"A Yorgos Lanthimos (el director) le meto entre los modernos. Hay mucho tonto, pero él es de los interesantes". Carlos Boyero. Crítico cinematográfico. España.

Carlos Boyero y yo tenemos a menudo una mirada diferente a la hora de contemplar una película. Él llega avalado por una larga trayectoria en el campo de la crítica cinematográfica en este país y atesora cientos de devotos incondicionales, tan generosos en número como el de sus recalcitrantes detractores. Boyero sabe y mucho de cine, eso es indudable, pero al mismo tiempo va sobrado de certezas que emite con rango de verdad absoluta. No, no me encuentro entre las personas que le admiran, más bien me irrita las pocas veces que me detengo a leerle.

Adoro el cine desde niña. He devorado desde la infancia cientos y cientos de títulos. Los he disfrutado, a veces sufrido, otras adorado y deglutido frame a frame desde una posición siempre abierta al asombro. Si la literatura y el arte son parte esencial en mi vida, el cine lo es en idéntica medida. Imposible desligarlo de la persona que soy, de muchos de los aprendizajes que me sostienen, del material que me construye. Y si bien todo esto es cierto debo reconocer que en los últimos años no siempre he estado demasiado atenta a las nuevas propuestas. Ha habido algo de desconfianza por mi parte, ¿por qué negarlo?

Confieso que no había visto previamente nada de Yorgos Lanthimos, el director del que todos hablan desde hace años y que hoy me anima a escribir este artículo. Estoy un poco desconectada del cine actual, esa es la verdad. Tal vez sea pereza o innecesaria cautela ante nuevos modos de expresión. Quizás se trate de una cierta resistencia ante propuestas con las que no siempre logro conectar ni despiertan mi interés, no lo sé. Por lo general y desde antiguo, acostumbro a evitar el encuentro con los títulos más sonados de cada temporada. No corro nunca a degustar las películas que optan a los grandes premios ni me sumo al fervor colectivo. Más bien, por el contrario, tiendo a huir del ruido y la contaminación acústica que genera el entusiasmo general por un título en concreto. Prefiero paladearlo cuando el plato ya ha pasado al olvido y es uno más del menú.

"Pobres criaturas" , la última y laureada película del director, llegó a mí precedida de un sonido de altos decibelios. Todo el mundo tenía algo que decir con respecto a ella y por una vez y contraria a mí tendencia habitual, sentí la urgente necesidad de afrontarla en medio de la vorágine. Tres fueron las razones para vencer mi resistencia. Emma Stone fue la primera. Me encanta su trabajo y me fascina ver cómo cambia una y otra vez de registro con indudable acierto. La unanimidad de opiniones que escuchaba con respecto al film -por desacostumbradas- abrió mi apetito. La tercera y definitiva fue, por supuesto, Carlos Boyero. El crítico, inmisericorde, había acabado con ella de esa forma categórica que tiene de abordar todo cuanto toca. Ni un leve espacio a la duda cuando dictó sentencia acabando con ella: "La forma de contar esta historia supone un mareo visual. La cámara se dedica de principio a fin a buscar ángulos retorcidos, también alterna el blanco y negro y el color. Qué manía. Imagino que el revolucionario Lanthimos está convencido de que esta metodología narrativa va a fascinar al espectador. Allá él. Allá los espectadores".

Y esto es cierto. Toda esa locura es cierta pero solo lo es en parte. Sus películas van más allá; cada una de sus entregas es más, mucho más que una serie de planos aberrantes y su pretensión queda lejos de esa búsqueda gratuita por impresionar a su hoy ya larga legión de seguidores, como argumenta Boyero. La metodología del director es tan peculiar y personal, que incluso por momentos puede realmente parecer abrumadora y sin embargo nada en él es improvisado ni dejado al albur. El griego utiliza, cuanto está en sus manos para mostrar una realidad, poco o nada complaciente ni convencional, que se empeña en entregarnos bajo su particular prisma. Y esa óptica diferente, ese modo si se quiere extraño de narrar tiene mucho que ver con el uso de objetivos utilizados con frecuencia en fotografía, pero de forma mucho menos habitual en el mundo del cine. El angular y el ojo de pez abren campo para distorsionar una imagen que el espectador ha de aceptar -si quiere incursionar en la  historia -de modo natural y que al parecer no está costando tanto esfuerzo -como el mencionado crítico afirma- a juzgar por las cifras de recaudación en taquilla.

Hay en Lanthimos, un camino siempre abierto a la exploración de nuevas perspectivas que expliquen sus historias. Controvertida desde cualquier punto de vista, su narrativa trata de sacudir al espectador, de hacerle salir de su letargo para enfrentar una situación que sabe de antemano le va a resultar incomoda. El director no desea para sus obras un espacio repleto de gente satisfecha que devora palomitas; nada más lejos de su intención. Pretende una masa inquieta y no rendida a la pantalla, quiere personas de mirada suspicaz y torva antes que cautivadas por la bondad de la trama. Quien degusta sus películas no se somete a reglas ya conocidas y sin embargo acepta el juego, pues sabe que el director nunca orquesta su trabajo para espectadores tibios. Nada de cuánto suceda en la pantalla le va a ser contado de igual manera ni del modo, en el que lo hizo, en la anterior ocasión. Hay, sin embargo, muchas similitudes en la cuidadosa hechura de las dos películas que marcan la trayectoria en común del director y Emma Stone y que son las que hoy me interesan: "La favorita" (2019) y "Pobres criaturas" (2023). Entre ambas un cortometraje en blanco y negro que rodaron juntos, "Bleat" .

Hay en este artista, aun relativamente joven, un planteamiento – al menos a mis ojos – rotundamente brillante. Una forma de moverse como pez en el agua en medio de una ambientación abigarrada y preciosista, un vestuario exquisito, un sonido que a veces se torna ingrato y disruptivo al oído de quien lo escucha un lenguaje abierto, y en ocasiones, decididamente procaz. No hay lugar para eufemismos en una ni otra película. Sus personajes femeninos transitan todo escenario con aspereza y sin ápice de ternura. El sexo es descarnado y abierto en canal, sin espacio para esa sutileza que se presume femenina. Las mujeres saben lo que quieren y lo toman de los hombres por los que muestran escaso o nulo respeto. Las mujeres del director son una y cientos. Mujeres empoderadas y pese a ello, o tal vez por ello, usurpadoras de una rudeza tradicionalmente "perteneciente al varón". Los hombres, sin paliativos, se muestran abiertamente estúpidos y sin las agallas suficientes para recuperar espacios perdidos. Ni unos ni otros ganan, como ocurre casi siempre, en una batalla condenada al fracaso por la propia naturaleza de la condición humana.

Las tres mujeres de "La favorita" – espléndido el trabajo interpretativo de las actrices que defienden sus personajes sin la menor fisura – muestran decididas lo peor que contienen. La trama se sitúa en la corte inglesa de principios del siglo XVIII. Inglaterra ha entrado en guerra contra Francia. La reina Ana (Olivia Colman) viuda y sin hijos que la sucedan, ocupa el trono. Su mejor amiga de la infancia y persona de confianza, Sarah (Rachel Weisz), asume prácticamente todas las decisiones de importancia y gobierna el país debido a la precaria salud y la inestabilidad emocional que sufre la monarca tras la prematura muerte de sus diecisiete hijos. Una nueva sirvienta, Abigail (Emma Stone), aparece para romper el precario equilibrio entre las dos primeras y a partir de ese momento la traición y los juegos de poder se impondrán en palacio. Todas las mujeres de la película sin excepción, desde la última criada hasta la mismísima reina, se manifiestan abiertamente tramposas, egoístas y caprichosas en su proceder. Ambiciosas y rastreras no dudan en mostrar la más feroz crueldad cuando de acabar con el rival se trata. Ellos, los hombres que las rodean, son ridiculizados hasta el paroxismo en un relato que tan solo les reserva un papel de dudoso honor, formando parte de un esperpento coral en el que sus voces apenas alcanzan a tener la menor capacidad de decidir ni siquiera su destino personal.

En "Pobres criaturas" el escenario, de modo distinto a la anterior, se modifica constantemente para acoger cada nuevo descubrimiento de Bella Baxter. El argumento aborda la historia de la joven Bella (Emma Stone) que es devuelta a la vida por un excéntrico científico, el Dr. Godwin Baxter (Willem Dafoe) que le implanta el cerebro de un bebé. El universo que rodea a la protagonista es extraño y está poblado de excéntricas criaturas fruto de la extravagancia sin límite del científico. En su peculiar modo de obrar y de concebir la existencia reserva para Bella un espacio protector que la aleje de los muchos peligros del mundo exterior, pero no cuenta con la indómita voluntad y la enorme curiosidad innata de su joven protegida. Ávida de aprendizajes escapa con Duncan Wedderburn (Mark Ruffalo), un arrogante y amoral abogado con el que recorrerá distintos continentes. Liberada de ataduras y burlando cualquier prejuicio de su época, Bella aspira a conocerlo todo y vivirlo todo sin medida, en su afán por conquistar su propia libertad. Una historia cautivadora que se mueve entre escenarios de profunda y artificiosa belleza que nada tienen que ver con la realidad. Un cuento oscuro -adaptación de la novela "Poor Things" de Alasdair Gray- donde la enorme fuerza de la imagen unida a la distorsión de la lente, te sumergen en una historia narrada bajo parámetros muy distintos.  El reto está planteado, el resto corre de cuenta de quién observa cuanto sucede en pantalla.

Lanthimos en ambas películas subvierte el relato y lo maneja a su antojo para hacerlo aún más inquietante, arrollador y distópico. En el caso de "La favorita", el trasfondo histórico se ciñe riguroso a la realidad. Los acontecimientos narrados y los personajes parten de hechos y sucesos reales acontecidos bajo el reinado de la última representante de la dinastía Estuardo, en los primeros años del siglo XXVII. Ana no fue una reina al uso. Fue una mujer de estado profundamente comprometida con su país, pese a las múltiples vicisitudes que afectaron su vida. En el caso de Bella es imposible no establecer una relación inmediata con la criatura literaria de Mary Shelley, pero contraria a la tristeza que embargara a su personaje, la joven Baxter es pura fuerza creativa en sí misma. Bella recobra la vida para convertirse en ciclón que no puede ni está dispuesta a detenerse ante nada. La narración en este caso nos conduce, desde ese sentido del humor poco inocente y bastante retorcido del que hace gala el director, a un mundo de delirio y situaciones absurdas de enorme contundencia que nos golpea sin asomo de culpa. Una vez más Lanthimos maneja los hilos de manera espléndida y eficaz para llevar al espectador a su terreno. Así en ambas películas y con indudable pericia toma las riendas de todo cuanto sucede en pantalla para tornarlo, en el fondo y también en superficie, despiadado espejo que refleja las miserias que aquejan a hombres y mujeres. Es curioso, cuando terminé ambas películas, de inmediato pude verme inmersa en el centro de una sala contemplando, una vez más fascinada, El jardín de las delicias. Inevitable recurrir al Bosco cuando del errar humano se trata.