Con el sorprendente triunfo electoral de Javier Milei en la tierra donde Perón inventó [o perfeccionó] el populismo y Ernesto Laclau lo teorizó, nace un nuevo populismo de derecha que, [no tan] paradójicamente, en el mismo estilo político de un peronismo eterno, flexible, camaleónico y ambidextro, plantea precisamente lo que tanto alaban quienes postulan y practican la “política antagónica” de amigos (“el pueblo”) contra enemigos (“la casta”), solo que esta vez los enemigos son “los zurdos” o, más bien, todo el establishment político argentino.
El discurso de Milei pretende ser libertario, pues defiende las libertades [sobre todo las económicas del mercado], frente a un Estado interventor, cuya estructura e impuestos aboga por eliminar y reducir drásticamente, aprovechando así la justa indignación social de una población acogotada por la inflación, la corrupción y la ineficacia estatal. Pero, en tanto defiende la criminalización del aborto y la prohibición de la educación sexual y estudia con interés la mano dura de Bukele, asume la jerga populista penal y de la nueva [nada alternativa] derecha cultural frente a la “hegemonía cultural progresista”.
Milei se opone a la consigna peronista de que “donde nace una necesidad, nace un derecho” pues entiende que “el problema es que las necesidades son infinitas y los derechos alguien los tiene que pagar”. Ahí, lamentablemente, no está solo porque muchos, tanto conservadores como progresistas, cuestionan que los derechos sociales sean verdaderos derechos, ya que dependen de los recursos presupuestarios y porque supuestamente deberían ser dejados a la soberana decisión democrática de los legisladores elegidos por el pueblo. Aquellas lluvias teóricas trajeron estos lodos de la praxis política que soslayan adrede que todos los derechos -incluso el más sagrado derecho del catálogo clásico de libertades, la propiedad- cuestan y que los derechos sociales forman parte del patrimonio constitucional común latinoamericano.
Para Laclau, el populismo, como ocurrió con el peronismo, puede ser democrático pero antiliberal. Pues bien, con Milei se demuestra que puede ser, simultáneamente, democrático, anti Estado social y liberal solo en lo económico o, si se quiere, “liberal autoritario” à la Pinochet. Como afirma Fernando Mires, lo de Milei es “un nuevo conservadurismo, un conservadurismo plebeyo, cuyo lenguaje va dirigido no a una clase elegida sino a las masas”. Milei sería un conservador -de las libertades burguesas-, un reaccionario que, como sostiene Andrés Rosler, al igual que el viejo marxismo teórico y el anarquismo, busca abolir el Estado, al tiempo que se constituye en un “revolucionario mesiánico” a quien no le interesa la realidad -la imposible dolarización automática y abolición del banco central, por ejemplo- en su batalla contra el Antiguo Régimen keynesiano.
Quizás Milei sea el tonto útil que hará el duro ajuste económico con el cual no quieren cargar las élites para, en unos cuantos meses, ser derribado y asumir de nuevo la vieja casta el control político, con las reformas hechas y la economía lista para despegar. O tal vez se modere antes de llegar al poder y pierda el apoyo popular, o llegue a la presidencia y, como Boric en Chile, termine suavizando sus propuestas.
Lo único cierto es lo que afirmó Gramsci, cuando el fascismo apenas emergía en Europa: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.