A raíz de un intercambio entre mis amigos Óscar, Geomar y Víctor, pregunté a otros cuál había sido un retorno político mas grande, si el de Donald Trump o el de Joaquín Balaguer. Nelson, Carlos y Pedro señalaron que Balaguer nunca había ganado unas elecciones. Al margen de esa discusión, el regreso de Donald Trump marca un hito importante.
Lo primero es que Trump es el primer candidato condenado por la justicia estadounidense que es electo como presidente de los Estados Unidos. De igual forma, es el primer presidente -en más de 120 años- que retorna a la presidencia después de haber perdido la repostulación (el anterior, y único hasta ayer, es/era Grover Alexander).
La segunda deducción importante es que la elección marca, a su vez, una selección consciente del electorado norteamericano. En 2016 los estadounidenses no tenían una idea clara que lo que estaban seleccionando. No tenían certeza de lo que Trump era ni lo que representaba. En 2024 sí la tenían. Del 2020 a la fecha Trump ha sido más que explícito respecto de su visión del gobierno y de la democracia. Lo anterior se resume en que en 2016 el electorado quería menos a Trump de lo que quiere hoy día (tasa de favorabilidad bordeando el 30% en 2016 y cerca del 50% en 2024).
El resultado es un importante mensaje de rechazo para el Partido Demócrata, el cual no parece nunca haber ofertado una visión alternativa a la del candidato Trump. Como he escrito, Trump ha sido muy explícito respecto de la forma en la que quiere reformar el gobierno, así como de su visión y forma de hacer política. La respuesta del oponente (el Partido Demócrata o cualquier otro) tiene que ir mas allá de que “Trump divide” y de que “eso está mal” [voz de Kamala diciendo “that is wrong”].
Mas allá del mero discurso sentimental, al Partido Demócrata le toca abordar y atacar las causas políticas reales que motivan y preocupan a la gente: sea las ineficiencias del gobierno, la inmigración o la ideología de género. Está claro que las debilidades de Trump fueron más fuertes que las virtudes del Partido Demócrata. Está claro que las fortalezas de Trump también pesaron mucho más que las debilidades del Partido Demócrata. El Partido Demócrata parece haberse enfocado mucho más en advertir los peligros que Trump representa para la democracia que en el anhelo de cambio de los ciudadanos estadounidenses y, contrario al eslogan de campaña de Hillary Clinton en 2016, queda claro que Love doesn’t Trump hate. Hace falta más que eso.
También parece que Donald Trump ya no es una desviación del sistema político: es la nueva política de los Estados Unidos. Donald Trump parece haber completado un viaje que irónicamente convierte al Partido Republicano en el partido de la disrupción y del refugio de la clase trabajadora. Si a ello sumamos que el vicepresidente electo, J.D. Vance, es un joven abogado y político que a sus 39 años dota de contenido ideológico al movimiento ‘Make America Great Again’ y brinda perspectivas de futuro no sólo al Partido Republicano, sino al trumpismo (el cual ya parece -efectivamente- convertirse en una corriente política) parece que este viaje apenas comienza. Los Demócratas necesitan mucho empuje para reorganizar sus fuerzas.