestros como Teófilo (Teo) Gautier y Mariano Defillo, entre otros. Recuerdo cuando les reclamábamos a Teo que en diciembre por las navidades nos permitiera salir del hospital más temprano y se quedaran en el hospital los que tendrían el servicio normal de 24 horas, él siempre se resistía y nos respondía de modo tajante, sentenciando: «Los niños se enferman todos los días». Además del residente el otro gran beneficiado es el paciente, cuando usted llega a cualquier hora con una emergencia lo va a recibir un médico conocedor a cabalidad de su patología, que de modo permanente esta enfrentada a ella en el hospital.

 

En definitiva El comercio del dolor. Los pacientes se convirtieron en clientes,  de la aguerrida comunicadora Altagracia Ortiz Gómez, es una obra atrevida, no deja sin escrutar ningún espacio de nuestro modelo sanitario, aspectos importantes conocer para empaparse de este tema y dominar nuestra realidad sanitaria, no solo para todo el  personal de salud, sino para aquellos lectores interesados en conocer la problemática del proceso salud-enfermedad dominicano, la  COVID-19  nos enseñó es un tema que a todos nos incumbe. Enhorabuena!