El cine que ha llegado a nuestras pantallas desde principios del siglo veinte (XX) procede de Europa en primer lugar, sobre todo de Francia, Italia, España y Alemania. Esa hegemonía se mantuvo según historiadores y críticos del arte dominicano, hasta después de concluida la primera intervención norteamericana (1916-1924) en el país. Las salas de teatro eran los espacios apropiados en esos primeros (30) años de vida republicana para ver el cine (1900-1930) que ocasionalmente llegaba a nuestras costas.

Según algunos críticos y cronistas de nuestra vida cultural, entre los que destacan María Ugarte, España (22 de febrero de 1914, Segovia, España, 4 de marzo 2011, Santo Domingo), José Louis Sáez (21 de Septiembre 1937, Valencia, España); Jeanmette Miller (2 de Agosto de 1944, Santo Domingo), luego de 1930, se hace muy evidente la presencia de películas norteamericanas y mejicanas en nuestros teatros. Incluso, cabe destacar que las de producción mexicana contaban con mayor favor del público que las norteamericanas, porque el argumento de las mismas contaba con la presencia de reconocidas figuras de la interpretación musical. Estos personajes habían recorrido casi todas las naciones del continente con sus discos de pasta, cuyas grabaciones eran familiares a los oídos de los públicos que a través de las estaciones radiales las escuchaban cotidianamente. Además, esas estrellas del canto y la actuación, en ocasiones hacían presentaciones en vivo en nuestros países, acrecentando sus niveles de popularidad. Las norteamericanas eran dobladas o subtituladas al español, y las mexicanas eran exhibidas en nuestro idioma común, por lo que eran mucho más fáciles de entender y asimilar por las grandes masas del país y del continente.

El cine mexicano se hace continental y mundial por la fama de sus cantantes, la calidad de sus intérpretes dramáticos, y por la originalidad de sus historias. Debemos reconocer con total propiedad, que por más de cincuenta (50) años esa súper estructura cultural mexicana impactó de manera favorable el corazón, la conciencia y el alma de toda la población del Continente Americano.

Para un continente como el nuestro, con una alta concentración de países de habla hispana, era mucho más interesante y familiar ver las películas producidas por la industria cinematográfica mexicana de los primeros cincuenta (50) años del siglo veinte, que las de la Industria Norteamericana, con subtítulos o dobladas al español de España, no del contexto latinoamericano.

El cine norteamericano llegaba con regularidad a nuestras salas, pero no tenía la aceptación popular que las películas mexicanas en los grandes grupos sociales. Por lo menos, ese era el caso particular de nuestra nación. Cineastas cubanos, ecuatorianos, colombianos, entre otros, de naciones hermanas con los cuales hemos conversado sobre el tema, nos han confirmado que en cierta forma esa era la realidad vivida en las salas y teatros de exhibición de sus respectivos países.

Lo que me resulta extraño y creo que es un aspecto que historiadores y críticos de las actividades artísticas y de manera particular cinematográficas, pasaron por alto pues no lo documentaron, fue la escasa presencia del cine español en nuestras pantallas, más no así de su música e intérpretes musicales, actores de teatro, circos, óperas, zarzuelas y bailarines, cuya presencia en nuestras salas de espectáculos se producían de manera regular.

Creo que todos estamos de acuerdo en que producto de la amistad personal, comercial, y cultural de los dos (2) dictadores (República Dominicana, ¨Trujillo¨ y España, ¨Franco¨) desde 1930 hasta la caída del primero en 1961, una industria tan importante como el cine para la proyección del régimen franquista y sus artistas, fuera tímidamente exhibida en el país. Los argumentos tratados en las películas no podían ser tema de cuidado político, pues las cintas eran sometidas a censura desde su etapa de pre-producción en España, ni hablar de nuestro país antes de exhibirlas. Con tan amplias y sólidas relaciones entre los dos dictadores, entendemos que también debió prestarse para que las películas del cine español de esos años llegaran, y se exhibieran con regularidad en las salas cinematográficas dominicanas. La conjetura en cuestión pasó a formar parte de un tema fundamental en una tertulia cinematográfica con varios colegas y cinéfilos, entre los que destacan Leo Silverio, Abel Rodríguez, Miguel Tomás Pérez Ortiz, Antonio Valdez, Jorge Jiménez, Altagracia Campusano y quién escribe, llegando a la conclusión de que ciertamente el Cine Español del veinte (1920) y del cuarenta (1940), no estaba en manos de cineastas afines al régimen dictatorial Franquista. Más bien bajo el criterio de independientes, y otros con demostrada militancia comunista o socialista.

También nos extrañó que siendo como era México en los años del 1930 al 1960 y siguientes, una nación que propugnaba por regímenes democráticos en todo el continente y el mundo, además de su acentuado espíritu revolucionario, cómo un régimen dictatorial de tan nefasta actuación continental como el trujillista, permitiera la entrada regular y la exhibición cotidiana de las películas del cine mexicano al país. Claro, para la época existía un real y cortante régimen de censuras. Las películas mexicanas de esos años se fundamentaban en historias del macho viril, parrandero y jugador que no temía a las circunstancias del destino. En cierta forma el hombre dominicano y el de casi todo el continente, se veían reflejados en esa conducta del macho mexicano de aquellos tiempos.

Dada la férrea censura de la dictadura trujillista, difícilmente un distribuidor y los exhibidores corrían el riesgo de traer películas fuera del contexto político y cultural permitido por el régimen.

Lo interesante de estas realidades del destino es que el público dominicano se hizo amante del cine, de los artistas y las historias que forjaron la idiosincrasia de la nación azteca. Esa vinculación estrecha entre los dos países se hizo más evidente cuando en las décadas del 50, 60 y 70, recibíamos la presencia de intérpretes consagrados del canto, cuyas figuras recorrían el continente y el mundo a través de la televisión, el cine y los discos. Entre esas estrellas destacan Toña la Negra, Tony Aguilar, Pedro Infante, Miguel Aceves Mejía, Amalia Mendoza, Armando Manzanero, Pedro Vargas y Libertad Lamarque. Esta última, que aunque de origen argentino, hizo toda su carrera artística en México. En ese concierto de manifestaciones estéticas debemos incluir la bien ganada fama de los intelectuales mexicanos en todos los órdenes, proyectados exponencialmente a través de los efectivos medios de comunicación que en esos tiempos poseía la nación mexicana sobre las demás del continente.

Desde antes de la caída de la dictadura trujillista, en 1961, la infraestructura cinematográfica dominicana contaba con salas de exhibición en casi todas las provincias del país. En muchos de los casos, hasta municipios secundarios de las provincias principales, contaban con salas modestas para ver las películas programadas por los distintos circuitos, cinematográficos que se dividían el territorio nacional. Estos y otros criterios pueden ser corroborados en el libro “Historia de un sueño importado”, Ensayos del Cine en Santo Domingo (Contemporáneos 5, Ediciones Siboney, 1983), escrito por el cineasta, maestro y comunicador social, José Luis Sáez.

Esa infraestructura se mantuvo invariable hasta concluir la década de los años ochenta (80), cuando en un proceso involutivo nuestras salas de primera, segunda y tercera categoría, empiezan a ser reemplazadas sólo por salas de primera, pero ubicadas en los nuevos escenarios sociales: Los Centros y plazas comerciales. Las salas individuales o colectivas de cualquier categoría ubicadas en espacios públicos de la ciudad capital y el interior del país, pasan a ser cerradas por sus propietarios, mayormente exhibidores y distribuidores. Los grandes grupos sociales y de escasos recursos económicos, son forzados a variar la costumbre de ir varios días a la semana a la sala de cine barrial, por una exhibición semanal, quincenal o mensual en estos nuevos y sofisticados escenarios, mayormente concentrados en la zona metropolitana del país, esto es en las Provincias Distrito Nacional y Provincia Santo Domingo. A esta nueva estrategia de mercado, le sigue un sustancial aumento en el costo de la taquilla y de los productos del Candy Bar.

El público dominicano tiene una actitud positiva frente a las exhibiciones cinematográficas. Está demostrado que invierte recursos económicos para disfrutar solo o acompañado de una obra de producción local o internacional. Aparentemente, ese antecedente de más de cuarenta (40) años con las salas de cine en nuestros barrios, provincias y municipios, creó una suerte de cinéfilos que aún con el paso de los años, mantiene latente en su subconsciente la idea de acudir religiosamente a divertirse con la más accesible de todas sus actividades recreativas: Ver una película largometraje de ficción.

La cinematografía dominicana, cuya industria ha sido impulsada en todos los órdenes por la creación, aprobación e implementación de la Ley Nacional de Cine (108-10), cuyo desarrollo arribó a su décimo (10) aniversario recientemente (2010-2020), no contempló los mecanismos que dieran lugar a la creación de la cuota de pantalla del cine nacional. Tampoco incluyó la formulación operativa de las tres (3) estructuras fundamentales que han sido claves para el desarrollo del cine mundial, en tanto que industria y arte:

  1. La Productora Cinematográfica Dominicana;
  2. La Distribuidora Cinematográfica Dominicana;
  3. El Circuito Estatal de Exhibiciones Cinematográficas Dominicanas.

La Ley, que es enteramente jurídica y administrativa, no contempla esos tres (3) aspectos que son creativos y técnicos. La Ley de fomento (108-10) cinematográfico de nuestro país debe incluir estas estructuras claves, pues de lo contrario no cumpliría con su misión de expandir en toda la geografía nacional la infraestructura promocional que requiere nuestro cine en estos momentos.

Sin una estructura que garantice la exhibición del producto audiovisual con los recursos que la ley provee, continuaremos con una población amplia, residente en 22 provincias, que paga los impuestos para que los cineastas realicen las películas, pero cuyo público no posee una infraestructura (salas) sencilla para verlas en sus pueblos.

Como hemos podido contemplar, todavía no contamos con una extensión de la Cinemateca Dominicana en ninguna provincia de la ciudad capital o el interior del país. O sea, la Cinemateca Nacional, que bien podría convertirse en un dinámico Circuito Estatal de Salas en todo el territorio nacional, lamentablemente ha sido reducida, con todo y los incentivos económicos de la ley (108-10), a un minúsculo y circunstancial espacio de exhibición cinematográfica en la Plaza de la Cultura Juan Pablo Duarte.

La Dirección General de Cine que recibe una asignación anual de más de ciento veinte y cinco millones (125,000,000.00) de pesos, en la Ley General del Presupuesto Nacional, en estos diez (10) años de implementada la Ley (108-10), no ha contemplado expandir la sala estatal del Cine Dominicano a provincias y municipios, para que el pueblo dominicano pueda ver el cine que los cineastas nacionales realizan con el pago de sus impuestos, y el cine que los cineastas de naciones hermanas producen bajo el mismo criterio.

Estoy plenamente convencido que si la voluntad política de los Ejecutivos Estatales del Cine quisiera, con los fondos de la Ley, más los de la asignación presupuestaria mensual, hoy tendríamos un número mínimo de cincuenta (50) salas estatales (Cinemateca Dominicana) en las treinta y dos (32) provincias, tan solo construyendo cinco (5) salas por cada año de gestión.

Bajo esa metodología y con ciertos niveles de voluntad política, hoy tendríamos, luego de diez (2010-2020) de implementada la ley, el circuito estatal de exhibiciones cinematográficas en pleno proceso de funcionamiento.

Esas salas deberían continuar en aumento, pues tenemos provincias con municipios bastantes amplios en población, territorio y economía, ubicados en las provincias Santo Domingo, Distrito Nacional, Santiago de los Caballeros, San Juan de la Maguana, San Francisco de Macorís, La Vega, La Romana, Barahona, San Cristóbal, Puerto Plata y Valverde.

La Dirección General de Cine con una infraestructura de esa naturaleza podría perfectamente negociar con todas las cinematografías continentales y mundiales, la distribución y exhibición del producto audiovisual dominicano. El Cine Iberoamericano, el cine de los países África, Caribe, pacífico y toda la cinematografía del mundo, necesita de nichos y mercados de distribución y exhibición. Esa es una buena razón para que los fondos de la ley sean bien empleados y con amplias posibilidades de ser recuperados en un tiempo relativamente corto.

La revisión, actualización y modificación de la Ley (108-10) de fomento cinematográfico debe incluir una amplia discusión y un extenso reglamento que posea la estructuración y funcionalidad de la cuota de pantalla que tanto requiere el cine nacional, dentro de los circuitos tradicionales, además, de la creación del Circuito Cinematográfico Estatal, la Productora y la Distribuidora del cine nacional.

Nuestras autoridades cinematográficas desean presentar y así lo han hecho casi todos los años, luego de implementada la ley, algunas de nuestras películas en festivales internacionales y eventos competitivos de Iberoamérica y el mundo. Para los que profesionalmente estamos vinculados a la actividad cinematográfica nacional, nos resulta contraproducente presentar a concurso algunas de nuestras películas, sin que las mismas hayan sido exhibidas previamente en los circuitos comerciales o alternativos de esos países. La apreciación crítica a nuestras obras en esos escenarios puede cambiar, siempre y cuando la Dirección General de Cine asuma la responsabilidad institucional de impulsar la distribución y exhibición del cine que producen los cineastas dominicanos, desde estructuras que sean comercialmente atractivas para quienes producen, distribuyen y exhiben el cine de cineastas de países hermanos.

La implementación del Circuito Estatal de Exhibiciones Cinematográficas (Cinemateca Dominicana) en las treinta y dos (32) provincias del país, sería una potencial empresa que contribuiría al desarrollo y consolidación de la Industria Cinematográfica Dominicana en los mercados internacionales.