1. La cuestión. Sustento en estas líneas que, en la isla de Santo Domingo, con sus dos formaciones políticas de divergente naturaleza estatal, se experimenta una versión antillana del “choque de civilizaciones”, dado el innegable impacto de la inmigración irregular procedente mayoritariamente de Haití hacia la República Dominicana.

Recuérdese para fines de esta exposición que el profesor Samuel Huntington previó tan temprano como 1993 que “la idea occidental” -según la cual sería posible contar con una “civilización universal”- contraría el esfuerzo de pueblos enteros que reafirmaban su propia identidad. Así, pues, siempre de acuerdo a Huntington, más que esa civilización y su subsiguiente globalización económica, lo que nos llega es la barbarie cultural. En todas partes se cede al paso de “la barbarie”, generándose así la imagen de un fenómeno sin precedentes: una nueva Edad Oscura comienza a descender sobre la humanidad. 

La cuestión es relevante. Dicho en términos didácticos, así como la Roma decadente fue invadida por los bárbaros, la patria dominicana, asediada en la actualidad por nuevos ‘bárbaros’, parece estar expuesta a su propia ruina tan rápido como caigan los bíblicos muros de Jericó, al toque de cuernos de carnero y por el pavor provocado por los nuevos invasores.

  1. El choque insular. El referido encontronazo de civilizaciones nos llega, propulsado por las condiciones de vulnerabilidad institucional de todo el aglomerado haitiano, y de la mano de un ingente cúmulo de inmigrantes indocumentados.

A falta de prueba en contrario, fue Manuel Arturo Peña Batlle quien mejor preconizó, con la mirada puesta más allá del tiempo, que “Haití no puede ni podrá resolver sus propios problemas fundamentales: los problemas haitianos pesan tanto sobre nosotros como nuestros propios problemas”.La depauperación, la miseria y la incapacidad productiva”, así como la vulnerabilidad intrínseca del Estado haitiano, “constituyen necesariamente para nuestro país una permanente y trágica amenaza de penetración masiva hacia los centros feraces y productivos de la isla, que no podemos, que no debemos, que no queremos descuidar los dominicanos de ahora so pena de conspirar nosotros mismos contra la felicidad y la tranquilidad presentes y futuras de nuestro pueblo”.

He ahí la imagen de una verdadera Espada de Damocles, sobre todo el y lo que sea dominicano.

III. Libretos del trance. Dada la pluralidad de los relatos relativos a la realidad de la que está consciente el dominicano, el choque dominico-haitiano podría ser concebido en diversos escenarios, a partir de tres libretos:

   1º       Cultural. Esta contraposición enfrenta dos puntos de vista, en suelo dominicano. De un lado, el legado cultural hispánico; con, a lo más, un dejo de sincretismo que evita la exageración de que todo lo dominicano sea imputable solo a sus raíces judeocristianas y occidentales. Del otro lado, la viva representación de la incultura y la barbarie, enraizadas en tradiciones animistas, primitivas y tribales, en tanto que transportadas -a pie- por la presencia haitiana en el país receptor.

En un contexto de contrapunteo de ambos lados,  al menos desde el punto de vista dominicano, se pueden inducir tres imperativos categóricos relativos al encontronazo cultural dominico-haitiano en la República Dominicana. Ellos son:

  1. No se trata de confundir dos grupos poblacionales diferentes entre sí, pues el haitiano no es el dominicano, ni viceversa;
  2. No es posible detener el reloj histórico y forzarlo a retroceder con la concepción enarbolada por Toussaint Louverture y otros defensores de la “indivisibilidad política”; y, por fin,
  3. No es cuestión de edulcorar las relaciones dominico-haitianas bajo la modalidad de una “confederación” de ambas poblaciones encontradas desde sí mismas, debido a que, sin reconocimiento recíproco, no hay ni siquiera posibilidad de coexistencia ni de armonía.

La suma de esas tres negaciones avalan lo que justifican: tanto la existencia de la frontera política de dos grupos étnicos adyacentes, pero heterogéneos, como la independencia de cada una de sus respectivas formaciones sociopolíticas en tanto que cohabitan en un único territorio insular.

2º      Demográfico. Auscultada la alarma por el incontenible torrente migratorio que procede de Haití, lo cuestionable reside desde una perspectiva demográfica en que, del lado occidental de la división fronteriza, no hay interés ni capacidad de contener la ola migratoria que perturba  el orden dominicano; y, del lado oriental, sobreabundan las complicidades. Por eso, la figura del inmigrante haitiano rememora, por pacífica que se quiera, el desenlace al que Homero y Virgilio aludieron al imaginar el fabuloso Caballo de Troya.

3º         Internacional. El porvenir dominicano está condicionado por el destino, entendido este como finalidad, de Haití. Se trata de un porvenir sobre el que penden más incertidumbres que soluciones. En particular, tras una década y media en la que la comunidad internacional, revestida de fuerza de pacificación en suelo haitiano, da signos de cansancio a causa de los intricados y urticantes vericuetos de la organización social, la idiosincrasia cultural y la estructura de poder del conglomerado haitiano.

Frustrada quizás, o al menos alejada de lazos y responsabilidades históricas, antiguas metrópolis coloniales, al igual que acontece en capitales americanas, manifiestan cansancio e indiferencia ante la incapacidad demostrada de encauzar el dinamismo y el desarrollo haitiano, tanto por ineficiencia de la comunidad internacional, como por la “inanición y autofagia haitiana” (Ferrán).

  1. La duda cartesiana. Ante la complejidad del referido choque en sus múltiples expresiones, se sigue una primera conclusión, a mi entender, irrefutable: se le presta un flaco servicio a los intereses institucionales de ambos pueblos isleños, cuantas veces aparecen bulos en contra de ellos, debido a que estrechan un cerco narrativo que todo lo restringe a un estado de antagonismo insuperable. Por eso, es imprevisible lo que queda por demostrar acerca del referido choque antillano.

Dada la serie de relatos en los que se expresa el choque antillano en suelo dominicano, la duda la origina la incierta respuesta a ese dilema, en función de dos condicionales simples:

  • Si se reproducirán en lo sucesivo los versos mitológicos del celebérrimo Caballo de Troya, gracias a tanta doble moral, maledicencia, complicidad e impunidad; o, por el contrario,
  • Si, a propósito de todos los implicados por el fenómeno migratorio y sus consecuencias, se personificará o encarnará -como espero y creo- la sentencia duartiana: “Sed justos lo primero, si queréis ser felices”.