Nota: aquí sueño sería sinónimo de una realidad que se construye.

Hasta prueba-en-contrario he visto el empeño de la mayoría de los cineastas dominicanos por desarrollar su industria. Sin embargo, hay que convenir que un pasado secretario y/o ministro de cultura  (2004-2008) señaló las cosas como “boca-e-chivo”.

 

El tiempo le ha dado la razón a José Rafael Lantigua cuando en vez de Dgcine se barajaba el nombre de Indocine (instituto dominicano de cine), decía: “Indocine sería una estructura burocrática, costosa y autónoma que consumiría recursos innecesariamente”. Hubo quien de parte de los cineastas soñadores alzara la espada de la lucha por lo que tenemos hoy como ley de cine teniendo en su fuero interno la autonomía (que en palabras de un ex director de impuestos internos “es dinero del erario puesto en manos privadas”). Recordemos la gritería e insomnios de La Asociación Dominicana de Profesionales de la Industria del Cine o ADOCINE.

 

¿Quién tiene la razón?

 

Vamos a sacar más trapitos al sol, y al final usted concluye.

 

Creo que todos hemos luchado para que se crearan las bases institucionales de una industria nacional de cine. En ese sentido, el Estado como un regulador y la empresa privada el motor.

 

¿Ayudó esa tal autonomía a crear esas bases institucionales? (la autonomía de usar el dinero público para lo que mejor entienda al hacer una película). Nada en contra de lo que dicen los cineastas ricos de hoy gracias a esa ley y su tigueraje para hacer “peliculitas para comer”, los muerto-de-hambre son así y se “matan con cualquiera”.

 

¿Por qué hay pros y contra?

 

Vamos a intentar ser concisos, objetivos y resumidos.

 

Desde el punto de vista del Estado capitalista sí habría esa autonomía. Siempre es así cuando ese Estado dirige una economía de mercado con amplia democracia. Siempre se ha perseguido que existirá “la estructura institucional más idónea para impulsar el desarrollo de la industria del cine en el país”.

 

Eso podría ser si hubiese una revolución cultural. Por tanto, es una posición abstracta ya que no vivimos una revolución. O para ser más benignos con el tema: solamente tendría razón de ser si estuviéramos envueltos en una realidad de economía plural con transformaciones radicales, competentes y efectivas -que no es el caso-.

 

Lejos de todo, la ley de cine limita la vigencia de intercambios que ocurren en un espacio económico. ¿Cultura tiene el control absoluto de quién, cómo y cuándo y con qué fines un proyecto cinematográfico pueda ejercitarse con beneficios de otros agentes económicos? La respuesta de Ángel Muñiz cuando le preguntaron por qué no exhibirá su película, por ejemplo en Caribbean Cinemas: “…es un oligopolio”. Y eso mismo dicen entendidos: no sólo es el cine: toda la cultura se ha convertido en un oligopolio controlado por unos pocos. “No hay que ser un cinéfilo experto para darse cuenta de que la mayoría de las películas populares de los últimos años son una nueva versión, un remake, una secuela, un spin-off o una expansión del universo cinematográfico de alguna saga” se afirma.

 

¿Quién tiene la culpa? Hasta donde se sabe, Cultura debería cumplir su misión: gerencial la cultura. Digo “debería”, porque esa misión no se está cumpliendo a cabalidad. Entonces, uno dudaría que Cultura pueda ser eficiente en gerencial  cualquier cosa. Me explicaba José Del Monte que antes de aglutinar toda el área en un ministerio las cosas funcionaban bien en términos administrativos y labores para las que fueron creados, supongo que eso se lo dijo a más de uno…

 

Dgcine tiene el dinero que no tiene Cultura. Cultura dispone de las ventajas que dan cientos de millones de pesos e infraestructura, pero le falta la materia gris de que disponen los cineastas. Cultura, esta es la hora, que no arroja datos fehacientes sobre los factores que mueven la industria, algo que se expresa en la “desaparición” de público. Uno se pregunta ¿para qué alguien quiere controlarlo todo si no tienen experiencia ni capacidad gerencial, visto el fiasco de taquilla?

 

La ley que crea a Cultura es para un país liberado de la oligarquía mediática y del patrón de mercado cultural. Manejar las claves, está reservado para individuos menos liados.

 

El “boca-e- chivo” Lantigua, lo predestinó “Siento que el Indocine sería, como afirma un “botín burocrático” Quiero decir que –al igual que el ex secretario de Cultura–  me cuesta mucho aceptar la sinceridad de propósitos de los asociados de Adocine, por ejemplo (lo digo por conocimiento de causa pues soy uno de sus miembros). Si bien sus intereses son hacer cine, habría que dudar si ese cine es lo que sus asociados decidan a quiénes se benefician con la Ley de Cine. Puede que ocurra como en la UASD, donde si bien es un reducto de autonomía democrática y económica, en los hechos cada cargo es producto de negociaciones contrarias a su misión académica. ¿Me pasé al decir esto de la UASD?

 

Por qué se origina esta duda en mí. Pues bien, no olvidemos que en este país somos víctimas de una sociedad donde hasta nuestros sentimientos más íntimos están sujetos a la compra y venta del mercado. Verbigracia el “día de los enamorados” o el día de cumpleaños…

 

Cualquier resistencia a esta realidad rompe de raíz con el proceso de superación de nuestro subdesarrollo cultural, en el sentido de que no son resistencias contra el oligopolio cultural mantenido por la oligarquía y a la lógica de la cultura mediática de masas.

 

Creo que todos deberíamos apostar a la diversidad de contenidos y a la autonomía creativa de los cineastas, a la innovación y creación de una estética o estéticas autóctonas. En este sentido, es una aberración que las empresas distribuidoras y propietarias de salas de cine puedan acceder a beneficios de la Ley de Cine pues no aportan al registro creativo que se supone debe ser el beneficio final.

 

Y ahí está lo dicho por Lantigua: que si llegaba a materializarse no debe sumarse a un mercado que imponga lo que tenga más éxito y condene lo demás a su extinción, es crear los espacios en base al valor artístico de las obras. Y nada ni nadie ha podido asegurar ese sueño. Los hechos están ahí, nadie protesta por la injerencia de entidades contrarias a la salud de la diversidad cultural, y que son las que más se han estado beneficiando del llamado “cine dominicano”; sin contar la enorme y desproporcionada lista de personas físicas y jurídicas que nada tienen que ver con el desarrollo de nuestros bienes culturales.

 

El pleito es por controlar un oligopolio. Todo lo que usted ve como cultura es parte de una estrategia concertada para polarizar ofertas en base a un limitado número de “productos culturales”, y se concentra sobre ellos toda la publicidad. Esto se hace de una manera agresiva, dispendiosa, dirigida por personas que se manejan más como PPEE o publicistas nivel bocina que como gestores culturales.

 

Si la preocupación es evitar que los verdaderos valores no se hundan en el anonimato y la miseria, debemos cuidar en no poner “la iglesia en manos de Lutero”. O mejor, no debemos permitir que continúe “en manos de Lutero”. Aunque de tiempo en tiempo y en algunos espacios se den algunas luminosas excepciones (que confirman la maldita regla).

 

Por mi parte, siempre he visto con el rabito del ojo las acciones gubernamentales. Sobre todo, sabiendo que no se trata de una revolución. Y me acerco a ellas con MASCARILLAS. En cuanto a las acciones de la oposición, casi siempre las cojo con PINZAS y una LUPA y guantes quirúrgicos (morales).

 

Ese pleito de cara al pueblo solo evidencia que aquí nadie respeta las decisiones que se toman por consenso en reuniones formales.

 

Esta realidad dice mucho del marasmo cultural que nos aqueja.